Mario Vargas Llosa presenta en la madrileña Casa de América ‘Tiempos recios’.
Tommaso Koch
Mario Vargas Llosa presenta en la madrileña Casa de América ‘Tiempos recios’.
Aquella noche, en Santo Domingo, Mario Vargas Llosa se sentó lo más cerca posible de la puerta.La cena prometía ser larga y el escritor consideró que una cosa era aceptar la invitación por cortesía pero otra, bien distinta, era quedarse hasta el final.
“En cuanto se marcharan los primeros comensales, tenía planeado salir tras ellos”, contó ayer el Nobel hispanoperuano.
Sin embargo, un imprevisto frustró sus planes de fuga.
El escritor, historiador y poeta Tony Raful apareció de la nada para sentarse a su lado.
Tras años sin verse, además, su antiguo amigo puso a prueba enseguida la paciencia del escritor y la relación entre ambos: “Mario, tengo una historia para que la escribas”.
El Nobel, cómo no, frunció el ceño.
Pero Raful siguió adelante: habló de intrigas políticas y militares, tendió lazos que unían a Rafael Trujillo, el dictador dominicano de La fiesta del chivo, con Carlos Castillo Armas, el golpista que derrocó al presidente guatemalteco Jacobo Árbenz.
Le narró alianzas secretas y conflictos.
Y rescató verdades históricas que sonaban a realismo mágico. El escritor nacido en Arequipa, de 83 años, se quedó hechizado. “No conocía esas historias.
Me puse a averiguar hechos, a documentarme.
De golpe, me di cuenta de que había empezado a escribir una novela”, relató.
La portada de Tiempos recios (Alfaguara) lucía anoche justo a sus espaldas.Delante de él, dos centenares de asistentes escucharon, fascinados, el relato del escritor en la Casa de América.
Como le gustaría a él, defensor del empuje del castellano, en las butacas se mezclaban acentos españoles de muchas latitudes. Tiempos recios se ha publicado a la vez en todos ellos.
A la caza de un título para la novela
Mario Vargas Llosa confesó ayer que uno de los problemas que afrontó
con su nueva novela fue cómo bautizarla:
“Tuve muchas dificultades con el título.
Para mí, es importantísimo, debe ser el emblema de la historia. Inventé uno, otro.
Pero ninguno me colmaba”.
Hasta que un día, leyendo la correspondencia de Santa Teresa de Ávila, dio con una carta donde le dice a una amiga:
“Estos sí que son tiempos recios”. “Inmediatamente me dije: ‘¡Esto es!”, recordó.
“Árbenz quería hacer de Guatemala una democracia capitalista. Este esfuerzo generó un interés enorme.
Cuando se frustró, provocó manifestaciones en toda América Latina”, relató Vargas Llosa, que a la sazón era un joven universitario y también salió a la calle para expresar su indignación. El Nobel recordó que en aquel momento casi todo el continente sufría dictaduras —“salvo Costa Rica, Chile y Uruguay”— y que el sueño destruido de Guatemala trascendió las fronteras nacionales y llegó hasta Fidel Castro y Che Guevara, entre otros.
En todo caso, la novela contesta a la pregunta: ¿qué cambió el devenir de América Latina?
Aunque quizás responda a más cuestiones, también actuales. Ofrece indicios: el poder arrollador de la mentira debe de sonarle familiar a más de uno, como Donald Trump.
Sobre todo este lienzo real, Vargas Llosa extendió sus pinceladas. “Los novelistas tienen una gran ventaja sobre los historiadores: lo que no saben pueden inventarlo.
Y esto es lo que he hecho yo: sobre un telón de fondo histórico, he añadido muchas cosas. ¿Significa esto que las novelas mienten? Creo que no. Completan la historia”, insistió.
“Puede que Guatemala sea uno de los lugares más bellos y violentos del mundo.
Pocos países se han entrematado como los guatemaltecos”, agregó.
El autor explicó que, cuando escribe un artículo, una conferencia o un ensayo, tiene cierta sensación de control sobre lo que hace. “Con la ficción, en cambio, no.
Quizás mis novelas expresan más mis emociones, pasiones o intuiciones, algo que viene de zonas más profundas de la personalidad.
Tal vez por eso no me reconozco directamente en ellas.
Nunca hubiera pensado que escribiría alguna vez una novela situada en Guatemala”, rememoró.
Cosas de la vida.
Al fin y al cabo, también hubiera huido de aquella cena en Santo Domingo.
“Tuve muchas dificultades con el título.
Para mí, es importantísimo, debe ser el emblema de la historia. Inventé uno, otro.
Pero ninguno me colmaba”.
Hasta que un día, leyendo la correspondencia de Santa Teresa de Ávila, dio con una carta donde le dice a una amiga:
“Estos sí que son tiempos recios”. “Inmediatamente me dije: ‘¡Esto es!”, recordó.
“Árbenz quería hacer de Guatemala una democracia capitalista. Este esfuerzo generó un interés enorme.
Cuando se frustró, provocó manifestaciones en toda América Latina”, relató Vargas Llosa, que a la sazón era un joven universitario y también salió a la calle para expresar su indignación. El Nobel recordó que en aquel momento casi todo el continente sufría dictaduras —“salvo Costa Rica, Chile y Uruguay”— y que el sueño destruido de Guatemala trascendió las fronteras nacionales y llegó hasta Fidel Castro y Che Guevara, entre otros.
En todo caso, la novela contesta a la pregunta: ¿qué cambió el devenir de América Latina?
Aunque quizás responda a más cuestiones, también actuales. Ofrece indicios: el poder arrollador de la mentira debe de sonarle familiar a más de uno, como Donald Trump.
Sobre todo este lienzo real, Vargas Llosa extendió sus pinceladas. “Los novelistas tienen una gran ventaja sobre los historiadores: lo que no saben pueden inventarlo.
Y esto es lo que he hecho yo: sobre un telón de fondo histórico, he añadido muchas cosas. ¿Significa esto que las novelas mienten? Creo que no. Completan la historia”, insistió.
“Puede que Guatemala sea uno de los lugares más bellos y violentos del mundo.
Pocos países se han entrematado como los guatemaltecos”, agregó.
El autor explicó que, cuando escribe un artículo, una conferencia o un ensayo, tiene cierta sensación de control sobre lo que hace. “Con la ficción, en cambio, no.
Quizás mis novelas expresan más mis emociones, pasiones o intuiciones, algo que viene de zonas más profundas de la personalidad.
Tal vez por eso no me reconozco directamente en ellas.
Nunca hubiera pensado que escribiría alguna vez una novela situada en Guatemala”, rememoró.
Cosas de la vida.
Al fin y al cabo, también hubiera huido de aquella cena en Santo Domingo.
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