LA MUÑECA GRANDE de Mary Rancel
De pequeña,
siempre estaba enferma de la garganta;
me daba mucha fiebre y pasaba días en cama.
Cuando tenía seis años, el médico decidió que
debía ser operada de amígdalas, para acabar de ese modo con este recurrente
malestar.
Después de la preparación
previa y los análisis pertinentes, decidieron la fecha de la intervención para
extirparme esas glándulas que tanto daño
me hacían. A tal fin, nos trasladamos a
Santa Cruz y nos quedamos unos días en casa de una hermana de mi padre.
Mi tía tenía tres hijos; dos chicas y un
varón, y la más pequeña de las niñas era de mi edad y, juntas, lo pasábamos
estupendamente, jugando todo el tiempo.
La operación
se llevó a cabo en una clínica de la calle del Castillo.
El cirujano fue D. Fernando Rey Valentín; no
he podido olvidar su nombre. La primera
noche tras mi operación, la pasé en la clínica pero, al día siguiente, volvimos
a casa de mi tía.
Allí me daban helados
y purés que me encantaban. Papá se
marchó porque tenía trabajo y yo me quedé con mamá dos días más.
El
día que regresábamos a casa, mi madre
apareció con una gran caja que me entregó de inmediato. Era una muñeca casi tan grande como yo. Caminaba, cerraba los ojos y decía mamá.
Me quedé prendada de ella; era la más bonita que había visto nunca. Aquel obsequio era el premio por haber sido una buena niña.
Una vez en casa, mamá me hizo un vestido igual al que llevaba la muñeca, de la misma forma y color.
Resultó ser otro regalo importante. Lo estrené el día de la presentación de mi increíble muñeca a las amigas. Ese día todas pudimos jugar con ella
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