La controvertida figura del monarca, que hace unos días nombró consorte oficial a su concubina, está protegida por una rígida ley que castiga con penas de cárcel cualquier crítica a la familia real.
El rey Vajiralongkorn de Tailandia volvió a asomarse a la prensa internacional hace unos días, cuando vertió un poco de agua sobre la cabeza de Sineenat Wongvajirapakdi, convirtiendo así a esta mujer de 34 años en su consorte real.
La particularidad de la ceremonia, retransmitida por televisión, reside en el hecho de que al lado del monarca se sentaba la reina Suthida, con quien contrajo matrimonio hace apenas tres meses, justo antes de su coronación.
La polémica ha sido una constante en la trayectoria personal de Vajiralongkorn, objeto desde su juventud de rumores privados recubiertos de un férreo silencio en público.
La monarquía, pilar de la arquitectura política tailandesa, está protegida por una ley de lesa majestad que castiga con cuantiosas multas y hasta 35 años de cárcel todo comentario negativo sobre cualquier miembro de la familia real, mascotas incluidas.
La importancia reservada a los animales domésticos quedó demostrada en un vídeo filtrado por Wikileaks en 2009, en el que se podía ver al por entonces príncipe celebrando el cumpleaños de su caniche, de nombre Mariscal Jefe del Aire Fufú, en compañía de su tercera mujer, la princesa Srirasmi, ataviada solo con un tanga en presencia del servicio.
Ningún medio nacional se atrevió a hacer el más mínimo comentario al respecto.
Desde que fuera proclamado heredero al trono en 1971, cuando contaba con 20 años, ha habido muchas dudas acerca de la capacidad del actual rey para liderar el país.
A su excéntrica personalidad se suma el hecho de que ha pasado la mayor parte de su vida adulta fuera del país: primero estudiando en el Reino Unido y Australia, y después viviendo en Alemania, donde había fijado su residencia permanente.
La sombra de su padre, por último, es muy alargada: el difunto rey Bhumibol fue un monarca muy longevo —se sentó en el trono durante casi 64 años—, considerado una figura de naturaleza divina que contaba con el fervor y la veneración de la gran mayoría de la población.
Su carácter errático se ve reflejado en su vida amorosa: el rey Vajiralongkorn ha estado casado cuatro veces.
La primera de ellas en 1997 con su prima, la princesa Soamsawali Kitiyakaram, a quien unos pocos años más tarde abandonaría en favor de la aspirante a actriz Yuvadhida Polpraserth, con quien se casó en 1994 y tuvo cinco hijos, entre ellos a su primogénito, Juthavachara Mahidol. Dos años más tarde, la princesa se fugó al Reino Unido con sus hijos, por lo que a todos ellos se les retiraron sus títulos reales y pasaportes.
La tercera boda llegó en 2001, con Srirasmi Suwadee, una mujer miembro de su servicio, aunque el matrimonio no se hizo público hasta 2005, año en el que nació el príncipe Dipangkorn Rasmijoti. Tampoco esta relación acabó en buenos términos: acusada de participar de las prácticas corruptas de sus familiares, todos sus títulos reales le fueron requisados tras su divorcio en 2014.
Esta decisión no afectó a su hijo, que permanece primero en la línea de sucesión como supuesto heredero de la corona tailandesa.
El 1 de mayo de este año, tres días antes de su coronación, Vajiralongkorn se unió en cuartas nupcias a Suthida Tidjai, antigua azafata de Thai Airways a la que había nombrado general del ejército.
Esta pareja se ha convertido al menos en terceto, que se sepa, con la adjudicación del título de consorte real a Sineenat Wongvajirapakdi, de formación enfermera, el pasado 28 de julio.
A la lista de virtudes del monarca se añade una hipotética ludopatía.
Así lo aseguraba en un cable de Wikileaks un exministro de asuntos exteriores de Singapur, un hábito que estaría financiado en parte por Thaksin Shinawatra, el hombre más rico de Tailandia y antiguo jefe de gobierno hasta 2006, cuando fue derrocado por un golpe militar que pretendía salvaguardar, curiosamente, la monarquía. Shinawatra vive desde entonces en el exilio, pero continúa siendo una de las personas más influyentes del país.
El rey Vajiralongkorn ha roto varias convenciones relacionadas con la monarquía desde que accedió al trono, dilapidando la credibilidad acumulada durante el reinado de su padre.
La primera de sus decisiones también fue de naturaleza económica: poner bajo su control personal la Oficina de Propiedad Real, una institución que gestiona las multimillonarias inversiones de la casa real y sus vastas posesiones a lo largo y ancho del país.
Por si eso fuera poco, la semana pasada se anunció la decisión del gobierno de dejar exento al jefe del estado de pagar impuestos por sus terrenos, lo que le permitirá afianzar su posición de monarca más rico del mundo.
Como parece apropiado tratándose de un semidiós, la monarquía en Tailandia es, cada vez más, una cuestión de fe.
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