Unas jornadas en La Casa Encendida recuerdan al poeta, muerto hace una década, que dejó una obra que rompió moldes.
Lo lograra o no, hizo una poesía radical, insobornable.
Fue, dijo anoche su amigo y colega Miguel Casado en La Casa Encendida, el escritor que tachó la poesía e incluso su propia poesía y edificó sobre esas huellas un universo, el Universo Ullán.
José-Miguel Ullán, poeta literalmente incomparable, murió el 23 de mayo de 2009, hace 10 años, en su casa de Madrid.
Aunque se sabía que ese final del autor de Funeral mal y de Ardicia estaba próximo esa noche que Manuel Ferro, su marido, dio noticia de lo que había ocurrido, se heló la espina dorsal de la colección compacta de amigos que lo admiraron y también temieron el grado de su exigencia.
Para la amistad y para la escritura.
Uno de esos amigos es hoy ministro de Cultura del Gobierno de España.
En el homenaje que se inició anoche en La Casa Encendida y que presidió José Guirao, este contó una historia que representa al Ullán de las distintas décadas, provocador, disociador de los tópicos patrióticos, en el franquismo y después.
Debía de ser 1981 y estaban en Murcia.
Guirao fue a una conferencia de Ullán (al que no conocía), que ya había vuelto del exilio (al morir Franco, a hacer el cuartel en Hoye Fría, Tenerife).
Era en el Paraninfo de la Universidad.
Al estrado se subió el autor, tapado su rostro con una careta de carnaval. Llevaba también un magnetófono de los de entonces y un matasuegras.
Avisó de que la tal conferencia estaba en el casete y que él se iba a sentar, con su careta, entre los que habían acudido a escucharle.
Años atrás, en un homenaje a León Felipe, en México, Ullán había escenificado acciones así.
En Murcia hizo, recordó Guirao, “un compendio de su mundo”, ese universo Ullán que ya no se le pudo ir de su retina.
Y desde entonces fue tan sustancial la amistad entre ambos que Guirao y Ullán se llamaban al amanecer de cada día, prosiguiendo así una conversación que silenció la muerte.
“Pero a veces me despierto y siento que en cualquier momento José-Miguel podría volver a llamar y yo recogería la llamada y hablaría con él como si no hubiera pasado tiempo desde la última vez”.
Fue el primer día del homenaje a Ullán, que hoy, jueves, concluye. En Salamanca, su tierra, hubo otro.
Se juntaron, en ambos lugares, poetas, profesores, lectores. Guirao dijo que Ullán siempre fue “con las personas que elegía”, fue exigente en las reuniones y las efusiones, pero ese número, en el que estaban, por ejemplo, Miguel Casado y Olvido García Valdés, ahora directora general del ministerio que dirige Guirao, se ha consolidado como parte de ese universo creado, en la poesía y en la vida, por el poeta de Villarino de los Aires.
En ese clima se desarrolló, tras las palabras del ministro, un discurso en el que Casado reconstruyó las distintas etapas de la vida poética de José-Miguel Ullán de tal manera que, en sus propias palabras, se mezclaron los versos de su amigo con su propia manera de contarlo.
Ullán fue un poeta exigente, eso lo subrayó Casado. Insobornable, hizo una poesía tachada, construyó lo que podría decirse con palabras que están en Ardicia:
“La armonía neutra de lo indeciso e indomable”. Lo extraordinario es que esa exigencia, habitada por el barroco de Góngora o de Villamediana, fue trasladada por él al periodismo (que ejerció en EL PAÍS en abundancia) y a la televisión.
Surcó por esos lugares de la palabra rápida con igual bisturí que el que usó para su poesía.
Su exigencia poética lo hizo implacable y libre como un hombre que tacha para ser más claro.
Casado citó, para avalar la potencia de ese universo, una frase de su colega Nilo Palenzuela:
“Solo la pintura ha conseguido, en el siglo XX, la libertad que alcanzó Ullán en poesía”.
Casado recorrió la vida de Ullán, desde Villarino y el exilio en París, hasta el regreso a la España posfranquista.
Lo hizo pasear con sus más cercanos de las distintas etapas, puso en evidencia sus vínculos con María Zambrano, Juan Goytisolo o José Ángel Valente; su relación con Florence Delay o Marguerite Duras o Roland Barthes. Joan Miró, Antonio Saura, Pablo Palazuelo, Eduardo Chillida o Eusebio Sempere fueron artistas en cuya obra se fijó para mezclarla, también, con su poesía.
Fue, dijo Casado, “nuestro poeta moderno por excelencia”.
Y sigue siendo un desconocido, porque el mismo Ullán huyó de su presencia hasta el minuto final, como si José-Miguel escapara de Ullán y viceversa.
Y aunque fue, como periodista, relator de las gestas de personajes de la fama de los escenarios (desde Lola Flores a Raphael o Rocío Jurado, a los que retrató en crónicas inolvidables en EL PAÍS), nunca desvió el rumbo de su escritura.
Jamás dejó de ser Ullán ese ser insobornable capaz de dar por magnetófono interpuesto, tapado con una careta, una conferencia seductora, incomprensible e inolvidable ante un auditorio que no se creía lo que estaba viendo.
Había por dentro de sus espectáculos una apuesta feroz por el encuentro entre la armonía, lo indeciso y lo indomable.
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