La revolución pictórica del artista malagueño tuvo su origen cuando presenció la disección de dos cadáveres a los que se les practicó la autopsia.
De todo el mundo es sabido que Picasso nació en Málaga, pero poca gente sabe que Picasso nació como pintor en Horta d'Ebre.
Contaba con algo más de 16 años cuando llegó a este pueblo montañés y
fronterizo entre Aragón y Cataluña, invitado por su hospitalario amigo,
el pintor Manuel Pallarès.
El joven Picasso acababa de pasar la escarlatina en Madrid y su amigo lo
invitó a recuperarse en Can Tafetans, la gran masía propiedad de los
Pallarès que contaba con un molino de aceite, donde el pintor malagueño
entró en contacto con la arraigada tradición de las almazaras.
Fue en Horta d'Ebre
donde Picasso experimentó sus emociones más puras, sumergiéndose con
ellas en su propia sustancia.
Se relacionó con gitanos, campesinos y
herreros.
Pintó paisajes y escenas costumbristas.
Tomó contacto y
conocimiento con el medio rural y también con los elementos naturales
que lo envuelven, pero lo más importante de todo fue que Picasso se
transformó por completo cuando presenció la disección de dos cadáveres a
los que se les practicó la autopsia.
Ocurrió una noche
Se trataba de dos mujeres de una misma familia; una
anciana y su nieta que habían sido abrasadas por la descarga de un rayo
durante una tormenta.
El examen post morten se realizó en el
chamizo del enterrador, en el mismo cementerio, y la forma de llevarlo a
cabo dejaría a Picasso impresionado de por vida.
Fue el mismo
enterrador el que, armado con un serrucho y sin más luz que la de un
farol, diseccionó las cabezas con un corte desde arriba hasta el cuello,
dejando los sesos de los cadáveres al descubierto.
Estamos a finales del siglo XIX y cabe apuntar que,
por aquel entonces, las autopsias todavía no estaban despojadas de sus
elementos más bastos y tampoco estaban reguladas, es decir, no poseían
una manera única de procedimiento.
Esto reducía la efectividad de los
resultados.
Por lo dicho, la técnica uniforme a la hora de aplicar la
disección no había llegado a todos los rincones y como ejemplo sirva el
caso que aquí tratamos y que Picasso vivió de cerca hasta el desmayo. Al
tratarse de un rayo, el trámite de la autopsia se efectuó a las bravas,
procediendo a serruchar sin miramientos las cabezas para así establecer
las causas científicas que determinasen la muerte de las dos mujeres.
Volviendo a la escena, propia de una novela gótica
por el ambiente y por la manera que el enterrador tenía de diseccionar
los cadáveres con un serrucho en su mano y un puro entre los dientes, es
posible imaginar a un joven Picasso asistiendo a la autopsia bajo la
luz escasa del farol.
Desde aquel instante, en el subconsciente del
pintor quedó la imagen de los rostros separados en dos partes.
Puestos a
imaginar, podemos aventurarnos a decir que en aquel momento tuvo lugar
la revolución pictórica que décadas después Picasso expresaría en su
obra plagada de caras abiertas y de perfiles dobles.
De esta manera, la
disección como método forense fue llevada al lienzo a través del ojo de
Picasso y con ello se revolucionó el arte.
A pesar de la brusquedad de la autopsia de la que
fue testigo, Picasso pudo observar lo que de alguna forma ya intuía; una
revelación que le servirá para abrir figuras humanas con su pincel y
alcanzar con ello la vanguardia pictórica.
Tal vez sea por eso que
cuando nos ponemos frente a alguno de sus cuadros donde aparecen rostros
partidos, sentimos el golpe de un efecto pictórico en el que subyace la
intuición del artista y con ello el poder intrínseco de la obra de
arte.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez,
con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad
científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias
de conocimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario