El nuevo presidente del mayor organismo financiador de la ciencia europea cambió las matemáticas por la medicina tras la trágica muerte de su joven mujer.
Ese chaval melenudo y barbudo de la foto, Mauro Ferrari, va a manejar
un presupuesto mayor que el de muchos países:
16.600 millones de euros para el periodo 2021-2027.
La Comisión Europea acaba de anunciar que ese chico, hoy un señor de 60 años, será el próximo presidente del Consejo Europeo de Investigación, el mayor organismo dedicado a financiar la ciencia en el continente.
Esta es la triste historia de aquella foto de 1987.
Ferrari, nacido en Padua (Italia) en 1959, suele empezar sus charlas mostrando un retrato de una chica veinteañera.
“Esta es Marialuisa”, proclama ante su audiencia.
La vio por primera vez, según explica, cuando ella tenía 20 años y él, 23. “Me enamoré de ella hasta tal punto que, unas horas después de conocerla, literalmente, le propuse que nos casáramos”, continúa.
La siguiente diapositiva muestra a Marialuisa en la playa unos meses después.
“Esta es una foto de nuestra luna de miel”, prosigue Ferrari, que por entonces era un jovencísimo matemático becado por la Universidad de California, en Berkeley.
Las imágenes se suceden en la pantalla: la boda, el primer niño, el segundo embarazo de dos niñas gemelas.
Y una foto de toda la familia en 1995.
“Esta es la última foto de Marialuisa viva”.
La mujer de Ferrari murió pocos días después por un cáncer galopante, entre terribles dolores, cuando apenas tenía 32 años.
El matemático, que en aquella época se dedicaba a hacer cálculos sobre el movimiento de las galaxias, se sintió incapaz de seguir investigando asuntos que no tuvieran que ver con la medicina.
“Fue muy trágico. Sentí que tenía que hacer algo contra el cáncer. Si vas a una guerra y tienes un cuchillo, vas con el cuchillo.
Y si tienes una piedra, vas con una piedra. Yo tenía las matemáticas y la física”, recuerda.
Ferrari, la primera persona de su familia que fue a la universidad, se convirtió muy pronto en un pionero de la nanomedicina.
Su laboratorio diseña partículas, de un tamaño de millonésimas de milímetro, que inyectadas en la sangre actúan como taxis que transportan fármacos directamente hasta los tumores.
De momento, ha tenido éxito en ratones. Ferrari, que corre ultramaratones, sabe que la ciencia también es una carrera de larga distancia.
El investigador italiano, católico practicante, cree que “el sentido
de la vida, seas religioso o no, es transformar el dolor en algo útil
para otras personas”.
16.600 millones de euros para el periodo 2021-2027.
La Comisión Europea acaba de anunciar que ese chico, hoy un señor de 60 años, será el próximo presidente del Consejo Europeo de Investigación, el mayor organismo dedicado a financiar la ciencia en el continente.
Esta es la triste historia de aquella foto de 1987.
Ferrari, nacido en Padua (Italia) en 1959, suele empezar sus charlas mostrando un retrato de una chica veinteañera.
“Esta es Marialuisa”, proclama ante su audiencia.
La vio por primera vez, según explica, cuando ella tenía 20 años y él, 23. “Me enamoré de ella hasta tal punto que, unas horas después de conocerla, literalmente, le propuse que nos casáramos”, continúa.
La siguiente diapositiva muestra a Marialuisa en la playa unos meses después.
“Esta es una foto de nuestra luna de miel”, prosigue Ferrari, que por entonces era un jovencísimo matemático becado por la Universidad de California, en Berkeley.
Las imágenes se suceden en la pantalla: la boda, el primer niño, el segundo embarazo de dos niñas gemelas.
Y una foto de toda la familia en 1995.
“Esta es la última foto de Marialuisa viva”.
La mujer de Ferrari murió pocos días después por un cáncer galopante, entre terribles dolores, cuando apenas tenía 32 años.
El matemático, que en aquella época se dedicaba a hacer cálculos sobre el movimiento de las galaxias, se sintió incapaz de seguir investigando asuntos que no tuvieran que ver con la medicina.
“Fue muy trágico. Sentí que tenía que hacer algo contra el cáncer. Si vas a una guerra y tienes un cuchillo, vas con el cuchillo.
Y si tienes una piedra, vas con una piedra. Yo tenía las matemáticas y la física”, recuerda.
Su laboratorio diseña partículas, de un tamaño de millonésimas de milímetro, que inyectadas en la sangre actúan como taxis que transportan fármacos directamente hasta los tumores.
De momento, ha tenido éxito en ratones. Ferrari, que corre ultramaratones, sabe que la ciencia también es una carrera de larga distancia.
En su caso, la muerte de Marialuisa hizo que Ferrari consagrara su vida a aprender sobre el cáncer para poder derrotarlo.
En 2002, la Universidad Estatal de Ohio le fichó como profesor de medicina interna y el científico se dio cuenta de que sabía mucho sobre lo diminuto y muy poco sobre lo demás.
Así que, a sus 43 años, se matriculó en el primer curso de Medicina como un alumno más.
“Los otros estudiantes podían ser mis hijos”, recuerda entre risas.
Sin embargo, Ferrari no tuvo tiempo para acabar la carrera en la que era alumno y profesor a la vez.En 2003, el Instituto Nacional del Cáncer de EE UU le puso al frente de la Alianza para la Nanotecnología contra el Cáncer, un programa nacional que financió a miles de científicos en todo el país.
Y, desde 2010, Ferrari presidía el Instituto de Investigación del Hospital Metodista, un centro en Houston con más de 1.000 investigadores y cientos de ensayos clínicos de nuevos fármacos en marcha.
Los ingenieros de la NASA, subraya, se percataron de que no podían llegar a la Luna con “una sola bola de cañón”.
En su lugar, inventaron un cohete con diferentes módulos para poder salir de la órbita terrestre, alcanzar el satélite, alunizar y regresar a casa.
El equipo de Ferrari intenta hacer lo mismo con el cáncer, diseñando nanopartículas con múltiples etapas: la primera aterriza en el vaso sanguíneo que alimenta al cáncer, la segunda penetra en el tumor, la tercera entra en la célula maligna.
“Matar células cancerosas es muy fácil.
Puedes hacerlo con agua. Puedes ahogar las células cancerosas. El problema no es qué fármaco utilizar, lo difícil es asegurarte de que no mate a todo lo demás”, repite Ferrari en sus conferencias.
Las charlas del italiano tienen un final feliz.
Tras la “increíble tragedia” de la muerte de Marialuisa, Ferrari comenzó una relación con Paola Del Zotto, que había sido su amor platónico en el instituto.
Al poco de empezar, su nueva pareja se quedó embarazada de gemelas. “Paola no tenía hijos y en unos pocos meses tenía cinco. La llamaban la señora De cero a cinco”, bromea el investigador.
Ahora, Mauro, Paola y sus cinco hijos —Giacomo, las gemelas Kim y Chiara y las gemelas Ilaria y Federica— suelen acudir juntos al evento anual itinerante que, desde 1999, homenajea a Marialuisa e intenta concienciar al personal sanitario sobre la necesidad de estar atentos a los primeros síntomas del cáncer y al dolor de los pacientes.
Al matemático le gusta mencionar a Simón de Cirene, el campesino que, según el relato bíblico, se encontró por casualidad con la comitiva que llevaba a Jesucristo a la crucifixión.
El labrador regresaba a su casa del trabajo y, sin comerlo ni beberlo, acabó cargando con la cruz de Jesús. Así se siente Mauro Ferrari.
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