
También escribe libros difícilmente clasificables que relacionan la filosofía y los jardines (Jardinosofía) o reflejan la paradoja de idolatrar y destrozar la naturaleza que caracteriza a nuestra sociedad (Verdolatría), ambos en Turner. En esta entrevista, realizada en Madrid, explica cuánto ha aprendido de las contradicciones de la naturaleza: “No podemos crecer sin cortar las raíces. Una persona debe permanecer hasta cierto punto inadaptada para mantenerse sana: escudarse en el grupo para no hacerse cargo de uno mismo es la peor traición que uno puede cometer contra sí mismo”.
¿Ella gana siempre? Sí. Es una de las pocas cosas que tengo claras. El planeta es 99% biomasa forestal y 0,3% biomasa animal. Ahí está incluida toda la humanidad. Si llevamos el planeta a un colapso ambiental, ¿quién sobrevivirá?
Los humanos necesitamos arraigar y desarraigarnos a la vez. ¿Podemos tener una relación con la naturaleza que no sea paradójica? El relato fundacional de nuestra civilización son dos personas expulsadas de un paraíso natural. Luego empieza la revolución agraria, el gran avance que cada vez se tiene más claro que se produjo porque se había acabado todo lo demás, porque depredaron las otras fuentes de sustento. Es la historia de nuestra especie: somos depredadores.
La autosuficiencia se considera un atributo de sabios.
“Hay que vivir sin demasiado temor pero sin
esperanza. Las expectativas son el germen de nuestro malestar. Vivir
decepcionado no está mal”
O la vives, o te pierdes algo.
Hay que vivir sin demasiado temor pero sin esperanza porque las expectativas son el germen de nuestro malestar. Vivir decepcionado no está mal, ¿por qué tenemos que vivir entusiasmados?
El entusiasmo colectivo me pone de los nervios.
¿La clave de la vida es la dosis? Y el mantenimiento. Plantar un jardín es fácil, mantenerlo exige constancia.
En Verdolatría reta al lector: “La categoría moral e intelectual de una persona puede medirse por cuánta verdad es capaz de soportar”.
Si esa frase da miedo, urge preguntarse por qué. Desarrollamos las mentiras para seguir creyendo en la realidad.
De adolescente, un profesor me ayudó a soportar verdades que me costaba admitir.
Me dijo que todo mi dolor sería un antídoto para crisis en el futuro.
¿Por qué se mete en el berenjenal del autoconocimiento? La escritura tiene que ser valiente.
A mis alumnos [de segundo de bachillerato] les hablo de Antístenes, un discípulo de Sócrates.
Siendo anciano le preguntaron qué había aprendido de la filosofía y respondió que a hablar consigo mismo. Conócete a ti mismo.
La sabiduría empieza ahí.
Pero hoy el diálogo, con uno mismo y con los otros, es cada vez más difícil.
¿Consigue que hablen los chavales? Algunos están con un pie en la delincuencia y busco que se paren a pensar. Uno debe tratar de saber quién quiere ser.
¿Cómo llegó a dar clase a un instituto de Ibiza con alumnos difíciles? Hasta que saqué la plaza como profesor de filosofía había vendido zapatos. Pero al verme funcionario con 26 años, pedí la excedencia.
En Ibiza tenía tiempo para escribir. Había una pequeña comunidad de escritores: Vicente Valero o Toni Marí. Los veía, pero… yo no casaba con ese mundo.
Beruete cuenta que gracias a ese grupo conoció a su primera mujer, 20 años mayor que él y diseñadora de jardines.
Construyeron una casa desde la que se veía Formentera. “Cuando estuvo terminada, bajé de esa atalaya a la tierra. Fue ahí cuando aprendí a soltar”.

¿Cuál fue la suya? Vengo de una familia desestructurada. Mi padre fue un desclasado.
Al casarse con mi madre, de origen humilde, su familia lo apartó.
Ellos pensaron que su amor podría con todo, pero mi madre enfermó.
Tengo seis años… Durante tres años, mis hermanos y yo pasamos todo el día en el jardín.
Mi madre nos mira desde detrás del cristal.
Tenía cáncer y sufría alucinaciones. Cuando murió, a mi padre le pudo el dolor y tapió la casa.
Nos envió a cada hijo con un amigo. Le sobrábamos. Nos acogió mi abuela, pero a los 16 años vivíamos solos y yo cuidaba de mis hermanos.
No tuve estabilidad emocional hasta muy mayor. Mi infancia me hizo incrédulo. He sido una persona desconfiada del discurso oficial, pero con gran necesidad de aceptación.
¿Cómo hacer que un adolescente pegado a una pantalla se interese por la filosofía? Trato de mostrar lo que he aprendido, que es a estar tranquilo.
Les digo que, hagan lo que hagan, la filosofía va con ellos.
¿Por qué tiene alumnos conflictivos? En las últimas décadas, Ibiza ha sufrido una transformación social salvaje. El monocultivo turístico la ha convertido en una economía volcada en la ostentación.
Eso para mí la hace atractiva, pero muchos amigos consideran que estoy loco.
En Verdolatría ataca algunas terapias que relacionan cuerpo y alma, y hace una loa a la horticultura como terapia educativa. Estoy en contra de aquello que promete lo que no puede dar.
Pero cualquier aprendizaje depende tanto del profesor como del alumno.
Ibiza es también un escaparate de las terapias espirituales más peregrinas.
Una de mis profesoras de yoga es antigua alumna mía. Yo los ponía firmes desde las ideas y ella me pone ahora firme desde el control del cuerpo.
El mando cambia, el objetivo es el mismo.
¿La búsqueda del conocimiento conduce a un jardín o parte de él? El jardín está al principio y al final.
El budismo lo dice: quien cuida un jardín está cuidándose él.
¿Qué hacemos con el sabio de biblioteca? Hay que replantarlo para replantearlo.
Yo he sido durante años un ratón de biblioteca. Y he visto más saliendo.
¿El conocimiento conduce siempre a la buena vida? Creo que la bondad es un atributo de la inteligencia. Vivimos en una sociedad que asocia bondad a falta de carácter.
Pero las mejores personas son sabias.
Howard Gardner, estudioso de las inteligencias múltiples, dice que nadie llega a ser excelente en un campo profesional sin ser bueno.
Hay personas excelentemente dañinas… A la excelencia solo se llega con mucho esfuerzo.
No hay felicidad de garrafón.
Cada uno tiene que desarrollar su propia fórmula.
Para mí tiene que ver con un viaje hacia dentro. Con reconocer quién es uno.
¿Se puede alcanzar sin dolor? ¿Qué entendemos por dolor? La jardinería tiene mucho de dolor grato.
Pero creo que la tormenta interna es un peaje que hay que pagar. Verte a la intemperie, estar desasistido y cuestionarte enteramente es un aprendizaje que solo puede hacer uno mismo.
Hablo de quedarte sin cobijo ante tus mentiras, tus justificaciones, todo aquello que te ayuda a vivir.
¿La mayoría de las personas nos autoengañamos?
Cuestionarse de veras es un camino sin vuelta atrás.
Estamos más dispuestos a creer en la verdad que a buscarla.
Yo estoy en una fase en la que lo que me interesa es buscarla.
La verdad es siempre algo personal.
Eso desactiva la maldad implícita en todas las creencias colectivas.
En clase aprendemos a atrevernos a mirar la realidad.
¿Qué alienta nuestra ceguera? Casi todo lo que nos rodea.
Tenemos muy poca tolerancia a la incertidumbre y una asombrosa tolerancia a la mentira.
Hemos metabolizado ese engaño consentido.
Los chavales están acostumbrados a engañarse y a pensar que las mentiras que uno se cuenta a sí mismo son verdad.
¿El reencuentro con uno mismo, la reconexión vital, se da mejor en un paisaje natural? Creo que sí, y lo digo tras criticar las terapias alternativas.
La razón es que las plantas son tan extrañas y tan familiares que no hemos desarrollado prejuicios intelectuales.
Son un ser vivo y nos exigen cuidado: si no las riegas o te pasas de agua, las matas.
Pero tienen mucha resistencia y por eso nos permiten un diálogo menos exigente. De las plantas viene todo lo que necesitamos y ninguna amenaza.
“Trato de mostrar lo que he aprendido, que es a
estar tranquilo.
A mis alumnos les digo que, hagan lo que hagan, la
filosofía va con ellos”
Nos cuesta entenderlo porque los hemos sacralizado. Pero cuesta disociar su lucidez del consumo de cornezuelo y otras plantas.
Forma parte de la tradición cultural de todos los pueblos. Dijeron cosas muy sensatas y auténticas memeces.
¿Cuántas frases esculpidas en el mármol de la historia son idioteces firmadas por los grandes hombres? “El infierno son los otros” (Sartre), “La malignidad hace más interesante la existencia” (Kierkegaard),
“Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras no la ame” (Wilde)…
¿Defiende el uso de las drogas? La dosis es lo que convierte una droga en veneno o en cura.
¿Las ha usado? Probado. Y no todas. Sé lo destructivas que pueden ser.
Mi hermana fue yonqui. Tengo amigos heroinómanos muertos.
Aun así, ¿defiende la droga como una experiencia vital que no deberíamos perdernos? Es complicado decirlo, pero es una experiencia espiritual.

¿Qué le ha costado más conseguir? Yo era extraordinariamente impaciente.
Y vivía en una insatisfacción permanente. Hoy creo que esto es lo que hay, y con lo que hay, hay que hacer magia.
¿El mal de nuestro siglo es la insatisfacción? Tenemos expectativas que no se pueden cumplir porque el propio mundo está organizado para que no se cumplan.
Eso genera ansiedad.
Nos lleva a ser individualistas. Nos convierte en consumidores.
El contacto con la naturaleza rompe ese ciclo porque tiene otro ritmo.
Mucho de lo que consideramos avances pasa por romper ese ritmo de la naturaleza: llevar agua donde no la hay, construir sobre el agua.
Que queramos imponer nuestro criterio al de la naturaleza nos define.
Hoy, o nos cargamos la naturaleza, o la idealizamos.
¿Siempre ha tenido plantas? En un momento que estuve muy mal, me encerré en mi casa y la llené de plantas. Llegué a tener cientos.
Nunca dejé de cuidarlas. Creo que era una proyección de mi selva mental.
El mercado mundial de flores de Aalsmeer, al sur de Ámsterdam, que retrata en Verdolatría, da pavor. Regalamos flores como gesto de cariño y ocultan desde explotación infantil hasta monocultivos que están terminando con la diversidad de la flora.
Es un modelo perverso.
¿Qué hacer? Las autóctonas son el camino.
Exigimos respeto por la biodiversidad y entre nosotros tendemos hacia la más absoluta homogeneización.
Francis Bacon decía que la única manera de domar la naturaleza es obedeciéndola.
Es así: quien cultiva la naturaleza se deja cultivar.
“He visto mucha riqueza y grandes vacíos
emocionales.
El camino de acumular no tiene fin y no lleva a ninguna
parte: solo a desconectar de la realidad y de ti mismo”
Enseñamos a los chicos a esforzarse para alcanzar cierto estatus y una buena vida, y ¿cuál es nuestra idea de una buena vida?
Un jardín hace lo contrario: va soltando y soltando. He visto mucha riqueza acumulada y grandes vacíos emocionales.
El camino de acumular no tiene fin y no lleva a ninguna parte: solo a desconectar de la realidad y de ti mismo.
Los ricos tienen el gran privilegio de poder mentirse más que los demás sin que nadie les contradiga las mentiras.
El jardín enseña otra vía porque, si le das demasiado, lo matas.
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