Fernán Caballero fue en realidad una mujer disfrazada bajo un pseudónimo.
Algunos autores deben lamentar hoy no ser autoras para recibir algo
más de atención en tiempos en que las editoriales buscan eminentemente
voces de mujer ante el tsunami feminista.
Pero a lo largo de la historia fue al contrario: muchas mujeres se vieron obligadas a adoptar pseudónimos masculinos para lograr publicar y abrirse paso en el mundo editorial.
Fue el caso de Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea (1796-1877), que eligió el nombre de Fernán Caballero y con él consiguió convertirse en “el autor español” más traducido y leído en Europa. El crítico José Fernández Montesinos le atribuye el inicio de la novela española contemporánea.
Y no fue precisamente gracias a su padre el impulso que adquirió esta
española hija de alemán y gaditana con una relación complicada que
quedó plasmada en cartas que volaban como balas entre Alemania y España
cuando se separaron.
Él explicaba así las causas:
“Las vejaciones que la suerte me impone por las rarezas de mi mujer.
Si mi mujer ha tenido la inconcebible locura de imaginarse que tal cual es ahora es necesaria para mi felicidad, está atrozmente engañada.
Si no quiere ser otra, ha hecho muy bien en marcharse; cuando ella cambie, cuando se convierta en humilde, dócil, obediente, complaciente y económica, será recibida por mí con los brazos abiertos”
. Lo escribió en 1805, según recoge la biografía escrita por Milagros Fernández Poza para la colección Mujeres en la Historia.
Esa madre que no quiso ser otra, ni dócil, ni obediente, ni económica, por el contrario intentó inculcar en sus hijos e hijas sin distinción el amor a la literatura.
Sobre ello discreparon exmarido y exmujer en un diálogo de sordos que las cartas han reflejado como testimonio del machismo estructurado que intentaba doblegar entonces a la mujer:“La esfera intelectual no se ha hecho para las mujeres”, escribía el padre a su exmujer.
“Dios ha querido que el amor y el sentimiento sean su elemento. ¿Por qué son desgraciadas todas las mujeres sabias? ¿Por qué se las detesta? ¿Por qué se las ridiculiza, por lo menos?
No he encontrado todavía una mujer a quien la más pequeña superioridad intelectual no produzca alguna deficiencia moral.
El día que quemes tus ‘Derechos de la mujer’ será para mí un gran día”.
En carta con fecha de 14 de septiembre de 1806, ella le responde: “Quitándoles a las mujeres la facultad de juzgar por sí, de formarse sus principios y carácter, se las hace esclavas de sus pasiones, y cuando las quieran subordinar a la razón del hombre –como si la razón y el alma tuviesen sexo–, y si aquel hombre destinado a guiarlas no tiene razón… ¿qué harán las pobres entonces?”.
Su madre no quiso ser otra, como le pedía su padre.
Cecilia no fue otra sino otro, al menos de nombre. Un eficaz disfraz en forma de pseudónimo que adoptó para llevar adelante su carrera.
Todo ha cambiado y los estantes hoy están llenos de autoras pero, por fortuna, ningún hombre necesita pseudónimo de mujer.
Pero a lo largo de la historia fue al contrario: muchas mujeres se vieron obligadas a adoptar pseudónimos masculinos para lograr publicar y abrirse paso en el mundo editorial.
Fue el caso de Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea (1796-1877), que eligió el nombre de Fernán Caballero y con él consiguió convertirse en “el autor español” más traducido y leído en Europa. El crítico José Fernández Montesinos le atribuye el inicio de la novela española contemporánea.
'Mujeres en la historia'
La biografía ‘Fernán Caballero’ llega mañana a los quioscos (9,95
euros).
Es la tercera entrega de la colección de EL PAÍS ‘Mujeres en la
historia’, que está también disponible en la web
Recoge la vida de una treintena de mujeres que marcaron un hito.
Él explicaba así las causas:
“Las vejaciones que la suerte me impone por las rarezas de mi mujer.
Si mi mujer ha tenido la inconcebible locura de imaginarse que tal cual es ahora es necesaria para mi felicidad, está atrozmente engañada.
Si no quiere ser otra, ha hecho muy bien en marcharse; cuando ella cambie, cuando se convierta en humilde, dócil, obediente, complaciente y económica, será recibida por mí con los brazos abiertos”
. Lo escribió en 1805, según recoge la biografía escrita por Milagros Fernández Poza para la colección Mujeres en la Historia.
Esa madre que no quiso ser otra, ni dócil, ni obediente, ni económica, por el contrario intentó inculcar en sus hijos e hijas sin distinción el amor a la literatura.
Sobre ello discreparon exmarido y exmujer en un diálogo de sordos que las cartas han reflejado como testimonio del machismo estructurado que intentaba doblegar entonces a la mujer:“La esfera intelectual no se ha hecho para las mujeres”, escribía el padre a su exmujer.
“Dios ha querido que el amor y el sentimiento sean su elemento. ¿Por qué son desgraciadas todas las mujeres sabias? ¿Por qué se las detesta? ¿Por qué se las ridiculiza, por lo menos?
No he encontrado todavía una mujer a quien la más pequeña superioridad intelectual no produzca alguna deficiencia moral.
El día que quemes tus ‘Derechos de la mujer’ será para mí un gran día”.
En carta con fecha de 14 de septiembre de 1806, ella le responde: “Quitándoles a las mujeres la facultad de juzgar por sí, de formarse sus principios y carácter, se las hace esclavas de sus pasiones, y cuando las quieran subordinar a la razón del hombre –como si la razón y el alma tuviesen sexo–, y si aquel hombre destinado a guiarlas no tiene razón… ¿qué harán las pobres entonces?”.
Su madre no quiso ser otra, como le pedía su padre.
Cecilia no fue otra sino otro, al menos de nombre. Un eficaz disfraz en forma de pseudónimo que adoptó para llevar adelante su carrera.
Todo ha cambiado y los estantes hoy están llenos de autoras pero, por fortuna, ningún hombre necesita pseudónimo de mujer.
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