Marlaska ha optado por retirar discretamente el lodo ajeno y dejar el baño presuntamente limpio para el próximo.
Hay cuestiones que afectan íntimamente a la vida de los españoles y
las españolas de las que no se habla en campaña.
Un poner: ¿cuántas veces vas entre prisa y prisa al baño del trabajo, haces lo tuyo a ciegas y, al levantarte a tirar de la cadena, te encuentras los detritus de otro u otros incrustados en las paredes del inodoro?
Es entonces cuando se apodera de ti la duda metódica. Fuera hay gente esperando, así que tienes que pensar rápido.
Si dejas el pastel tal cual, van a pensar que es tuyo por mucho que digas que tú no has sido.
Si lo limpias y les refieres tu hazaña, además de quedar poco elegante, vas a darles el desayuno.
Si lo limpias y te callas, te conviertes en cómplice del autor de los hechos al blanquear su conducta, pero al menos salvas el culo de cara a la galería.
Total, que 99 de cada 100 veces eliminas las pruebas del delito cagándote en todos los muertos del delincuente y sales del excusado con el estómago en la boca del asco pero con cara de aquí no ha pasado nada.
Limpiar las cloacas del Estado debe de ser pelín más peliagudo que resolver esos contratiempos cotidianos, pero, mal comparado, viene a ser lo mismo.
Si llegas a un ministerio con el tiempo tasado y, al ir a dejar tu huella, te encuentras con las heces de tus antecesores en el cargo, puedes hacer dos cosas.
Hacer la vista gorda y obrar tú encima contribuyendo a engrosar la capa de inmundicia; o retirar discretamente el lodo ajeno, relegar a galeras a los sospechosos de la cagada hasta que se depuren responsabilidades judiciales y dejar el baño presuntamente limpio para el próximo.
Parece que el ministro Marlaska ha optado por la segunda en el hediondo asunto de la llamada “policía patriótica” de su exhomólogo Fernández Díaz.
Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo. Solo el tiempo dirá, si lo dice, si se ha manchado con la escobilla.
Un poner: ¿cuántas veces vas entre prisa y prisa al baño del trabajo, haces lo tuyo a ciegas y, al levantarte a tirar de la cadena, te encuentras los detritus de otro u otros incrustados en las paredes del inodoro?
Es entonces cuando se apodera de ti la duda metódica. Fuera hay gente esperando, así que tienes que pensar rápido.
Si dejas el pastel tal cual, van a pensar que es tuyo por mucho que digas que tú no has sido.
Si lo limpias y les refieres tu hazaña, además de quedar poco elegante, vas a darles el desayuno.
Si lo limpias y te callas, te conviertes en cómplice del autor de los hechos al blanquear su conducta, pero al menos salvas el culo de cara a la galería.
Total, que 99 de cada 100 veces eliminas las pruebas del delito cagándote en todos los muertos del delincuente y sales del excusado con el estómago en la boca del asco pero con cara de aquí no ha pasado nada.
Limpiar las cloacas del Estado debe de ser pelín más peliagudo que resolver esos contratiempos cotidianos, pero, mal comparado, viene a ser lo mismo.
Si llegas a un ministerio con el tiempo tasado y, al ir a dejar tu huella, te encuentras con las heces de tus antecesores en el cargo, puedes hacer dos cosas.
Hacer la vista gorda y obrar tú encima contribuyendo a engrosar la capa de inmundicia; o retirar discretamente el lodo ajeno, relegar a galeras a los sospechosos de la cagada hasta que se depuren responsabilidades judiciales y dejar el baño presuntamente limpio para el próximo.
Parece que el ministro Marlaska ha optado por la segunda en el hediondo asunto de la llamada “policía patriótica” de su exhomólogo Fernández Díaz.
Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo. Solo el tiempo dirá, si lo dice, si se ha manchado con la escobilla.
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