El pasado 10 de febrero, Batygin, Brown y dos colegas más publicaron una revisión
de todos los datos que sustentan la existencia del nuevo planeta y
concluyeron que es difícil explicar el movimiento de las rocas heladas
del cinturón de Kuiper sin la existencia de un planeta de gran tamaño
que provoque sus extraños movimientos. Brown, conocido por ser uno de
los principales responsables de relegar a Plutón a planeta enano, cree
que, con la tecnología disponible, se debería detectar el nuevo planeta
en los próximos diez años o al menos conocer mejor su órbita probable.
Otro de los frentes en la búsqueda del nuevo planeta del sistema
solar, que sería el primero descubierto desde el siglo XIX y solo el
tercero desde la Antigüedad, es la búsqueda de nuevos objetos en el
cinturón de Kuiper que pueden ampliar la información indirecta sobre el
mundo desconocido.
Esa pesquisa está liderada hasta el momento por un
trío de astrónomos estadounidenses.
Scott Sheppard, de la Institución
Carnegie, David Tholen, de la Universidad de Hawái, y Chad Trujillo, de
la Universidad del Norte de Arizona, han descubierto el 80% de los
nuevos mundos en esta lejana región a más de 9.000 millones de
kilómetros de distancia del Sol.
En diciembre, este trío descubrió Farout
(nombre que se puede traducir como Lejano), un cuerpo tres veces más
alejado del Sol que Plutón, y en enero batieron su propio récord
añadiendo al catálogo Farfarout (que traduciremos como Aún más lejano).
Unos meses antes, en octubre, habían identificado a El Duende, un
planeta enano de apenas 300 kilómetros de diámetro, tan excéntrico que
tarda 40.000 años en completar una vuelta al Sol.
Su excentricidad,
según afirmaban Shepard y sus colegas, podría explicarse por la
presencia del planeta nueve.
Si finalmente se localiza a partir de sus efectos
gravitacionales, se uniría a Neptuno.
En la década de 1840 aún eran
siete los planetas conocidos del sistema solar.
El último
descubierto había sido Urano, en 1781, y pese al tiempo transcurrido,
los astrónomos no habían sido capaces de explicar las irregularidades de
su órbita.
Esto cambió cuando el matemático Urbain Le Verrier analizó
sus movimientos y dedujo que debía haber algún otro planeta perturbando a
Urano.
Poco después de que Le Verrier hiciese público su estudio,
astrónomos en Alemania utilizaron sus cálculos para localizar Neptuno
exactamente en el lugar donde el francés predijo que estaría.
La proeza de Le Verrier empujó a otros astrónomos a tratar de hacer
conjeturas similares, pero este tipo de búsquedas han tenido fracasos
sonados.
En el siglo XIX, una anomalía en la órbita de Mercurio se trató de explicar con un planeta llamado Vulcano,
y en los ochenta, se propuso la existencia de una estrella enana marrón
atrapada por el Sol a 1,5 años luz de distancia.
Ni el planeta ni la
estrella se han encontrado jamás.
A medio camino entre el éxito y el
fracaso quedó el esfuerzo de Percival Lowell, que construyó un
observatorio en Arizona (EE UU) para buscar planetas más allá de
Neptuno.
Los cálculos en los que basaba sus pesquisas eran erróneos,
pero desde uno de sus telescopios se observó por primera vez, en 1930,
Plutón.
No era exactamente lo que buscaban, pero mantuvo su categoría de
planeta nueve durante más de siete décadas.
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