Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

17 mar 2019

El principito: fragmentos del libro más querido del siglo XX

Considerada un libro infantil por la forma en la que se encuentra escrito, El principito es una novela corta con alto contenido poético y llena de ilustraciones en acuarela hechas por el mismo autor, que revela observaciones profundas sobre la soledad, el absurdo, el amor y la naturaleza humana.
La obra narra el encuentro de un piloto perdido en medio del desierto, con un pequeño príncipe que dice venir de otro planeta, con quien traba una gran amistad mientras este niño le cuenta sus historias interplanetarias con reyes, geógrafos, flores, zorros y más personajes, al tiempo que el piloto trata de reparar su nave.
El libro se basa en parte en la biografía del escritor, como su carrera de aviador y su caída en medio del desierto —para luego ser salvado por un beduino—, así como su propia infancia y otras experiencias personales.
El principito fue publicado tan solo un año antes del fallecimiento del escritor en julio de 1944, cuando se le declaró desaparecido luego de subir a un avión caza en una misión de reconocimiento, no pudiendo experimentar el autor toda la repercusión y popularidad que obtendría su libro.

Boceto de Antoine de Saint-Exupéry de ‘El rey’ personaje de El Principito. Cortesía de The Morgan Library & Museum Nueva York.

A Leon Werth:

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor.
 Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de entenderlo todo, hasta los libros para niños. 
Tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío.
 Verdaderamente necesita consuelo. Si todas esas excusas no bastasen, bien puedo dedicar este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. 
Todos los mayores han sido primero niños. (Pero pocos lo recuerdan). Corrijo, pues, mi dedicatoria:
A LEON WERTH
CUANDO ERA NIÑO

VII

Al quinto día y también en relación con el cordero, me fue revelado este otro secreto de la vida del principito. Me preguntó bruscamente y sin preámbulo, como resultado de un problema largamente meditado en silencio:
—Si un cordero se come los arbustos, se comerá también las flores ¿no?
—Un cordero se come todo lo que encuentra.
—¿Y también las flores que tienen espinas?
—Sí; también las flores que tienen espinas.
—Entonces, ¿para qué le sirven las espinas?
Confieso que no lo sabía. Estaba yo muy ocupado tratando de destornillar un perno demasiado apretado del motor; la avería comenzaba a parecerme cosa grave y la circunstancia de que se estuviera agotando mi provisión de agua, me hacía temer lo peor.
—¿Para qué sirven las espinas?
El principito no permitía nunca que se dejara sin respuesta una pregunta formulada por él.
 Irritado por la resistencia que me oponía el perno, le respondí lo primero que se me ocurrió:
—Las espinas no sirven para nada; son pura maldad de las flores.
—¡Oh!
Y después de un silencio, me dijo con una especie de rencor:
—¡No te creo! Las flores son débiles. Son ingenuas. Se defienden como pueden. Se creen terribles con sus espinas…
No le respondí nada; en aquel momento me estaba diciendo a mí mismo: “Si este perno me resiste un poco más, lo haré saltar de un martillazo”. El principito me interrumpió de nuevo mis pensamientos:
—¿Tú crees que las flores…?
—¡No, no creo nada! Te he respondido cualquier cosa para que te calles. Tengo que ocuparme de cosas serias.
Me miró estupefacto.
—¡De cosas serias!
Me miraba con mi martillo en la mano, los dedos llenos de grasa e inclinado sobre algo que le parecía muy feo.
—¡Hablas como las personas mayores!
Me avergonzó un poco. Pero él, implacable, añadió:
—¡Lo confundes todo…todo lo mezclas…!
Estaba verdaderamente irritado; sacudía la cabeza, agitando al viento sus cabellos dorados.
—Conozco un planeta donde vive un señor muy colorado, que nunca ha olido una flor, ni ha mirado una estrella y que jamás ha querido a nadie. En toda su vida no ha hecho más que sumas. Y todo el día se lo pasa repitiendo como tú: “¡Yo soy un hombre serio, yo soy un hombre serio!”… Al parecer esto le llena de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!
—¿Un qué?
—Un hongo.
El principito estaba pálido de cólera.
—Hace millones de años que las flores tiene espinas y hace también millones de años que los corderos, a pesar de las espinas, se comen las flores.
 ¿Es que no es cosa seria averiguar por qué las flores pierden el tiempo fabricando unas espinas que no les sirven para nada? ¿Es que no es importante la guerra de los corderos y las flores?
 ¿No es esto más serio e importante que las sumas de un señor gordo y colorado? Y si yo sé de una flor única en el mundo y que no existe en ninguna parte más que en mi planeta; si yo sé que un buen día un corderillo puede aniquilarla sin darse cuenta de ello, ¿es que esto no es importante?
El principito enrojeció y después continuó:
—Si alguien ama a una flor de la que sólo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas, basta que las mire para ser dichoso.
 Puede decir satisfecho: “Mi flor está allí, en alguna parte…” ¡Pero si el cordero se la come, para él es como si de pronto todas las estrellas se apagaran! ¡Y esto no es importante!
No pudo decir más y estalló bruscamente en sollozos.
La noche había caído. 
Yo había soltado las herramientas y ya no importaban nada el martillo, el perno, la sed y la muerte. ¡Había en una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, un principito a quien consolar! Lo tomé en mis brazos y lo mecí diciéndole: 
“la flor que tú quieres no corre peligro… te dibujaré un bozal para tu cordero y una armadura para la flor…te…”. No sabía qué decirle, cómo consolarle y hacer que tuviera nuevamente confianza en mí; me sentía torpe. ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!




El escritor francés Antoine de Saint-Exupéry.


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