Pierre Casiraghi y su esposa Beatrice Boromeo, a su llegada al Baile de la Rosa, que organiza Carolina de Mónaco.
La actriz Carole Bouquet, futura suegra de Carlota Casiraghi y Charlotte Giacobetti, invitadas de honor de los Grimaldi.
Alberto de Mónaco posa con su hermana Carolina y
Carole Bouquet, en lo que se interpreta como la oficialización del
compromiso de Carlota Casiraghi y Dimitri Rassam.
Dimitri Rassam y Charlotte Casiraghi, con Pierre Casiraghi y Beatrice Boromeo.
Los hermanos Grimaldi y sus parejas.
Carolina de Mónaco, vestida con un traje de la última colección de Karl Lagerfeld y su hermano el príncipe Alberto.
Una imagen de la decoración de Baile de la Rosa, que festeja la llegada de la primavera, una cita diseñada por Karl Lagerfeld.
Dimitri Rassam y Carlota Casiraghi se dejaron ver el público acallando rumores sobre su relación.
Muerto
hace 30 años tras una vida de novela, creadores y expertos reivindican
la mirada del prolífico y excesivo creador del comisario Maigret y la
calidad de toda su obra.
Se le conoció como el hombre de las 10.000 mujeres y los
400 libros.
Lo primero puede ser algo exagerado; lo segundo, no.
Personaje excesivo de biografía imposible, Georges Simenon
(Lieja, 1903- Lausana, 1989) dejó tras él una obra descomunal, un
legado literario del que el comisario Jules Maigret es solo una parte y
cuya mirada sigue ofreciendo claves sobre el ser humano de hoy.
Con
motivo de los 90 años de la primera aparición de Maigret en La maison de l’inquiétude, creadores y editores reivindican en el festival Quais du Polar de Lyon la figura de quien para el Nobel e íntimo amigo suyo André Gide era “el novelista más grande y más auténtico”.
“Es seguramente uno de los pocos si no el único autor de
literatura policial reconocido como gran autor literario.
Como grafómano
que escribía todo el tiempo –no solo las historias de Maigret sino
también las llamadas novelas duras, que son magníficas– constituye una
especie de anomalía.
Era un hombre que vivía para la escritura y su
capacidad para escribir tanto y tan bien todo el tiempo le convierte en
una especie de genio”, resume a EL PAÍS Stéfanie Delestré, editora de la
Série Noire de Gallimard.
Nacido en una familia belga pequeño burguesa, este hombre
precoz en todo que a los 15 dejó el colegio, a los 16 ya trabaja como
periodista y a los 27, antes de publicar el primer libro con su nombre,
ya conoce el éxito masivo gracias a más de 150 relatos y novelas populares
firmadas bajo seudónimos como George Sims o Jean Du Perry, encierra una
gran paradoja. Famoso y millonario con gusto por la ostentación, su
vida está construida bajo un plan preciso del que poco sabemos con
certeza.
La verdad no está en las entrevistas o en las memorias a las
que se dedicó con profusión cuando dejó la ficción en 1972, sino en
detalles, pistas y rasgos dispersados por su ficción.
John Simenon, Johnny, el hijo nacido en EE UU,
es quizás quien mejor representa esta mezcla entre la creación y la
existencia.
“Mi relación con la obra de mi padre no es complicada, pero
sí paradójica.
Cuando empecé a leerlo sentía cierto malestar con algunos
elementos que no eran biográficos pero que yo reconocía.
Son
características de los personajes porque las historias nunca eran
biográficas, pero estaban ahí.
Dejé de leerlo y cuando volví a los 35
redescubrí su obra de manera diferente; me di cuenta de cómo mi
educación y mi juventud estuvieron marcadas por una ética y un espíritu
que estaban en sus libros”.
Sus episodios más oscuros -–la relación con
su madre y su hermano o su actitud durante la ocupación nazi de Francia–
están también ahí, en trazos sutiles, para quien sepa rastrearlos.
A punto de ganar el Goncourt en 1937, Simenon también sonó con
insistencia para el Nobel en 1961 pero su gran culminación literaria
llegó con la publicación de parte de su obra en La Pléiade de Gallimard
en 2003.
Precisamente con Gaston Gallimard Simenon demostró que no era
un escritor cualquiera.
Rompió con el editor que lo había llevado a la
gloria para irse con otro desconocido con el que ganar más, una
operación que redefinió la posición de los escritores en el negocio en
aquel tiempo.
Si hay un biógrafo que se ha acercado más a la figura real
es Pierre Assouline, quien en dos pinceladas define al personaje y al
autor. La primera, en el prólogo de la colección Tout Maigret, que acaba
de salir en francés (Ómnibus):
“Su genialidad radica en que siempre
habla del lector sin interpelar al lector”.
La segunda en su libro Simenon
(Folio): “Durante demasiado tiempo ha sido presentado como un fenómeno
conocido por su notoriedad mientras que él quería ser ante todo un
novelista y nada más que eso porque no servía más que para eso”.
Si después de tanto destruir algo ha construido Internet, es furor
poético. La buena salud del género ha quedado de manifiesto en el Congreso Internacional de la Lengua,
celebrado hasta el sábado en Córdoba (Argentina). Tiene mucho que ver
con la onda de expansión masiva que provoca la red. Y con la destreza
con que la dominan los millennials. Lo dijo Elvira Sastre,
poeta segoviana, de 27 años, estrella en la reunión: “Se está
expandiendo gracias a ese medio y no hay quien la pare”. Sastre representa un símbolo del presente renacer. En todo el
territorio de este "español trufado", en palabras del poeta peruano
Alonso Ruiz Rosas. Llena distintos aforos en México, Colombia, Perú…
Como no, en Argentina, donde ha leído y ha participado junto a otros
representantes de distintas generaciones en coloquios y sesiones de
lectura multitudinarios a los que arrastró público y donde arrancó
ovaciones.
Como le sucedió junto a Joaquín Sabina en el Teatro del
Libertador. Ocurrió al leer Somos mujeres. El aplauso fue tan
estruendoso, que ella, con su recia discreción castellana, hacía gestos
al público como para indicarles que pararan.
Vive la calle y habita el espacio online con el mismo desparpajo. Del
blog, pasó a vender decenas de miles de copias en papel de sus
poemarios. En el twit, persigue el aforismo perpetuo. Con la novela se
ha estrenado ganando el premio Biblioteca Breve por Días sin ti. Se obsesiona con la búsqueda del poema: “Como si cada uno de ellos
fuera un pez y el océano de la literatura lo escondiera todo”.
En eso nada le separa de sus maestros.
Uno de ellos es Benjamín
Prado, que también convocó multitudes. Él ha estado atento al fenómeno
de la nueva generación desde su atalaya física de metro noventa y con la
actitud de quien sabe conceder relevos.
Prado tiene muy presente que a
él también le ayudaron cuando fue demasiado joven. Sobre todo Rafael
Alberti y Ángel González. “Los recuerdo o los cito cada día”, confiesa.
Y a veces, como le ocurrió el sábado en Córdoba, se le cruza un nudo
en la garganta al hacerlo cuando le dio por recitar la canción que le
compuso junto a Sabina para el último de ellos: Menos dos alas.
Tuvo que parar por el mal rato.González respondía a la estirpe con que María Negroni, poeta
argentina, trata de definir la madera de los suyos: “Los que descienden a
lo desconocido en una ceguera trabajosa quien sabe que lo real no
resulta articulable, un antídoto contra el discurso autoritario, alguien
que huye de la cárcel de lo convencional…”. También alguien entregado a
lo reflexivo, que se expresa entre hachazos y caricias del pensamiento. Eso que, como cuenta el dominicano José Marmol, vio un filósofo como
Heidegger en un poeta como el romántico Hölderlin. “Un ser determinado a
escapar de la dictadura de lo igual”, comenta Marmol. Y siempre dispuesto a compartir versos sin que importe el precio. En
eso, Martín Prieto, poeta argentino, ve una ventaja. Él ha organizado
encuentros literarios en su país y con ello ha podido observar que la
flexibilidad de los poetas a la hora de acudir es mucho más amplia que
la del resto. “Quizás ahí se esconda una de las razones por las que
tienen tanto público. Siempre están dispuestos a ir donde sea y
encontrarse con otros. Extienden así sus contactos y sus redes propias.
Da igual que les propongas viajar en colectivo (autobús) o dormir en
pensiones. Apenas nada les impide acudir”. Esa diferencia, esta vez con hoteles decentes, se ha puesto de
manifiesto con mucha pujanza y de manera refrescante en Córdoba. Los
poetas han reivindicado su soberanía sobre la lengua en un congreso,
quizás demasiado volcado a la obsesión digital. Algo que ha producido
lagunas para un género también hoy con extraña salud de hierro, como el
teatro. Menos mal que ese aspecto lo reivindicó Nuria Espert, gracias a
Lorca. La gran dama llenó el Real de Córdoba con su escenificación,
junto a Lluìs Pasqual, del Romancero gitano. Los dramaturgos y quienes dan vida sobre un escenario a la palabra
han quedado en la cuenta a deber para el próximo congreso. Será, muy
probablemente, en Arequipa (Perú), la ciudad donde nació Mario Vargas
Llosa.
Hay ventajas e inconvenientes en el hecho de que la tuya sea la
última entrevista del día. El entrevistado está tan cansado y/o harto de
contarle su vida a desconocidos que, o bien te despacha con topicazos, o
baja la guardia y se quita el escudo . Sobral, trasplantado de corazón
aún no hace dos años, parece exhausto. Son las siete de la tarde, lleva
en pie desde las cinco de la mañana, ha dado un concierto para la prensa
y, derrengados todos en los divanes de la terraza VIP de un hotel VIP
de Madrid, sus asistentes le animan insistiéndole en que esta es la
última. Empezamos bien. Un chico amable e hipersensible respondiendo
“con actitud zen” para vender su disco. En un momento concreto, sin
embargo, molesto quizá por alguna pregunta, muda el gesto y se vuelve
opaco . Entre medias pasó esto.
Es lo que pretende. Es un renacimiento. Un canto a la alegría. Mi
mayor grito de libertad después de todo lo que pasé en su día. Es una
canción con mucha luz, sol y felicidad. Para bailar y bailar. ¿Antes estaba a oscuras? A veces. Había luz y sombras. El tiempo más oscuro fue el que estuve
en el hospital. Seis meses malos. Pero después empecéa ver la luz y a
componer el disco. Me ha impresionado lo que ha dicho en el concierto: que, al ver que sobrevivía, cayó en que había que pagar las facturas. La euforia dura poco, porque ves que la vida es frágil. Las cosas
siguen pasando, y vivo la vida con más intensidad, porque sé que en
cualquier momento se puede torcer. Pero, al final, uno se da cuenta de
que hay que pagar el alquiler. Entonces decidí volver a tocar, que es lo
que más me gusta hacer. ¿No lo considera trabajo?
'París, Lisboa'
Así ha titulado Salvador Sobral (Lisboa, 1989) su primer álbum
después de su trasplante de corazón en 2017. Políglota y polifónico, el
ganador de Eurovisión lleva apuntado a boli en el dorso de la mano una
nueva fecha fetiche: 17 de mayo, su recital en el Palau de la Música de
Barcelona.
No, para mí el trabajo es esto. Hacer entrevistas. Lo demás es tocar y
estar con los amigos y viajar y comer bien y estar en hoteles... ....tan lujosos como este. No. Los hoteles demasiado lujosos me asustan un poco. Tengo muchos
amigos y prefiero quedarme en su casa, aunque tenga que discutir con mi
gente. Soy tan antidiva que a veces termino siendo una diva y acabo
haciendo una escena de diva contra diva. Veo que no acepta órdenes. ¿De qué se siente esclavo cuando uno le ha visto las orejas al lobo? De las cosas que no controlas. Eso es lo peor. Cuando no controlas y
estás a merced de otro, o de la vida en general. Es lo que más miedo me
da: no saber qué va a pasar. Por eso no me inquietan los conciertos,
porque controlo yo.
Un amigo corresponsal decía que se tenía que tomar vacaciones de Portugal para sobrellevar lo melancólico de su carácter. Sí, somos un país melancólico, pero con encanto. La melancolía está
presente en todo mi ser. Pero es una melancolía productiva para el arte,
para la interpretación, como también lo es la alegría . Todas las
sensaciones son legítimas a la hora de crear: reír, llorar, ganas de
follar. Todo es legítimo. Oyéndole hablar parece usted bastante mayor de sus 29 años. ¿Sí? Me siento el eterno joven. Un poco Peter Pan, al menos como artista. ¿Tú cuántos me echas? No sé, 40, alguien que ha vivido mucho y ha visto de todo. Bueno, es que un año de enfermo es como un año de perro, valen más. Mira, ya tienes el titular.
Es bueno. Dicen que cuando uno está cansado dice la verdad.Puede ser que sí. A una fan que le ha piropeado diciéndole que “ojalá” fuera su madre, le harespondido: “no quieras serlo”. ¿Tanto ha sufrido ella? Me ha salido de dentro, y ya ves que digo lo que me sale. Mi madre ha
sufrido mucho. Es un ser muy especial, tiene un carácter de mujer
portuguesa de armas tomar, con carácter. Nunca me dejó irme abajo.
Decía: “todo va a estar bien, no te preocupes”. Era ella quien llevaba
el carro.
Defina el triunfo, usted, que denosta 'Operación Triunfo'. Hacer lo que te gusta, conseguir pagar el alquiler, comer bien y estar sano. La vida de rock star. El único vicio que tengo es comer fuera. Y me lo puedo permitir. El actor Antonio Martín Gamero decía: “como fuera de casa en ningún sitio”. ¿Los suscribe? Tengo miedo a la soledad, no lidio bien con ella. Me fui un mes a
Estocolmo a aprender sueco y a forzarme a estar solo después de todo lo
que pasé, pero en el tren del aeropuerto al centro hice dos amigos. No
sé si me encantan las lenguas porque me encanta la gente, o me encanta
la gente porque me encantan las lenguas.
Pararon en una gasolinera por
cuyos altavoces sonaba el contagioso estribillo de ‘Je veux’: “Quiero
amor, alegría, buen humor. / No es vuestro dinero lo que me dará la
felicidad. / Lo que quiero es morir con la mano en el corazón”. Convertida en millonaria por las ventas, las giras y los royalties, ¿ha
cambiado Zaz de opinión sobre el asunto desde que escribió esos versos? Tal vez algo molesta, la cantante contesta con un “no” lapidario. “Creo
que se entendió mal esa letra. Lo que yo rechazaba era el lujo”,
reflexiona Zaz. “Pero el dinero es importante porque te permite hacer
cosas”. Entre ellas, cita su apoyo financiero al movimiento Colibri,
liderado por el pensador Pierre Rabhi, que cuenta con miles de
seguidores en Francia por su mensaje ecologista, antiliberal y
antiglobalización. Y también la fundación creada por ella, Zazimut, a
través de la que organiza un festival de música cada verano en la región
francesa de la Ardèche, donde también cita a asociaciones que trabajan
por causas en las que cree. “Pierdo 130.000 euros cada año. Podría
comprarme muchas cosas con ese dinero, pero prefiero crear conexiones
entre la gente”, afirma. Zaz quiere organizar un encuentro parecido en
Rusia y montar un festival itinerante en el continente africano, un
proyecto largamente acariciado. Entre sus fans hay personajes tan célebres como Martin Scorsese, que le pidió una canción para su película Hugo,
al considerar que su voz lograba transportar automáticamente a los años
treinta. Plácido Domingo accedió a interpretar un dúo con ella, igual
que Pablo Alborán —firmaron una versión de Entre sus fans hay personajes tan célebres como Martin Scorsese, que le pidió una canción para su película Hugo,
al considerar que su voz lograba transportar automáticamente a los años
treinta. Plácido Domingo accedió a interpretar un dúo con ella, igual
que Pablo Alborán —firmaron una versión de Sous le ciel de Paris, una de esas viejas canciones que popularizaron Piaf, Juliette Gréco e Yves Montand— y que el cantante de Rammstein, Till Lindemann, con quien ha colaborado recientemente. Y Paul Krugman, conocido por sus columnas de referencia en The New York Times, le declaró su admiración en su blog., una de esas viejas canciones que popularizaron Piaf, Juliette Gréco e Yves Montand— y que el cantante de Rammstein, Till Lindemann, con quien ha colaborado recientemente. Y Paul Krugman, conocido por sus columnas de referencia en The New York Times, le declaró su admiración en su blog.Para explicar su éxito, Zaz dice que solo ha intentado cumplir sus
visiones en realidad. Una vez se le apareció Quincy Jones en sueños.
Decidió pedir al mítico músico que le produjera un tema. “Mi propio
equipo puso los ojos en blanco y me trató de ilusa”, recuerda. Para
sorpresa de todos, respondió que sí. Su nuevo empeño es que le haga caso
Dr. Dre, el productor de hip-hop
que convirtió en reyes del género a Tupac Shakur y Kendrick Lamar. Y
luego hay otra fantasía en la que se ve convertida en madre. Ese será el
próximo capítulo de su vida. “También me planteo adoptar. Sé que puede
ser un proceso largo y complicado, pero soy muy cabezota”, asegura. Lo
dicen sus últimos versos: “Si me pierdo, es que ya me he encontrado. / Y
sé que debo continuar”.
ESTOS ROSTROS TIENEN un denominador común: su inexistencia. No
corresponden a nadie, son mapas sin territorio creados por una
inteligencia artificial. Y pese a ello transmiten una impresión de
verdad alucinante. Nos los creemos por su realismo, incluso por su
hiperrealismo. No poseen un solo poro de mentira. He ahí el resultado de
borrar las fronteras entre el original y la copia. El segundo paso
consistirá en que las prestaciones de la copia superen las del original. Sucede ya con las noticias de la prensa: las falsas están con
frecuencia mejor articuladas que las verdaderas. Y son tantas, por otra
parte, que no hay policía capaz de desenmascarar más de un 5% o un 10%. Con las noticias falsas acabará ocurriendo lo mismo que ocurrió con las
drogas: que su persecución estimuló su tráfico. Pero, así como sabemos que el peor enemigo de las drogas sería su
legalización, no tenemos ni idea de cómo frenar la avalancha de verdades
ficticias, valga el oxímoron. De hecho, la verdad falsa más grande de
todas es el dinero circulante, ya que su único respaldo es nuestra fe en
él, una fe que mueve montañas y gracias a la cual el mundo se pone en
marcha cada día. Un delirio, vale, pero un delirio que funciona. Gracias
a él se apagan y se encienden los semáforos y abren sus puertas los
grandes almacenes y se fabrica el pan. La vigilia ha comenzado a
falsificar el sueño y el sueño a la vigilia con tal fidelidad que no
sabemos cuándo nos encontramos en el lado de allá y cuándo en el de acá. ¿Qué distingue a estos rostros de aquellos con los que nos cruzamos
cada día?
Hay una cosa inquietante de la edad, y es que te convierte en un
superviviente. Van desapareciendo los conocidos, los amigos, los amados. Y te quedas sola.
DE CUANDO EN cuando hay periodistas que, para mi pasmo, me preguntan
por qué escribo en mis novelas sobre la muerte. ¿Pero es que acaso se
puede escribir sobre otra cosa? Todos hacemos todo en la vida contra la
muerte, aunque no seamos conscientes de ello. Somos criaturas marcadas
por la finitud, y la muerte es tan inhumana y tan anómala cuando la
contemplamos desde la aguda conciencia de estar vivos, desde la plenitud
de nuestros deseos, que no sabemos qué hacer con ese conocimiento
aterrador. Por eso los humanos viven como si fueran eternos, o al menos
casi todos lo hacen, salvo un puñado de neuróticos como Woody Allen o yo misma, que no podemos olvidarnos de la parca. Como decía Cicerón, siempre supe que era mortal. Creo que es algo que nos pasa a muchos escritores; supongo que la
mayoría nos sentimos más heridos por los mordiscos del tiempo que el
individuo medio. Y quizá por eso escribimos, para poner un parapeto de
palabras contra el vértigo. En realidad los humanos siempre hemos hecho
cosas increíbles para intentar manejar la muerte inmanejable. Pirámides
inmensas en medio del desierto con momias empeñadas en perdurar más allá
de su destino de gusanera. Panteones de personajes ilustres que se
hacen polvo bajo toneladas de recargados mármoles. Ceremonias funerarias
diversas dependiendo de las culturas: piras, lápidas, criptas,
crematorios, torres del silencio en donde los buitres se alimentan con
los cuerpos, funerales, cánticos, banquetes de duelo, afeitados o
laceraciones rituales, alaridos profesionales de plañideras. Qué difícil
nos es la travesía de la muerte. Y sin embargo no es posible vivir con
serenidad y con plenitud si no se alcanza antes cierto acuerdo con la
muerte, con la propia y con la ajena. Si no nos angustia la plácida negrura que había antes de nuestro
nacimiento, ¿por qué debe angustiarnos la oscuridad que vendrá después? Lo malo no es la muerte, sino el tránsito; por el posible sufrimiento y
también por la pena de tener que abandonar esta vida tan bella. Como
decía Salvatore Quasimodo, “cada uno está solo sobre el corazón de la
Tierra / atravesado por un rayo de Sol. / Y de pronto, anochece”. Me
gustaría llegar a ser lo suficientemente sabia como para no arruinar el
fulgor de ese breve rayo con mis temores. Más difícil aún me parece aceptar la muerte de los otros. Hay una cosa inquietante de la edad, y es que te convierte en un
superviviente. Van desapareciendo a tu alrededor los conocidos, los
amigos, los amados, y si alcanzas una edad muy longeva te quedas sola,
único árbol en pie de un bosque quemado. Ahora que las baldas de mi
biblioteca empiezan a llenarse alarmantemente con las fotos de los
caídos, siento la urgencia de encontrar un consuelo, un acomodo, alguna
manera de sobrellevar el peso de tantas ausencias. Porque nuestros
muertos se acumulan sobre nosotros, como me dijo el escritor Amos Oz en
una entrevista que le hice en Israel en 2007: “Cuando se te muere alguien, un padre, un hermano, alguien cercano a
tu corazón, tú recoges ese muerto y lo metes dentro de ti, lo introduces
en tus entrañas y te quedas embarazado de ese muerto para siempre
jamás. Todos caminamos por la vida preñados de nuestros muertos. En el
caso de los judíos, lo que sucede es que estamos muy, muy embarazados,
porque tenemos muchísimos muertos a las espaldas”.
Supongo que, a medida que envejecemos, todos nos aproximamos a esa
preñez masiva de los judíos que señalaba Oz. Vamos construyendo nuestro
pequeño panteón en el rincón más íntimo del pecho, o más bien nos vamos
convirtiendo nosotros en panteones vivos. Si se mira bien, es
reconfortante que sea así. Tu gente y tus animales queridos van
reuniéndose ahí dentro, se acompañan y te acompañan. Ahora que un nuevo
amigo acaba de sumarse a mi paisaje interior, al mundo silencioso y
sumergido que me crece dentro, este pensamiento me hace sentir cierta
ligereza, cierto sosiego. Como dice el poeta mexicano Elías Nandino,
“morir es alzar el vuelo. Sin alas. Sin ojos. Y sin cuerpo.
En cuanto a la propia, poco hay que uno pueda hacer. En realidad el miedo a la muerte no es más que una defensa de nuestras células para posponer su desaparición e intentar perpetuarse.
Cuesta imaginarlo metiéndose en broncas, pero Giuseppe Baretti mató a un
individuo en Londres e hirió a dos más. Y fue pendenciero con la pluma.
El muy antiguo crimen de un escritor
ESTE ES UN EPISODIO de hace doscientos cincuenta años, relativo a un
hombre que nació hace justo trescientos (el 24 de abril de 1719) y que
por tanto ya había cumplido cincuenta cuando los hechos tuvieron lugar. Era escritor turinés, Giuseppe Baretti,
pero vivió más en Inglaterra, redactó algunos textos en la lengua de
este país y a veces los firmó como Joseph Baretti. Poseía grandes dotes
lingüísticas, fue autor de un Diccionario Anglo-Italiano y, lo que tiene más mérito, de otro Español-Inglés,
ya que ninguno de estos dos idiomas era el suyo original. De esta rara
obra de 1778 le conseguí un ejemplar a la Real Academia Española, que no
contaba con él en su biblioteca. En 2005, en Reino de Redonda, publiqué
su mejor libro, Viaje de Londres a Génova, que pese al título
es sobre todo un largo periplo por España y quizá la mejor descripción
de nuestro país en un periodo esperanzador, el del reinado de Carlos
III. Apareció en inglés en 1770, y en él se percibe a un hombre lleno de
curiosidad e interés, atento a todo (incluso al vascuence), excelente
narrador de anécdotas y muy perspicaz observador. Parece alguien gentil y
desde luego muy culto. La obra, aparte de interesantísima, resulta simpática a todas luces, benévola y con humor. Sin embargo un año antes, en octubre de 1769, Baretti mató a un
individuo en Londres e hirió a uno o dos más. Volvía de noche por
Haymarket cuando una furcia le reclamó un vaso de vino con tan malos
modos que acompañó la petición de un golpe que le causó gran dolor. Apenas había luz y Baretti era muy cegato, como se aprecia en el retrato
que le pintó su amigo Reynolds y en otro: en ambos lee con una lente o a
muy corta distancia de la página. Se revolvió, no se percató de que era
una mujer y le soltó un bofetón. Ella y una colega empezaron a gritar y
a insultarlo (“cabrón francés”, lo llamaron, tomándolo por tal), y al
instante surgieron varios chulos o matones que iniciaron su persecución,
lanzándole golpes que lo derribaron al suelo y le ocasionaron, según se
comprobó, contusiones y magulladuras. Baretti se aterrorizó. No era
joven y veía fatal. No portaba estoque ni bastón, tan sólo una navaja
para fruta y dulces con hoja de plata, que nunca había usado más que
para pelar y cortar. En su huida fue tirándoles tajos a sus atacantes.
Hirió a uno llamado Patman, y a otro más pertinaz, Morgan, lo
alcanzó cuando éste iba a asestarle un buen golpe, acuchillándolo en la
axila y un par de veces más. De resultas de estas aventuradas o azarosas
puñaladas, Morgan murió. Baretti fue detenido y llevado a juicio. Al ser italiano, tenía
derecho a que seis de los doce jurados que pronunciarían el veredicto
fueran compatriotas suyos, pero renunció a él “por su honor” y permitió
que todos fueran ingleses. Los testigos de la reyerta —“unos rufianes”—
cargaron las tintas contra él. Pero Baretti era muy querido por las
luminarias de la época. Entre sus amistades se contaban el famosísimo
Doctor Samuel Johnson, el legendario actor Garrick, el mencionado pintor
Reynolds, el popular novelista Goldsmith, el ensayista Edmund Burke y
algunos Miembros del Parlamento. Todos testificaron a su favor, no
porque hubieran presenciado la trifulca, claro está, sino porque lo
conocían de antiguo y lo consideraban persona “humanitaria, pacífica,
benigna, preocupada por las condiciones de los pobres, de carácter tan
amable como estudioso”; incapaz de buscar camorra, nada dado al alcohol
ni a frecuentar prostitutas. Si Baretti salía absuelto, todo habría terminado. Si culpable, sería
ahorcado dos días después. En vista del aspecto inofensivo del hombre de
letras, y de las declaraciones favorables de tantos talentos y
eminencias, se dictaminó que había actuado en defensa propia y se lo
absolvió. Pudo continuar con su vida veinte años más, hasta 1789, cuando
murió a los setenta, en el Londres que lo acogió. Obviamente, vayan ustedes a saber. El relato del incidente nos ha
llegado sobre todo a través del interesado, que se lo contó por carta a
sus hermanos de Turín, además de narrarlo durante la vista. Las
versiones de los asaltantes andan más perdidas. No cabe duda de que el
escritor gozaba de amistades influyentes, gente de peso en la sociedad
londinense. También es cierto que cuesta imaginarlo metiéndose en
broncas, con su talante afable del Viaje de Londres a Génova,
su medio siglo de vida, su paupérrima vista y sus aficiones eruditas. Como él adujo, el “arma” con la que mató a aquel Morgan no estaba
concebida como tal arma, ni ofensiva ni defensiva, simplemente era algo
que mucha gente llevaba encima en Europa continental, pues en algunos
países no estaba bien visto colocar cuchillos sobre la mesa. Eso sí,
Baretti era al parecer pendenciero con la pluma Se vio envuelto en polémicas, tanto en Inglaterra como en Italia. Y
hasta acabó peleado con su gran amigo el Doctor Johnson, poco antes de
la muerte de éste, porque el chinchoso Doctor se burló por haber perdido
Baretti una partida de ajedrez contra un tahitiano que había traído a
Londres, tras una de sus expediciones, el también celebérrimo Capitán
Cook. Picajoso tenía que ser el turinés.
Las cartas
que se conservan en el archivo de la editorial permiten reconstruir los
50 años de dedicación de Jorge Herralde a los libros.
Jorge Herralde lee 'Escritos de un viejo indecente', de Charles Bukowski, en una imagen de finales de los setenta.LALI GUBERN
Creo que es totalmente seguro afirmar que estaré con vosotros el 27
de septiembre”, escribió en abril de 1988 Raymond Carver en respuesta a
la invitación a Barcelona de su editor en español, Jorge Herralde. Fue poco antes de que el cáncer precipitara ese verano el final con un
golpe seco, como en uno de los lacónicos cuentos que hicieron de él un
maestro de las letras estadounidenses. La muerte, como los impuestos y
otros hechos inevitables, emerge con cierta frecuencia en el océano de
papeles del archivo de la editorial Anagrama, que este abril cumple medio siglo. Como en esa misiva de Alberto Méndez, de junio de 2003.
“Hago votos por que esto no cueste dinero”, dice sobre la inminente publicación de su único título, Los girasoles ciegos.
Méndez, a quien Herralde había frecuentado durante décadas como parte
del paisanaje del mundo de los libros, se reveló como un brillante
escritor tardío y como un pésimo adivino: murió en 2004, sin saber que
ganaría los premios Nacional y de la Crítica y que su debut, que ha
superado los 380.000 ejemplares vendidos, sería ciertamente rentable.
“He vuelto a coger esa maldita y rara novela de desamor y sida en París”, le escribe Chirbes en 1998
Los malos presagios asoman en otra carta de Rafael Chirbes, de 1998: “¿Escribo?”, se pregunta el autor de Crematorio. “He vuelto a coger esa maldita y rara novela de desamor y sida en París. Hay trozos que me gustan mucho. Y empiezo a verle el tono,
pero tropiezo con dificultades. Llevo 90 folios, y no creo que vaya a
ser muy larga”. Terminada dos meses antes de morir en 2015, París-Austerlitz, de 160 páginas, vio la luz póstumamente. Los papeles de Anagrama se guardan y clasifican en la acera de enfrente
de la sede de la editorial, en un bajo del barrio de Sarrià con olor a
ambientador que en tiempos fue almacén de libros. Allí trabaja desde
hace dos años y medio Susana Castaño, porteña llegada a la ciudad cuando
los Juegos de 1992, junto a Lali Gubern, esposa de Herralde, que se
sumó a la tarea en marcha. El fruto de sus pesquisas se incorpora cada
15 días a una bitácora de descubrimientos, documento encuadernado con
anillas que comparten con el editor. Los reportes se cierran con un
inventario. Este 18 de marzo el minuto y resultado era de 1.880
expedientes con 44.631 hojas. Y a continuación, un ranking: Javier Marías (“con 2.200+ hojas”), el crítico J. A. Masoliver y la scout
Koukla McLeod (“800+ hojas”), Carmen Martín Gaite (“700+ hojas”),
Pitol, Tabucchi, Pombo, Bolaño y Chirbes (“500+ hojas”), y así hasta los
corresponsales de menor volumen.
Postal de Rafael Chirbes con un "paisaje crematorial".
Sin contar los manuscritos originales (que nunca se conservaron por
razones de espacio), facturas, contratos y otros rastros
administrativos, las estanterías metálicas sostienen 147 archivadores de
cartón blanco, de esos que usan las asesorías fiscales. Algunos, como
Roberto Bolaño, ocupan varias carpetas. Otros las comparten en grupos
literarios tan improbables como la del lomo que dice: “P. Gimferrer. M.
Amis. G. Perec. J. M. Castellet. G. Debord. O. Sacks. D. Trueba”.
Dentro hay cartas, postales, recortes, fotografías, impresiones de
correos electrónicos o faxes que los destinatarios devuelven con
añadidos a mano, como en aquel de Bill Buford, entonces alma de la
revista Granta, que promete escribir un libro “sobre sexo con
animales que será un éxito”, a lo que Herralde, siempre agarrado a la
ironía, añade: “¡Bravo, compro a ciegas!”. (El editor confirma que “lo
pasaba pipa en la época del fax”). En los papeles (al menos, en la parte
que ha podido consultar este diario) se dirimen asuntos prácticos,
temas de dinero, celos, juramentos editoriales de amor, broncas sin
marcha atrás y decisiones tajantes, como la de Juan Benet, que en 1973
anuncia, antes de su segunda edición (y tras contribuir a que la primera
quedara desierta), que no volverá a ser jurado del Premio Anagrama de
Ensayo:“Te agradeceré también que a ser posible no le dés (sic)
publicidad a mi renuncia, que he decidido comunicarte con antelación
suficiente para que puedas encontrar un más eficaz y entusiasta
sustituto”.
Lali Gubern, en el archivo de Anagrama.CARLES RIBAS
El inventario no estará terminado a tiempo para la efeméride, que
tendrá su fiesta en Barcelona en septiembre. Calculan que la tarea se
extenderá al menos hasta 2020. El crítico Jordi Gracia examinará esos
papeles, “llenos de relaciones con grandes editores internacionales y
ensayistas, y con novelistas en crisis, en auge, felices o cabreados”. Su idea, dice, es escribir “uno o varios libros” sobre la historia de
una editorial que “ha cambiado el modo de los españoles de leer y ha
hecho más cosmopolitas a varias generaciones”.
Carta de Patricia Highsmith.
A medio plazo, el propósito es que el material sea también accesible a
los investigadores, aunque aún no esté claro dónde. Las directoras de
la Biblioteca Nacional de España (BNE), Ana Santos, y la de Catalunya,
Eugènia Serra, confirman su interés en el archivo. Herralde, quien, tras
vender el sello a la italiana Feltrinelli, se quedó como presidente y
fue sustituido en la dirección editorial por Silvia Sesé, evita
pronunciarse: “Carlo [Feltrinelli] y yo consensuaremos su destino. El
dinero no será lo determinante. Lo que queremos es que esté vivo y que
no se convierta en un cementerio de documentos”. De momento, los trabajos han llegado hasta principios de este siglo,
que es cuando empiezan los problemas de conservación digital, con masas
de e-mails sujetos al azar de informáticos, servidores y discos
duros, según explica Lali Gubern con gesto de aprensión. Para celebrar
el cumpleaños, Herralde sí ha alcanzado a terminar el libro Un día en la vida de un editor. Más que unas memorias, se trata de una reunión de algo que él llama
“virutas editoriales” parcialmente inéditas: artículos, conferencias,
fugaces diarios, cartas abiertas o entrevistas. El volumen cierra la
tetralogía que completan Opiniones mohicanas, Por orden alfabético y El optimismo de la voluntad. En una hipotética quinta parte promete ocuparse de los escritores de
Anagrama de última generación: Marta Sanz, Sara Mesa, Milena Busquets,
Luisgé Martín, M. Á. Hernández o Javier Montes. La noticia, aireada en los medios, de que la compañía piensa hacer
accesible el archivo ha puesto en alerta a antiguos autores de la
editorial. Alguno se ha puesto en contacto para advertir a Lali, que se
incorporó en 1986 a la empresa, de algo que garantiza la Ley de
Propiedad Intelectual y saben bien en la BNE: el propietario del derecho
de autor de una carta es el remitente, aunque el destinatario sea dueño
del soporte. Y si el material entrara en una institución pública, los
investigadores estarían autorizados a la consulta, pero no a la
reproducción, salvo que medie permiso expreso. Esa regla podría verse
limitada aún más si se invoca el derecho a la intimidad. En el libro
recién publicado, Herralde cuenta que su asesor legal, Mariano Capella,
pidió en su nombre permiso para reproducir una carta de Bolaño. Y que la
viuda de este, Carolina López, “lo denegó”.
Jorge Herralde, en su despacho.CARLES RIBAS
Anagrama es de esas editoriales que persigue entre lectores y libros
una identificación similar a la de una hinchada con su equipo de fútbol,
de ahí el morbo de reconstruir las salidas de este o aquel delantero
centro rumbo a otro equipo. Los condicionamientos legales permiten
cartografiar solo a medias (o al menos, no literalmente) la relación de
Herralde con alguien como, por ejemplo, Paul Auster, a quien consiguió
situar como un exitoso autor también en español, después de que otros
fracasaran en el intento. De la sintonía de los buenos tiempos da fe una
carta en la que el escritor neoyorquino cuenta que ha terminado su
novela Brooklyn Follies
y se despide como “Tu exhausto amigo”. “Luego se inmiscuyó un retorcido
agente, Willie Schavelzon. A Seix Barral, corsarios por antonomasia, le
arrancaron un millón de euros por quedarse con el bolsillo. Con la
siguiente novela [4 3 2 1] pujamos fuerte pero no fue
suficiente”, lamentó Herralde en su despacho barcelonés tras su mesa
llena de libros la semana pasada, un día antes de su 84º cumpleaños. “Auster se fue a la francesa, sin decir adiós”, según su exeditor. En el archivo sí hay rastro del correo electrónico con el que Enrique
Vila-Matas selló en 2009 su salida. También consta la despedida de John
Banville, hoy en Alfaguara. Antes fue uno de los puntales de la armada
británica de autores de Anagrama. “Escribo con dificultad y con
tristeza”, le dice a Herralde en un e-mail de 2011. “Las cosas
podrían haber sido de otra manera si fuera rico, pero no lo soy, y en
cierto sentido la decisión la tomó Alfaguara. Debo agregar, por
supuesto, que tengo el mayor respeto por María Fasce Ferri [su nueva
editora], pero siempre es difícil salir de casa”.
Algunos de los 147 archivadores de Anagrama.CARLES RIBAS
Herralde atribuye el germen del archivo a la costumbre de guardarlo
todo de María Cortés, una secretaria que heredó, dice, de la empresa
metalúrgica de su padre. Cortés también conservó vestigios de los
tiempos en los que aquél era un ingeniero letraherido con un pasado como
campeón hípico de saltos. En marzo de 1968 cuenta en una carta enviada a
París a Fanchita González, de la editorial Maspero, sus planes “a punto
de cumplirse” de fundar “Ediciones Crítica”, con sede en “La Cruz nº
42”. La misiva la firma “Jorge de Herralde”. “Me quité el ‘de’ en mis
tiempos de jinete”, se excusa él, “era una señal de rebeldía contra el
padre. Luego me lo volví a poner para tratar con los franceses, que son
muy amantes de la particule” La empresa acabó llamándose Anagrama como atestigua un documento de
registro en la Agencia Especial de Patentes y Marcas en junio del año
siguiente. Cincuenta años después la editorial sigue un poco más allá en
la misma calle, que también cambió de nombre (por Pedró de la Creu).
En sus primeros años, Anagrama se consagró al ensayo político y
abundaron los encontronazos con la censura. En una escueta nota de 1971,
Gregorio Peces-Barba, que sería uno de los padres de la Constitución y
que entonces ejercía de abogado defensor ante el Tribunal de Orden
Público, solicita “10.000 pesetas como provisión de fondos para atender
los gastos del sumario 166/17”. Cinco años después, muerto ya Franco, el
secuestro “de cinco libros en tres meses” suscita el envío de una carta
al Ministerio de Justicia firmada por, entre otros, Josep M. Castellet
(editor de Península), Beatriz de Moura (Tusquets), Esther Tusquets
(Lumen), Carlos Barral o Gustavo Gili.
Alberto Méndez, sobre la publicación de Los girasoles ciegos: “Hago votos por que esto no cueste dinero
También hay misivas de algunos de los primeros compañeros de viaje de
Anagrama, como el historiador de cine Román Gubern, hermano de Lali, o
Joaquim Jordà, que envía recuerdos desde un estudio romano con “una cama
de hierro, dos sillas y una mesa, un teléfono, un váter en un balcón, y
un grifo”. “Veníamos del 68”, recuerda Herralde. “La primera década fue
la más exaltante de la editorial, y también la más angustiosa. Éramos
una persona y media: yo y una secretaria por las mañanas. Entre los
cerca de 400 libros, los temas políticos y las copas me temo que en los
setenta fui un mal corresponsal. Y luego, llegó el desencanto. Los que habíamos soñado con una
ruptura y no con una reforma, nos quedamos a medias en la Transición”.
Carta de Tom Wolfe, con un dibujo.
De pronto cayeron las ventas de los ensayos de combate. Y las
editoriales rebajaron la política para aumentar la literatura. Anagrama
tenía al menos un “banderín de enganche” en la colección Contraseñas, la de Bukowski y Tom Wolfe, “dedicada a la temática salvaje y offbeat
y muy popular en las escuelas de periodismo”. Aquello duró “lo que las
euforias contraculturales”. Ese cambio de ciclo se adivina en una carta
de 1979 a Michael Roloff, de Urizen Books, en la que cita a algunos de
los autores estadounidenses que en los ochenta le darían estabilidad. Herralde tiende a contar su vida a través de las colecciones de
Anagrama. En ese relato, que puede seguirse en un cuartito de las
oficinas forradas de libros de la editorial en el que se guarda bajo
llave una copia de cada referencia editada (el “sancta sanctórum”, lo
llaman), la madurez la representa la colección de los libros amarillos, Panorama de Narrativas,
inaugurada con Jane Bowles. “Ahí empezó una bonanza ininterrumpida”,
afirma el editor. “Con años altos y bajos, eso sí. En los setenta los
años iban de lo catastrófico a lo semicatastrófico”. En ese formato apareció inmediatamente después La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Aquel descubrimiento, el libro más vendido de este medio siglo, junto a Seda,
de Baricco, saneó las cuentas de Anagrama, que ya había sorteado la
quiebra una vez. Fue en 1980, cuando su fundador vendió su “importante”
participación en la célebre discoteca Bocaccio (teatro de operaciones de
la gauche divine) al editor José Manuel Lara Bosch
(1946-2015), que tal vez no cayó en que estaba dando un balón de
oxígeno al paciente cero de “la peste amarilla”, que es como su padre,
Lara Hernández (1914-2003), fundador de Planeta, se refirió a Panorama
de Narrativas cuando en los ochenta se hizo ubicua. En su último libro,
Herralde dibuja un retrato afectuoso del hijo. “Al padre”, aclara en la
entrevista, “nunca quise tratarle en persona, y menos cuando dijo lo de
que quería comprar Anagrama con Herralde dentro, para que pusiera orden
en todas sus colecciones. Ni quería venderme, ni estaba llamado a
ordenar nada”.
El Teatro de la Zarzuela de Madrid estrena una obra basada en la peripecia biográfica de la lexicógrafa María Moliner.
Paco Azorín (d), director de escena de la ópera 'María Moliner' de Antoni Parera Fons, acompañado del elenco de la obra.Paco CamposEFE
El Teatro de la Zarzuela de Madrid, tan parco en estrenos, se ha
comprometido seriamente con la presentación mundial de esta nueva ópera,
basada en la peripecia biográfica de María Moliner,
la gigantesca lexicógrafa que realizó sola, en el salón de su casa, un
diccionario de uso del español de extraordinarias resonancias. Excelente iniciativa esta ópera, realizada, eso sí, desde propuestas
muy problemáticas. Una ópera española actual no puede dejar de lado la
extrema dificultad de cocinar bien los ingredientes. Y de ellos, el más
importante y el primero a considerar es el de una relación significativa
entre texto y canto, algo que solo se alcanza cuando hasta el último
espectador sale del teatro convencido de que esa historia no puede ser
viable más que cantada. Este enigma solo se acerca a su resolución
cuando el texto supura poesía y lirismo.
No es este el caso. En María Moliner, esta primera premisa
se soslaya antes de empezar.
El espectáculo nació de la iniciativa de
Paco Azorín (como ha comentado), y ahí empiezan los problemas.
Una ópera
es un proyecto de un compositor, es él quien determina su dramaturgia
desde la música y la alquimia de un canto acoplado al texto como una
pareja ardiente de deseo. En esta ópera lo que se percibe es un buen proyecto teatral, una
libretista, Lucía Vilanova, que elabora concienzudamente una historia
bien teatralizada, pero desde un libreto atroz, un músico de buena mano
en las partes musicales y bordeando el naufragio en las líneas de canto
y, ya en la realización, un equipo artístico formidable y motivado que
defiende como puede la cojera inicial del proyecto. Hay escenas teatralmente admirables; un reparto de lujo, en el que la
gran mezzo María José Montiel se vacía para encarnar ese heroísmo tan
femenino consistente en la generosidad máxima desde el ostracismo,
Montiel proporciona terciopelo vocal y temperamento y si alguien puede
hablar de éxito, es ella; una orquesta y un coro bien llevados por
Víctor Pablo Pérez, muy seguro al frente de su propia orquesta, la
ORCAM; un reparto equilibrado, del que destacan José Julián Frontal,
como marido de María, Sandra Ferrández, Celia Alcedo, María José Suárez y
Lola Casariego, en los papeles de esas otras mujeres que nunca llegaron
a la RAE en una España obtusa, o el bien conocido Juan Pons como académico de la RAE
casposo y taimado; hay también que señalar una música muy bien ajustada
cuando acompaña, Parera Fons tiene un oficio sólido, gusto por las
reducciones camerísticas de la orquesta que le dan muchas posibilidades
expresivas, solo le falta ser el dueño de la dramaturgia lo que casi
convierte su aportación en una música incidental de altos vuelos. La teatralización de la historia de María Moliner circula bien por
las dos horas de espectáculo y, a veces, consigue hacer olvidar su
deficiencia operística. Hay ambición y ganas. Pero alguien debería
considerar que una ópera española actual no se hace desde el
automatismo.