La marcha al exilio del Sha permitió el regreso del ayatolá Jomeini y el nacimiento de la República Islámica.
Cuatro décadas después, el régimen iraní surgido entonces aún no ha encontrado su acomodo en el mundo, en gran medida por el desencuentro con Estados Unidos que supuso la toma de su embajada en Teherán.
Es la imagen del esplendor. Mohammad Reza Pahlavi, rey de reyes o emperador, que es lo que significa la palabra persa 'shah', se sienta en el Trono del Pavo Real, símbolo de la dinastía que ha creado unas décadas antes su padre.
Es octubre de 1967 y poco sospecha el mandatario que no llegará a transmitir el céretro a su primogénito, Reza, que por entonces tiene 7 años.
Una mezcla de borrachera de petrodólares, reformas sin apoyo social, corrupción y autoritarismo desata a finales de los años setenta del siglo XX un malestar generalizado en Irán, que opositores políticos y parte del clero explotan alentando una revuelta cuyas consecuencias apenas intuyen.
En la imagen, un camión de Pepsi volcado en una de las protestas de diciembre de 1978. La revolución está en marcha.
Han sido meses de protestas contra las políticas del Sha, como esta de octubre de 1978.
El descontento fomentó una alianza tan improbable como poderosa de islamistas radicales opuestos al quietismo del clero tradicional, universitarios de izquierda inspirados por el anticolonialismo que sacudía el mundo, obreros, republicanos, liberales y laicos.
Las protestas acompañan al Sha incluso durante su visita a la Casa Blanca en noviembre de 1977.
En la imagen puede verse al entonces presidente Jimmy Carter (derecha) y a su esposa, Rosalyn, secándose las lágrimas producidas por el gas que la policía ha lanzado contra los manifestantes que se quejan fuera de la recepción a Mohammad Reza (en el centro de la imagen).
El apoyo de EEUU al Sha contribuirá al antiamericanismo que enarboló el nuevo régimen.
Un manifestante sujeta un retrato del ayatolá Jomeini, un oscuro clérigo a quien el Sha envió al exilio y que, primero desde la ciudad iraquí de Nayaf y luego desde París, logró convertirse en el símbolo de la revolución que se gestaba.
Sus sermones, difundidos a través de cintas de casete, prepararon el terreno no sólo para el cambio de régimen, sino para una forma de gobierno, la "república islámica", que no tenía precedentes.
Una pancarta a la entrada de la Universidad de Teherán, en el centro de la capital iraní, denuncia al Sha como un "chupasangres", el 13 de enero de 1978, apenas tres días antes de su salida del país. Los estudiantes, sobre todo de izquierdas, fueron uno de los pilares de la sublevación contra la monarquía.
Muchos acabarían ejecutados o purgados por el mismo régimen que ayudaron a levantar.
El Sha Mohammad Reza y su esposa, la emperatriz Farah, caminan hacia el avión que les sacará de Irán el 16 de enero de 1979.
La presión de la calle ha logrado echarlos, aunque en ese momento tal vez no sean conscientes de que no van a volver nunca más.
Su exilio abrió las puertas al regreso de Jomeini y la implantación de un régimen islámico que secuestró las aspiraciones de buena parte de quienes habían apoyado la revolución.
Un último gesto de lealtad, o de sumisión.
Un soldado intenta besar los pies del Sha antes de que suba al avión que le llevará al exilio. El recelo del régimen revolucionario hacia los militares llevó a Jomeini a crear un Ejército paralelo, el Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica, para asegurarse la afinidad ideológica de sus miembros, conocidos como 'pasdarán'.
Con el Sha fuera del país, decenas de miles de iraníes se congregan en la plaza de Azadi (Libertad), en Teherán, para pedir el regreso de Jomeini.
Quieren acabar con cualquier reminiscencia de la monarquía y rechazan el Gobierno interino que ha quedado al frente del país. No hay vuelta atrás.
El ayatolá Jomeini llega al aeropuerto de Teherán en un avión de Air France el 1 de febrero de 1979.
Quien iba a convertirse en líder supremo de la revolución islámica dijo sin embargo no haber sentido nada especial al pisar suelo iraní tras 14 años en el exilio.
Quienes sí sintieron su presencia fueron los cientos de miles de seguidores que se lanzaron a las calles de Teherán para darle la bienvenida.
En medio del entusiasmo colectivo por la llegada de Jomeini, pocos iraníes sospecharon entonces el cariz de los cambios que se avecinaban.
Tanto la revolución como la proclamación de la República Islámica tuvieron un gran respaldo popular.
Cuatro décadas después, sus hijos y sus nietos se cuestionan sobre el callejón sin salida en el que se encuentran, atrapados entre sus ansias de reforma y el inmovilismo de un sistema político que teme desaparecer si admite cambios.
El exilio del Sha y el regreso de Jomeini no puesieron fin a las protestas.
En la foto, domada en algún momento de 1979, un grupo de manifestantes quema una imagen de Mohammad Reza frente a la Embajada de EEUU en Teherán, nuevo objetivo de las protestas. El malestar por el apoyo de Washington al monarca alentará la toma de la Embajada norteamericana por un grupo de estudiantes en noviembre de ese mismo año.
Los asaltantes, con el aparente respaldo de los nuevos líderes, mantuvieron secuestrados a 52 diplomáticos durante 444 días. La crisis, que se tradujo en la ruptura de relaciones, dura hasta hoy.
Esta imagen de una niña cubierta por el chador durante las revueltas de 1979 da pie para reflexionar sobre los cambios que la revolución trajo para las mujeres iraníes. Desde Occidente siempre se ha denunciado la imposición del velo islámico que el régimen les impuso a partir de 1981. También las feministas iraníes critican la obligatoriedad y en los últimos años han pagado con la cárcel su activismo en contra. Al mismo tiempo, las más veteranas reconocen que la medida permitió que muchas familias tradicionales aceptaran que sus hijas se educaran y fueran a la universidad. Hoy el velo se ha convertido en un símbolo del sistema lo que hace difícil un cambio al respecto.
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