La actriz y cantante hace honor al ‘Ponte la peluca ya’ que entonara la Orquesta Mondragón y explica por qué es un accesorio necesario.
javier caballeroPara Najwa Nimri, llevar el pelo corto fue una decisión lógica que tomó siendo una niña. «Practicaba muchos deportes como el surf y el skate y llevar la melena cuidada requería mucho trabajo», explica.
Aunque en ocasiones ha optado por ir rapada, reconoce que casi siempre se ha decantado por el flequillo y que en sus momentos más caóticos se pasaba con la tijera porque padecía tricotemnomanía (el deseo irrefrenable de cortarse en exceso el pelo). «Tu cabello refleja tu estado mental», asegura.
Las cabelleras largas las deja para las pelucas. Las suele llevar, y no solo por estética.
Ponerse maquillaje, vestuario, pelo postizo e incluso lentillas ayuda a la intérprete y cantante a meterse en los papeles que escoge. «Soy una actriz muy física, entiendo los personajes de fuera hacia dentro, primero transformo mi cuerpo para que después lleguen a mi cabeza».
El quitárselo todo tras el rodaje le facilita la desconexión de esos papeles, generalmente muy complejos y duros.
«En el espejo, vuelvo a identificarme conmigo y me alejo rápido de lo que estaba haciendo antes», cuenta.
En 2018, ha estrenado dos películas (Quién te cantará de Carlos Vermut y El árbol de la vida de Julio Medem) y ha grabado dos series (la cuarta temporada de Vis a vis y la tercera de La casa de papel). No siempre ha sido así.
En 2015, sumaba seis años sin actuar. «Me empecé a aburrir y me volqué de nuevo en la música. No me había dado ni cuenta del tiempo que había pasado».
En cuanto fue consciente de ello, cambió de representante y en tan solo un día la llamaron de la ficción carcelaria. «Cuando me ofrecieron la mala de la serie, acepté de inmediato».
Nimri regresó por la puerta grande con su papel de Zulema, su primera incursión en la televisión (con la que ha descubierto la disciplina de los horarios), que la ha convertido en un ídolo entre los adolescentes. Incluso muchos de sus seguidores se han tatuado el rostro de la más despiadada de la prisión.
«En la actualidad, la gente se tatúa cualquier cosa, los valores son mucho más ligeros: hoy dibujas una promesa y mañana pones otra encima o la borras con láser», afirma mientras muestra en su móvil decenas de esas obras en la piel que comparten sus fans en redes.
En octubre, Netflix anunció su incorporación en la nueva tanda de episodios de La casa de papel.
De su personaje se sabe bien poco: «Que la va a liar», según la cuenta oficial en Twitter de la cadena, y su nombre, que nos confiesa ella misma: Alicia Sierra.
«Parece que se está generando una industria potente en España; ya no es como antes, triunfar aquí puede tener repercusión en todo el mundo». Ella lo sabe bien, pues Hollywood la ha tanteado, pero nunca le ha cuadrado, la primera vez por su embarazo.
«De todos modos, si me hubiesen llamado Spielberg y Vermut al mismo tiempo, me habría quedado con Carlos, que tiene mucho talento y es español».
Considera su última colaboración con el director como el mejor papel que ha interpretado en su vida, en un universo lleno de claroscuros.
«Nunca me he reconocido menos en un vestuario, en las pelucas, en mis propias canciones a las que pone voz Amaral…». Le costó no ser reactiva y llegar hasta lo más hondo de esa protagonista, pues, según cuenta, a Vermut no le gusta dar muchas explicaciones, prefiere que cada uno llegue al fondo por sí mismo.
«Lo más importante cuando trabajas con un autor es entenderle y comprender los perfiles que ha creado. Lo sé bien porque empecé así».
Eso fue a mediados de los noventa.
Participó en Abre los ojos de Alejandro Amenábar, pero su carrera despegó con Los amantes del Círculo Polar de Medem en 1997. Como agradecimiento, ha vuelto a ponerse bajo sus órdenes en su último largometraje, aunque no le apetecía demasiado la situación a la que debía enfrentarse:
«Sufrí mucho, en especial al rodar con un niño que llora todo el tiempo. Lo hice porque se lo debo», apunta.
Con tantos éxitos, se le ha acumulado el trabajo. «Tuve que rodar Vis a vis en verano después de terminar las dos películas: no disfruté de ninguna semana libre, ni siquiera de un día».
De esos seis años sin aparecer por la pantalla, guarda un buen recuerdo y los considera también un triunfo: «Cuanto más consigues a nivel profesional, más se resiente lo demás. Ha sido una época magnífica de mi vida».
Durante ese tiempo se centró en su hijo y en la música, su pasión: «Es terapéutica, sienta bien, te olvidas de quién eres».
Polifacética desde sus inicios, opina que «no está aún muy bien visto lo de ser del Renacimiento, multidisciplinar», pero no sería capaz de elegir entre una de sus facetas: «Dedicarse a una de ellas ayuda a que se desarrolle la otra».
Ahora, prepara nuevo álbum en castellano y mano a mano con El Guincho, con quien está recomponiendo los temas.
Nimri solo teme una cosa: perder la ilusión. «El día que me levante y no sienta interés por nada, me haré vieja».
Este año se propone promoverla con creces en Navidad: «Es un fallo, lo sé –dice con sorna–, pero me encantan estas fechas y generar momentos bonitos para recordar.
Mi abuelo tenía dos hermanos jugueteros y siempre se esforzaba por darnos la mejor celebración.
Llevo desde noviembre empaquetando regalos».
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