La ignorancia produce monstruos
Al leer las memorias de Tara Westover he tenido la sensación de estar
haciendo un viaje aterrador al Mal con mayúscula, al infierno del
dogmatismo .
EN 1989 fui al penal de Burgos a entrevistar a Félix Novales,
un chico rubio con cara de bueno que una década antes, con 21 años,
entró en el grupo terrorista GRAPO y asesinó a seis personas en menos de
dos meses, hasta que, por fortuna, lo detuvieron.
Llevaba desde entonces en la cárcel; al principio se mantuvo dentro del colectivo de presos del GRAPO, que imponía una férrea disciplina ideológica, pero después evolucionó.
Me imagino el tránsito de sobrecogedora soledad que debió de realizar hasta romper con sus compañeros terroristas.
Escribió un ensayo, El tazón de hierro, en el que intentaba entender la estructura del fanatismo y explicarse cómo era posible que un chico como él se hubiera entregado a semejante orgía de odio y de sangre.
A una deshumanización del otro tan total que celebró su primera muerte comprando champán y pasteles.
Fui a entrevistarle por el libro; estuvimos hablando varias horas y siempre digo que es el viaje más extraordinario que he hecho en mi vida, porque me interné en el rincón más negro del corazón humano con un guía que había estado previamente ahí y había salido.
Recordé a Novales leyendo Una educación (Lumen), el prodigioso libro de memorias de Tara Westover.
Y no porque la autora tenga ningún muerto a las espaldas, sino porque al leer este texto también he tenido la sensación de estar haciendo un viaje aterrador a los confines más extremos del ser humano, al Mal con mayúscula, al infierno del dogmatismo. Westover nació hace 32 años en Idaho (EE UU) dentro de una familia mormona extremadamente radical.
Vivían aislados en una granja, esperaban de un momento a otro el fin del mundo o el asalto de los federales, no iban al médico, no tomaban medicinas y los hijos no estaban escolarizados.
En realidad el padre de Tara muestra todos los síntomas de sufrir una grave enfermedad mental, pero el dogmatismo encubre y contagia todo eso.
El fanatismo es una enfermedad mental colectiva en la que terminan cayendo personas con verdaderos trastornos psíquicos y otras muchas que aparentemente no los padecen.
La historia que narra Westover con prosa cristalina, lúcida distancia e incluso sentido del humor es el testimonio de una vida delirante, tan extraña como una realidad alienígena, pero que para quien ha nacido y crecido encerrado en ese entorno es lo normal, la verdad absoluta, la única realidad posible.
De entrada, resulta increíble que Tara haya podido sobrevivir físicamente: su padre estuvo a punto de matarla un par de veces y fue bárbaramente maltratada por un hermano durante años sin que los padres hicieran nada por evitarlo.
Si a esto le añadimos que sus cortes, sus hemorragias, sus heridas y sus roturas de huesos fueron curadas con cocciones de hierbas, es evidente que esta mujer tiene una resistencia colosal.
Aunque la mayor resistencia es la mental.
Llevaba desde entonces en la cárcel; al principio se mantuvo dentro del colectivo de presos del GRAPO, que imponía una férrea disciplina ideológica, pero después evolucionó.
Me imagino el tránsito de sobrecogedora soledad que debió de realizar hasta romper con sus compañeros terroristas.
Escribió un ensayo, El tazón de hierro, en el que intentaba entender la estructura del fanatismo y explicarse cómo era posible que un chico como él se hubiera entregado a semejante orgía de odio y de sangre.
A una deshumanización del otro tan total que celebró su primera muerte comprando champán y pasteles.
Fui a entrevistarle por el libro; estuvimos hablando varias horas y siempre digo que es el viaje más extraordinario que he hecho en mi vida, porque me interné en el rincón más negro del corazón humano con un guía que había estado previamente ahí y había salido.
Recordé a Novales leyendo Una educación (Lumen), el prodigioso libro de memorias de Tara Westover.
Y no porque la autora tenga ningún muerto a las espaldas, sino porque al leer este texto también he tenido la sensación de estar haciendo un viaje aterrador a los confines más extremos del ser humano, al Mal con mayúscula, al infierno del dogmatismo. Westover nació hace 32 años en Idaho (EE UU) dentro de una familia mormona extremadamente radical.
Vivían aislados en una granja, esperaban de un momento a otro el fin del mundo o el asalto de los federales, no iban al médico, no tomaban medicinas y los hijos no estaban escolarizados.
En realidad el padre de Tara muestra todos los síntomas de sufrir una grave enfermedad mental, pero el dogmatismo encubre y contagia todo eso.
El fanatismo es una enfermedad mental colectiva en la que terminan cayendo personas con verdaderos trastornos psíquicos y otras muchas que aparentemente no los padecen.
La historia que narra Westover con prosa cristalina, lúcida distancia e incluso sentido del humor es el testimonio de una vida delirante, tan extraña como una realidad alienígena, pero que para quien ha nacido y crecido encerrado en ese entorno es lo normal, la verdad absoluta, la única realidad posible.
De entrada, resulta increíble que Tara haya podido sobrevivir físicamente: su padre estuvo a punto de matarla un par de veces y fue bárbaramente maltratada por un hermano durante años sin que los padres hicieran nada por evitarlo.
Si a esto le añadimos que sus cortes, sus hemorragias, sus heridas y sus roturas de huesos fueron curadas con cocciones de hierbas, es evidente que esta mujer tiene una resistencia colosal.
Aunque la mayor resistencia es la mental.
A los 17 años, Tara
decidió, con desesperado arrojo, romper con su familia y entrar en
Brigham Young, la universidad mormona (de la corriente mayoritaria: nada
que ver con los integristas radicales).
Ya he dicho que no había ido a la escuela, sabía poco más que leer y
escribir y todas sus lecturas habían sido libros religiosos. Cuando
llegó a la Facultad ni siquiera conocía lo que era el Holocausto: bien
podría haber acabado de bajar de Marte.
Pero al final logró hacer dos
carreras y un máster en Cambridge, Reino Unido.
El texto de Westover muestra que la necesidad de ser aceptado por tu
entorno puede hacerte aguantar cualquier barbaridad.
Mientras la martirizaban de manera cruel, Tara no se derrumbó psíquicamente; sí lo hizo cuando estaba estudiando y comprendió que tenía que romper con su familia.
El dolor de esa soledad indescriptible, de la profunda herida de tener que desgajarte de todo lo que has sido, palpita de manera estremecedora en el libro.
La mayor heroicidad consiste en ser la única voz que dice basta.
Pero lo más conmovedor es su hincapié en la necesidad de educarse y en cómo el conocimiento te hace libre.
Mientras la martirizaban de manera cruel, Tara no se derrumbó psíquicamente; sí lo hizo cuando estaba estudiando y comprendió que tenía que romper con su familia.
El dolor de esa soledad indescriptible, de la profunda herida de tener que desgajarte de todo lo que has sido, palpita de manera estremecedora en el libro.
La mayor heroicidad consiste en ser la única voz que dice basta.
Pero lo más conmovedor es su hincapié en la necesidad de educarse y en cómo el conocimiento te hace libre.
El fanatismo criminal engorda, como un moho, en los sistemas repetitivos
y cerrados de pensamiento (igual pasaba en el GRAPO). Atrévete a saber,
como decía Kant. La ignorancia produce monstruos.
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