¿Qué pasa al volver de la Luna? Las excéntricas vidas de los pocos hombres que la pisaron.
El estreno de 'First man' devuelve el foco a estos héroes que se convirtieron en reclusos, alcohólicos, artistas o iluminados.
¿Qué hace alguien después de pisar la Luna?
Doce hombres
lo hicieron durante tres años y medio entre las décadas de los sesenta y
los setenta en los que pareció que la Luna se había convertido en un
nuevo destino vacacional para el mundo. El primero fue Neil Amstrong y su extraordinaria historia vital se narra en First man, que se estrena el 11 de octubre y en la que Ryan Gosling le da vida.
Amstrong se dio cuenta de que se podía
convertir en un símbolo, algo parecido a un monumento humano, y él
quería ser un hombre. Por eso se alejó de todo
Y la cuestión más interesante sobre sus vidas trasciende lo biográfico para convertirse en filosófica: tras llegar literalmente más lejos que nadie, tras ver de lejos tu propio planeta y tras ser representado como un héroe ante el mundo entero, ¿qué sucede cuando uno vuelve a su salón, se sienta en su sofá y se pregunta “y ahora qué”?
La existencia posterior de esos doce hombres tras pisar la
Luna nos da una respuesta, y no es demasiado alentadora.
Cientos de
artículos y documentales han dado detalles al respecto. En el libro Lunáticos,
en el que el periodista Andrew Smith analiza las existencias extrañas y
erráticas de esos doce hombres tras volver a la Tierra, se deja claro
que ninguno de ellos supo sobrellevar su fama y su condición de héroes.
"Cuando has compartido un instante con toda la humanidad, debe de ser
difícil saber de forma precisa dónde acaban tus recuerdos y comienzan
los de los demás", medita Davis en el libro.
Neil Amstrong (Ohio, 1930-2012) es el más famoso de todos
porque fue el primero.
Un hombre introvertido y tímido que, en realidad,
cuando llegó a la Luna en 1969 ante los ojos del mundo entero llevaba a
sus espaldas una experiencia que ya lo había marcado para siempre: la
muerte de su hija Karen por un tumor cerebral con solo dos años en 1962.
La existencia posterior de esos doce hombres tras pisar la
Luna nos da una respuesta, y no es demasiado alentadora.
Cientos de
artículos y documentales han dado detalles al respecto. En el libro Lunáticos,
en el que el periodista Andrew Smith analiza las existencias extrañas y
erráticas de esos doce hombres tras volver a la Tierra, se deja claro
que ninguno de ellos supo sobrellevar su fama y su condición de héroes.
"Cuando has compartido un instante con toda la humanidad, debe de ser
difícil saber de forma precisa dónde acaban tus recuerdos y comienzan
los de los demás", medita Davis en el libro.
Neil Amstrong (Ohio, 1930-2012) es el más famoso de todos
porque fue el primero.
Un hombre introvertido y tímido que, en realidad,
cuando llegó a la Luna en 1969 ante los ojos del mundo entero llevaba a
sus espaldas una experiencia que ya lo había marcado para siempre: la
muerte de su hija Karen por un tumor cerebral con solo dos años en 1962.

Amstrong se dio cuenta muy pronto de que se podía
convertir en un símbolo, algo parecido a un monumento humano, y él
quería ser un hombre.
Por eso concedió poquísimas entrevistas sobre su
experiencia y dejó de firmar libros o autógrafos en convenciones
espaciales. Sus más cercanos cuentan que llegaba a abandonar un
restaurante si otros clientes lo reconocían.
En Lunáticos,
Davis entrevistó a casi todos los astronautas que llegaron a la luna,
pero de Amstrong pudo conseguir apenas un par de breves correos
electrónicos.
Amstrong se divorció de su esposa Janet tras 38 años de
matrimonio en 1994 y en 2005 fue sonada la batalla legal que tuvo con su
barbero tras enterarse de que había vendido un mechón de pelo suyo por
2.600 euros.
El caso de su compañero Buzz Aldrin (Nueva Jersey, 1930)
fue diferente: Aldrin, según muchos de los que lo conocen, nunca llevó
bien no ser el primer hombre en pisar la luna aquel día histórico de
1969 (primero bajo Amstrong y luego él).
Ser el segundo no fue
suficiente. En una entrevista aclaró: "Siempre se me presenta como el
segundo hombre en pisar la Luna... y eso es un poco degradante.
Deberían
presentarme como un miembro del primer equipo humano que pisó la
Luna".
Aldrin aún vive hoy en Florida, en un pueblo costero llamado, con mucho
sentido del humor, Satellite Beach.
Al igual que Amstrong, llegó a la
Luna con un trauma desde la Tierra: menos de un año antes de la misión
espacial Apolo 11 su madre se había suicidado.
Su abuelo se había
suicidado también.
En 2009 confesó al New York Times:
“Creo que he heredado la depresión de mi familia materna”.
Sus
episodios depresivos y su batalla con el alcohol comenzaron muy poco
después de volver a la Tierra.
Al igual que Amstrong, también se
divorció de su esposa Joan tras casi 20 años de matrimonio.
Pero al
contrario que él, Aldrin ha sido mucho más comunicativo con la prensa y
ha llegado a contar con detalle sus batallas con la depresión y el
alcohol en un libro, Magnificent obsession.
Aldrin, que tomó la comunión cuando pisó la superficie
lunar, siempre sintió una conexión casi religiosa con aquel momento de
su vida.
“No estoy seguro de que un ateo pueda entender mis palabras
cuando describo lo que viví”, dijo en una ocasión. “Me he sentido inútil
siempre que he intentado explicarlo con palabras”.
Pero para hablar de espiritualidad, hablemos de James
Irwin (Pensilvania, 1939 - Colorado, 1991).
Irwin fue el octavo hombre
en pisar la luna durante la misión Apollo 15 en 1971.
Al año siguiente
abandonó la carrera espacial para centrarse en su fe, tras afirmar que
en la Luna había sentido el poder y la presencia de Dios con más fuerza
que nunca. Fundó la congregación religiosa Altos Vuelos, con la que
llevó a cabo misiones como ir a buscar los restos del Arca de Noé al
monte Ararat, en Turquía.
Charles Luke (Carolina del Norte, 1935) fue el décimo
hombre en pisar la Luna en la misión Apollo 16 y el más joven de todos
ellos con solo 36 años.
Al volver, su matrimonio con su esposa Dottie
estaba haciendo aguas y, según contó en una entrevista televisiva,
encontrar a Dios los salvó.
Dejó la NASA y se movió entre lo privado
–creo una empresa de distribución de cerveza– y lo divino –fundó su
propio ministerio pastoral, el Ministerio Duke para Cristo–.
Este tipo despertar espiritual también lo vivió Eugene
Cernan (1934), que afirmó que durante su estancia en la Luna sintió “que
el mundo era demasiado hermoso como para haber sido creado por
accidente. Tiene que haber algo más grande que tú y que yo.
Y lo digo en
un sentido espiritual, no religioso.
Tiene que haber un creador del
universo por encima de las religiones que nosotros mismos nos hemos
creado para gobernar nuestras vidas”.
Edgar Mitchell (Texas, 1930 - Florida, 2016), sexto hombre
en pisar la luna, tuvo una iluminación diferente: no fue de corte
religiosa, sino astrológico.
En su biografía, Earthrise: My Adventures as an Apollo 14 Astronaut,
escribió que durante las horas que estuvo sobre la Luna se dio cuenta
de que “todas las moléculas de mi cuerpo y de mi nave espacial se habían
fabricado hace muchísimo tiempo en alguna de las estrellas antiguas que
brillaban en los cielos sobre mi cabeza”.
Como Irwin, Mitchell abandonó
la NASA en 1972 y fundó el Institute of Noetic Sciences (Instituto de
Ciencias Noéticas), que estudia la relación entre el poder de la mente y
el universo físico.
Mitchell, de hecho, creía en la comunicación
telepática y afirmaba ejercerla.
También creía firmemente en la existencia de
extraterrestres y llegó a afirmar que la vida alienígena había visitado
la Tierra, pero la NASA lo había ocultado. Algo, claro, que no gustó
demasiado a sus excompañeros. Por supuesto, Mitchell también se divorció
de su esposa muy poco después de su regreso de la Luna, en 1972.
Pero si alguien convirtió este viaje en algo trascendental
y a la vez físicamente tangible fue Alan Bean (Texas, 1932 - 2018),
cuarto hombre en pisar la Luna en la misión Apollo 12 en 1969.
En 1981
decidió dejar la NASA para ejercer su pasión: la pintura.
El primer
pintor en pisar la Luna se centró en repetir en decenas y decenas de
lienzos la misma escena con cierto deje impresionista: una superficie
brillante e iluminada por el sol, pero un cielo negro, negrísimo, ya que
en la Luna no hay atmósfera.
Aquel paisaje que describieron todos los hombres que
llegaron a la Luna, pero que nos costaba entender.
Todo esto está en los
cuadros de Bean, que aunque falleció la pasada primavera aún tiene
obras a la venta a través de su web oficial.
Algunas superan los 400.000
euros.
El objetivo principal de sus pinturas, dijo, era "preservar esta
gran aventura de una manera que nadie está haciendo. Pero, sobre todo,
preservar esa sensación, si la puedo encontrar después de 30 años".
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