Una novela resucita el caso de Margot Wölk, única superviviente del grupo de 15 catadoras organizado para que el dictador no muriera envenenado.
Juan Carlos Galindo
Cada mañana durante cerca de dos años Margot Wölk
(Berlín, 1917-2014) recorrió en autobús, rodeada de soldados de las SS,
la distancia que separaba la casa de sus suegros en la Prusia Oriental
de la Guarida del Lobo, el complejo militar desde el que Hitler trataba de no perder la Segunda Guerra Mundial.
Allí ingería, angustiada, manjares al alcance de muy pocos en una
Alemania devastada por la economía de guerra, consciente de que cada
bocado podía ser el último.
Wölk era una de las 15 mujeres que probaban
la comida de Hitler antes que él para evitar que muriera envenenado por
sus enemigos –reales o imaginados– y fue la única que sobrevivió a la
contienda, tras la que se sumió en un silencio que duró décadas y que
solo rompió al final de su vida.
Ahora Rosella Postorino (Reggio
Calabria, 1978) ha llevado a la ficción esta historia de lucha por la
supervivencia, amor y culpa en la novela La catadora (Lumen).
“Ella mantuvo vivo el nazismo y a Hitler.
No era de las SS
pero estuvo en contacto con el mal absoluto, se enamoró de un nazi,
perdió a personas a las que amaba y que no supo proteger y sentía una
culpa enorme por todo eso.
Al final sobrevivió, como hicieron tantas
mujeres de ese siglo, pero para vivir como una persona que no tenía
redención posible”, cuenta Postorino a EL PAÍS para hablar de la
protagonista de su novela, Rosa Sauer, y de Wölk como si fueran una
única mujer.
La catadora habla del instinto de supervivencia
que prevalece por encima del horror.
Wölk escapó del refugio de los
jerarcas nazis en el tren de Goebbels, al que accedió gracias a un SS
con el que tuvo una relación.
Sus compañeras fueron fusiladas por el
Ejército Rojo.
Tras sobrevivir, y colaborar con la barbarie nazi, fue
víctima de la brutalidad de los soldados soviéticos que la violaron y
maltrataron durante 14 días.
Después, un muro de silencio, el recuerdo
del horror, la culpa del superviviente de la que habla Primo Levi.
Hitler no comía bien, su dieta era un alarde de desequilibrios con
cierta predilección por las habas de soja, tenía serios problemas
estomacales y se atiborraba de pastillas contra la flatulencia.
Las
catadoras tenían que probar todos los platos una hora antes y esperar
para ver si estaba en condiciones o, por el contrario, iban a morir
envenenadas.
Algunas lloraban mientras tragaban.
Para Wölk, comer nunca
volvió a ser lo mismo.
“La vecina de Margot en Berlín me dijo cuando
estaba investigando para la novela que era una persona difícil en la
mesa. Comer, el gesto principal que hacemos todos para poder vivir, se
había visto alterado a partir de ese momento por la experiencia de haber
sido catadora de Hitler y eso no lo podría superar nunca”, reflexiona
Postorino.
Wölk se jugaba la vida tres veces al día por Hitler pero nunca lo conoció.
El dictador aparece en la novela siempre en boca de otros, como deidad o ridiculizado,
“alguien que dispone de la vida de los demás pero que es invisible”.
El
humor y la ironía recorren el libro como hicieron también en la vida
real de estas jóvenes convertidas en esclavas.
Postorino cree que es una
de las pocas maneras que tenemos de sobrevivir frente al horror.
Cuando
se le pregunta por la apuesta por la primera persona para la narración,
la escritora italiana habla de la obsesión en que se convirtió el caso
cuando lo conoció, la frustración tras la muerte de Wölk la misma semana
que iba a hablar con ella, el recurso a la ficción con una pregunta
siempre gobernando la acción literaria: “¿Qué habría hecho en una
situación de precariedad existencial tal que me hubiera empujado a hacer
esa concesión: arriesgar mi vida tres veces al día para sobrevivir?”
Amor y muerte en la barbarie
Cuando Rosella Postorino se entera del caso de Margot Wölk se lanza a
una carrera desesperada para hablar con ella que se frustra con su
muerte.
Empeñada en contar la historia, Postorino se documenta a fondo para construir la ficción.
"Para ser fiel al contexto histórico he tenido que estudiar muchísimo: la alimentación del Führer, con las recetas de los platos que comía, cartas, entrevistas, libros, escuchas telefónicas, testimonios, perfiles psicológicos, novelas ambientadas en esa época....
Un estudio muy vasto que me ha permitido conocer los detalles para darle credibilidad al relato", cuenta la autora de La catadora (Premio Campiello en Italia) que aclara que solo ese contexto y las líneas generales de la vida de Wölk, Sauer en la novela, son reales.
Lo demás, queda para la ficción.
"En mi novela lo que se desprende es que estas mujeres que están siendo tratadas como cobayas, que están en una prisión, son casi esclavas aunque les paguen, y la única manera de sobrevivir es con relaciones que contemplan la frivolidad, las peleas por una tontería... y sobre todo que todas ellas con su dignidad aplastada recurren al amor como forma de defender la dignidad del ser humano", cuenta.
Empeñada en contar la historia, Postorino se documenta a fondo para construir la ficción.
"Para ser fiel al contexto histórico he tenido que estudiar muchísimo: la alimentación del Führer, con las recetas de los platos que comía, cartas, entrevistas, libros, escuchas telefónicas, testimonios, perfiles psicológicos, novelas ambientadas en esa época....
Un estudio muy vasto que me ha permitido conocer los detalles para darle credibilidad al relato", cuenta la autora de La catadora (Premio Campiello en Italia) que aclara que solo ese contexto y las líneas generales de la vida de Wölk, Sauer en la novela, son reales.
Lo demás, queda para la ficción.
"En mi novela lo que se desprende es que estas mujeres que están siendo tratadas como cobayas, que están en una prisión, son casi esclavas aunque les paguen, y la única manera de sobrevivir es con relaciones que contemplan la frivolidad, las peleas por una tontería... y sobre todo que todas ellas con su dignidad aplastada recurren al amor como forma de defender la dignidad del ser humano", cuenta.
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