El hispanista publica el libro 'Escoceses y catalanes. Unión y discordia'.
John H. Elliot
(Reading, Reino Unido, 88 años) disfruta de la calma que rodea su casa
victoriana, a las afueras de Oxford.
Una paz necesaria tras su inmersión, en los últimos cuatro años, en dos de los terremotos políticos más divisorios que ha vivido Europa: el referéndum por la independencia escocesa y el procés catalán.
Tiene opiniones claras sobre ambos, pero en su nuevo libro, Escoceses y catalanes. Unión y discordia (Taurus), ha perseguido la objetividad y buscado la perspectiva amplia del pasado para intentar explicar que nada surge espontáneamente.
Pregunta. El sentimiento de agravio es una constante en su libro. ¿Ha sido algo equiparable en Escocia y Cataluña?
Respuesta. Ha sido más fuerte en Cataluña, aunque en Escocia también ha existido.
El victimismo ha existido en los dos, pero han tenido muchos más motivos para sentirse así los catalanes que los escoceses.
Quizá después de la rebelión de 1745 y su posterior represión hubo una rabia extendida en algunos sectores de la sociedad escocesa, pero el modo en que el Gobierno británico les ha dejado manejar sus propios asuntos no les ha dado muchos motivos para esa rabia. Y los propios escoceses se han esforzado en influir en la política del país. Reino Unido ha tenido seis primeros ministros escoceses.
P. Algo que usted señala que no ocurrió con Cataluña.
R. Ha habido muy pocos ministros catalanes.
De hecho, Franco tuvo más ministros catalanes, con los tecnócratas, que en Gobiernos precedentes.
Quizá las cosas hubieran sido de otro modo si los catalanes hubieran mostrado más interés.
Con la excepción de Prim o Cambó, es difícil encontrar políticos catalanes interesados en los asuntos de gobierno de España. Siempre han mostrado más interés en influir desde fuera que en formar parte de los niveles altos de la política.
P. Después de todo lo sucedido, ¿cree que España ha entrado en una depresión que ensombrece el éxito colectivo que fue la Transición?
R. Estoy de acuerdo en que es deprimente, en que las
cosas fueron muy mal.
Pero hay muchas razones para explicarlo.
La crisis económica de 2008 fue clave en todo este asunto. Concedió a los oportunistas y a los demagogos la oportunidad de hacerse oír.
Los partidos políticos estaban cada vez más fosilizados.
Había mucha fragmentación política y la irrupción de unas redes sociales que contribuyeron a que gobernar fuera mucho más difícil. Si a todo esto le añades el surgimiento de movimientos nacionalistas fuertes, llegas a la sensación de que todo se estropeó.
P. Y unas generaciones nuevas que veían las cosas de otro modo.
R. Exacto. No recuerdan a Franco.
No recuerdan la Guerra Civil, no recuerdan la Transición y de hecho tienen muy poco sentido de la historia.
Después de ver lo que supuso la dictadura de Franco en Cataluña, y después de ver los que, a mi juicio, han sido los mejores años en la historia de Cataluña, entre 1978 y 2008, que las cosas hayan empeorado de este modo resulta bastante deprimente.
Habrá que pensar a largo plazo, admitir que quizá no sea fácil encontrar una solución, tal vez durante toda una generación, intentar mantener el diálogo todo lo que sea posible durante estos años y, sobre todo, ponerse en la piel del otro.
P. ¿Por qué no fue posible una narrativa que resultara igual de atractiva que la independentista?
R. En parte por la falta de habilidad de los políticos españoles.
Su miedo histórico a la fragmentación les ha llevado a tener un discurso muy centralista.
Viene ya de los liberales del siglo XIX, que se basaron en el modelo francés.
No se ha logrado imponer la narrativa de una España diversa, con toda la riqueza que conlleva.
La Constitución de 1978 aceptó esa idea de la pluralidad de España, pero luego los políticos no la han desarrollado y han caído de nuevo en el discurso centralista.
Y eso es desastroso, porque refuerza a los independentistas.
La narrativa británica, sin embargo, era una historia de éxito, al menos hasta la década de los setenta del siglo pasado.
Y es más fácil identificarse con una historia de éxito que con una de fracaso
. Por eso los escoceses, hasta hace poco, estaban encantados de sumarse a la historia de la democracia parlamentaria, el éxito industrial y el éxito imperial de Gran Bretaña.
P.Hasta hace poco, porque el sentimiento independentista ha surgido con fuerza en los útimos años años en Escocia.
R. Las cosas empezaron a torcerse con el hundimiento de la industria nacional escocesa en la década de los setenta. Descubrieron además petroleo en el Mar del Norte y tuvieron la sensación de que se bastaban por si solos.
Y el Gobierno de Thatcher, que desmanteló sus industrias, era muy antiescocés en muchos sentidos.
Todo eso alienó a una generación de escoceses, que dio la espalda al Gobierno de Londres.
P.¿Qué le pareció el papel del Rey en la crisis catalana?
R. Me resulta difícil juzgar.
El papel de la Monarquía es mantenerse por encima del conflicto político.
No sé qué razones motivaron ese discurso, pero creo que hubiera sido más eficaz si se hubiera dirigido a esa parte neutral de los catalanes que no sabían de qué lado tirar.
Y unas pocas palabras en catalán, sin duda, hubieran ayudado. Habrían llevado el péndulo al centro en vez de desplazarlo al otro extremo.
P. ¿En qué falló el Gobierno de Mariano Rajoy?
R. Creo que usar exclusivamente la vía judicial fue un profundo error.
Rajoy fue incapaz de ver la dimensión del problema catalán que estaba emergiendo en ese momento.
Esa estrechez de miras tanto de él como del Partido Popular fue un desastre.
Su falta de flexibilidad, su falta de voluntad en entender a la otra parte.
Porque está claro que hay un hecho diferencial en Cataluña y los catalanes quieren que esa diferencia sea reconocida.
Quieren que se acepte que son algo históricamente diferente al resto.
P. ¿Y cuál fue el principal error de los independentistas?
R. Asumir que la independencia era posible en el mundo del siglo XXI, vivir en una realidad virtual.
Una paz necesaria tras su inmersión, en los últimos cuatro años, en dos de los terremotos políticos más divisorios que ha vivido Europa: el referéndum por la independencia escocesa y el procés catalán.
Tiene opiniones claras sobre ambos, pero en su nuevo libro, Escoceses y catalanes. Unión y discordia (Taurus), ha perseguido la objetividad y buscado la perspectiva amplia del pasado para intentar explicar que nada surge espontáneamente.
Pregunta. El sentimiento de agravio es una constante en su libro. ¿Ha sido algo equiparable en Escocia y Cataluña?
Respuesta. Ha sido más fuerte en Cataluña, aunque en Escocia también ha existido.
El victimismo ha existido en los dos, pero han tenido muchos más motivos para sentirse así los catalanes que los escoceses.
Quizá después de la rebelión de 1745 y su posterior represión hubo una rabia extendida en algunos sectores de la sociedad escocesa, pero el modo en que el Gobierno británico les ha dejado manejar sus propios asuntos no les ha dado muchos motivos para esa rabia. Y los propios escoceses se han esforzado en influir en la política del país. Reino Unido ha tenido seis primeros ministros escoceses.
P. Algo que usted señala que no ocurrió con Cataluña.
R. Ha habido muy pocos ministros catalanes.
De hecho, Franco tuvo más ministros catalanes, con los tecnócratas, que en Gobiernos precedentes.
Quizá las cosas hubieran sido de otro modo si los catalanes hubieran mostrado más interés.
Con la excepción de Prim o Cambó, es difícil encontrar políticos catalanes interesados en los asuntos de gobierno de España. Siempre han mostrado más interés en influir desde fuera que en formar parte de los niveles altos de la política.
P. Después de todo lo sucedido, ¿cree que España ha entrado en una depresión que ensombrece el éxito colectivo que fue la Transición?
Pero hay muchas razones para explicarlo.
La crisis económica de 2008 fue clave en todo este asunto. Concedió a los oportunistas y a los demagogos la oportunidad de hacerse oír.
Los partidos políticos estaban cada vez más fosilizados.
Había mucha fragmentación política y la irrupción de unas redes sociales que contribuyeron a que gobernar fuera mucho más difícil. Si a todo esto le añades el surgimiento de movimientos nacionalistas fuertes, llegas a la sensación de que todo se estropeó.
P. Y unas generaciones nuevas que veían las cosas de otro modo.
R. Exacto. No recuerdan a Franco.
No recuerdan la Guerra Civil, no recuerdan la Transición y de hecho tienen muy poco sentido de la historia.
Después de ver lo que supuso la dictadura de Franco en Cataluña, y después de ver los que, a mi juicio, han sido los mejores años en la historia de Cataluña, entre 1978 y 2008, que las cosas hayan empeorado de este modo resulta bastante deprimente.
Habrá que pensar a largo plazo, admitir que quizá no sea fácil encontrar una solución, tal vez durante toda una generación, intentar mantener el diálogo todo lo que sea posible durante estos años y, sobre todo, ponerse en la piel del otro.
P. ¿Por qué no fue posible una narrativa que resultara igual de atractiva que la independentista?
R. En parte por la falta de habilidad de los políticos españoles.
Su miedo histórico a la fragmentación les ha llevado a tener un discurso muy centralista.
Viene ya de los liberales del siglo XIX, que se basaron en el modelo francés.
No se ha logrado imponer la narrativa de una España diversa, con toda la riqueza que conlleva.
La Constitución de 1978 aceptó esa idea de la pluralidad de España, pero luego los políticos no la han desarrollado y han caído de nuevo en el discurso centralista.
Y eso es desastroso, porque refuerza a los independentistas.
La narrativa británica, sin embargo, era una historia de éxito, al menos hasta la década de los setenta del siglo pasado.
Y es más fácil identificarse con una historia de éxito que con una de fracaso
. Por eso los escoceses, hasta hace poco, estaban encantados de sumarse a la historia de la democracia parlamentaria, el éxito industrial y el éxito imperial de Gran Bretaña.
P.Hasta hace poco, porque el sentimiento independentista ha surgido con fuerza en los útimos años años en Escocia.
R. Las cosas empezaron a torcerse con el hundimiento de la industria nacional escocesa en la década de los setenta. Descubrieron además petroleo en el Mar del Norte y tuvieron la sensación de que se bastaban por si solos.
Y el Gobierno de Thatcher, que desmanteló sus industrias, era muy antiescocés en muchos sentidos.
Todo eso alienó a una generación de escoceses, que dio la espalda al Gobierno de Londres.
P.¿Qué le pareció el papel del Rey en la crisis catalana?
R. Me resulta difícil juzgar.
El papel de la Monarquía es mantenerse por encima del conflicto político.
No sé qué razones motivaron ese discurso, pero creo que hubiera sido más eficaz si se hubiera dirigido a esa parte neutral de los catalanes que no sabían de qué lado tirar.
Y unas pocas palabras en catalán, sin duda, hubieran ayudado. Habrían llevado el péndulo al centro en vez de desplazarlo al otro extremo.
P. ¿En qué falló el Gobierno de Mariano Rajoy?
R. Creo que usar exclusivamente la vía judicial fue un profundo error.
Rajoy fue incapaz de ver la dimensión del problema catalán que estaba emergiendo en ese momento.
Esa estrechez de miras tanto de él como del Partido Popular fue un desastre.
Su falta de flexibilidad, su falta de voluntad en entender a la otra parte.
Porque está claro que hay un hecho diferencial en Cataluña y los catalanes quieren que esa diferencia sea reconocida.
Quieren que se acepte que son algo históricamente diferente al resto.
P. ¿Y cuál fue el principal error de los independentistas?
R. Asumir que la independencia era posible en el mundo del siglo XXI, vivir en una realidad virtual.
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