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20 oct 2018
Enriqueta Martí, ‘la Vampira de Barcelona’............ PEDRO COSTA
Secuestraba,
prostituía y asesinaba a niños para extraerles la sangre, las grasas y
el tuétano de los huesos y elaborar pócimas que sus clientes
consideraban mágicas.
La Vampira de Barcelona.Wikipedia
[Este artículo fue publicado en la edición impresa del 1 de enero de 2006]
Sembró de horror la Barcelona de 1912. Secuestraba, prostituía y
asesinaba a niños para extraerles la sangre, las grasas y el tuétano de
los huesos y elaborar pócimas que sus clientes consideraban mágicas. El
relato de las dos niñas que liberó la policía fue recogido por la prensa
de la época con buena dosis de morbo Tras el delicado nombre de Enriqueta Martí se esconde una de las
personalidades criminales más feroces de la historia negra de España. Secuestradora, prostituta, alcahueta, falsificadora, corruptora de menores, pederasta,
bruja y asesina son algunas de las actividades que ejerció durante su
vida esa mujer a la que el pueblo de Barcelona bautizó como la Vampira del Carrer Ponent o la Vampira de Barcelona.
Y todo empezó de una forma bien simple, con un desmentido oficial que
trataba de negar la realidad, algo que ha venido sucediendo siempre a
lo largo de la historia. El gobernador civil, nada menos que Portela
Valladares, trataba de convencer a todos de que era "completamente falso
el rumor que se está extendiendo por Barcelona acerca de la
desaparición durante los últimos meses de niños y niñas de corta edad
que según las habladurías populacheras habrían sido secuestrados ".
Pero el rumor, ese runrún que se extendía por calles y plazas,
mercados y patios de vecinos, era completamente cierto. Eran muchos los
niños que a diario desaparecían en las grandes ciudades durante aquellos
años y los padres, para amedrentar a sus hijos, para hacerlos más
precavidos, les contaban tétricos relatos sobre "el hombre del saco".
Por aquellos días de febrero de 1912, apenas tres años después de la
Semana Trágica, la mayor parte de ciudadanos de Barcelona andaban
preocupados por la desaparición de una niña de cinco años llamada
Teresita Guitart sobre cuyos detalles y circunstancias se estaba
extendiendo ampliamente la prensa. Había ocurrido a la caída de la tarde del 10 de febrero en la calle
de San Vicente. Ya era casi de noche cuando Ana, la madre de Teresita,
se había detenido a la puerta de su domicilio a charlar con una vecina y
le soltó la mano a la pequeña en la creencia de que subiría sola hasta
el piso. Pero no fue así. Cuando el marido vio llegar a su esposa sin
Teresita, preguntó extrañado: "¿Y la nena?". La buena mujer lanzó un
grito y bajó corriendo a la calle, pero ya era demasiado tarde, no había
rastro de la niña. Lo que había ocurrido era que Teresita, en lugar de subir a su casa,
se alejó un poco, curioseando, y de repente sintió que una mano cogía la
suya y que una mujer extraña le decía con acento mimoso: "Ven, bonita,
ven, que tengo dulces para ti". La pequeña, ilusionada, se dejó llevar
un trecho, pero, al ver que se alejaba demasiado de donde estaba su
madre, soltó su manita y trató de regresar. Demasiado tarde. La
desconocida desplegó un trapo negro con el que cubrió por completo a la
niña, la agarró en brazos para ahogar sus sollozos y protestas, y se
perdió con su presa en las sombras de la noche. Y Barcelona vivió más de dos semanas con el corazón en un puño
pensando en la suerte que habría podido correr la infeliz Teresita
Guitart. Todos los esfuerzos policiales resultaron, como casi siempre,
nulos. Sería una vecina fisgona, una chafardera, la que descubriría el
paradero de la niña desaparecida. Se llamaba Claudina Elías, y un buen día se fijó en la carita de una
niña que la miraba a través de los sucios cristales de un ventanuco y le
pareció que su expresión era implorante. Era la casa de la vecina del
entresuelo, en la que vivía con un niño y una niña, pero el deplorable
rostro de aquella criatura de cabeza rapada no le resultaba familiar. "Mira que si se tratara de la desaparecida Teresita". Se lo comentó al
colchonero que tenía la tienda en la misma calle de Poniente (hoy
Joaquín Costa) y éste se lo hizo saber al municipal José Asens, quien se
lo comunicó a su jefe, el brigada Ribot.
Y fue éste el que a primera hora de la mañana del 27 de febrero de
1912 llamó a la puerta del entresuelo 1ª del número 29 de la calle de
Poniente. Le abrió una mujer que acababa de despertarse. -Buenos días. Vengo a inspeccionar su domicilio, pues hemos tenido una denuncia de que tiene usted gallinas. -¿Gallinas? ¿A quién se le ocurre? Eso es mentira. -Si me permite
Y el brigada Ribot penetró en el piso descubriendo al fondo del
pasillo a dos niñas de corta edad. La dueña de la casa reaccionó y le
dijo que sin una orden del juez no podía pasar. Pero era tarde. Ribot se
acercó a la pequeña, que tenía la cabeza rapada.-¿Cómo te llamas,
guapa?
-Felicidad -¿No te llamas Teresita? La niña vaciló y acabó diciendo: "Aquí me llaman Felicidad". Ribot
preguntó a la mujer quién era aquella niña y ella respondió que no lo
sabía, que se la había encontrado en la Ronda de San Pablo el día
anterior y le había dicho que estaba perdida y que tenía hambre y ella
se la había llevado a casa. "La otra es mi hija y se llama Angelita",
añadió. No había ningún rastro del niño que la vecina decía haber visto
en repetidas ocasiones. Una vez en la Jefatura de Policía, que entonces estaba en la calle de
Sepúlveda y cuyo máximo responsable era José Millán Astray, la
secuestradora fue identificada como Enriqueta Martí Ripollés, de 43 años
y con antecedentes por corrupción de menores.
Había sido detenida en 1909 en su domicilio de la calle de Minerva,
donde descubrieron que tenía un prostíbulo de menores de ambos sexos y
de edades que iban desde los cinco hasta los 16 años. Con ella había
sido detenido un cliente joven que resultó ser hijo de familia
distinguida. Enriqueta fue procesada, pero la causa se perdió en los
archivos gracias a las influencias ejercidas por una persona muy
conocida y muy poderosa de la ciudad.
La vida de Enriqueta Martí estuvo siempre muy relacionada con la
prostitución. Ella misma comenzó a ejercerla antes de cumplir 20 años,
el día en que se dio cuenta de que siendo criada no se llegaba a ninguna
parte. Fornicó en los lupanares de más baja estofa de la zona vieja y
marinera de la Puerta de Santa Madrona hasta que un día decidió probar
fortuna casándose con un pintor incomprendido y fracasado, Juan Pujaló,
un pobre tipo que se alimentaba de alpiste, como los pájaros, porque lo
había aprendido en un manual de naturismo.
Diez años duró la relación,
aunque hasta seis veces se separaron en este periodo . La última y
definitiva había sido cinco años antes. Por eso la policía pudo descubrir que Angelita no era hija de
Enriqueta porque así lo declaró el infeliz de Pujaló, que explicó que el
fracaso de su matrimonio se debía a que "Enriqueta es muy aficionada a
los hombres y acostumbra a frecuentar ciertas casas que a mí no me
gustan". Posteriormente, los médicos comprobaron que efectivamente
Enriqueta nunca había dado a luz.
¿Quién era, pues, Angelita y dónde estaba el niño que vivía con ella
en la calle de Poniente?
Enriqueta no fue nada explícita en sus
declaraciones y siguió manteniendo que la niña era suya aunque semanas
después reconocería que se la había quitado nada más nacer a una cuñada a
la que hizo creer que lo había perdido en el parto.
En cuanto al niño, explicó que se llamaba Pepito, que tenía cinco
años y que se lo habían dejado para que lo cuidara. "Pero como se puso
malito lo llevé fuera de Barcelona para que se cure".
Utilizaba a los niños que secuestraba en una
explotación doble: como objetos de placer para sus degenerados clientes y
como materia prima para elaborar sus potingues
Poco a poco, a base de testigos que se presentaban espontáneamente a
declarar, pudo irse trazando la personalidad de la secuestradora. A
pesar de que no tenía problemas económicos, solía mendigar y acudía,
vestida como una pordiosera y acompañada casi siempre de un niño o una
niña, a centros de acogida, conventos, parroquias y asilos pidiendo
limosna y comida.
Ésta era su ocupación por las mañanas, pero a media tarde salía de su
casa elegantemente vestida con sedas y terciopelos y tocada la cabeza
con pelucas y sombreros. ¿Qué lugares frecuentaba? ¿A quién visitaba? Las declaraciones de las dos niñas, fundamentalmente la de Angelita,
vinieron a demostrar que Enriqueta Martí era mucho más que una alcahueta
secuestradora y corruptora de niños. Teresita contó al juez que aquella
mujer, nada más llegar al piso, le dijo: "¿Verdad que sientes picor en
la cabeza? Anda, hija mía, déjate cortar el pelito y te pondrás buena".
La niña se dejó hacer mientras la mujer le decía que a partir de
ahora se iba a llamar Felicidad y que ya no tenía padres y que ella era
su madre y que tenía que llamarla "mamá" cuando salieran a la calle. Pero nunca salió a la calle ni le estaba permitido asomarse al balcón o a
las ventanas. Le daba mal de comer —patatas y pan duro—; no le pegaba,
pero solía darle fuertes pellizcos. Su única distracción era jugar con Angelita, porque ella no llegó
nunca a ver a Pepito en la casa. A veces se quedaban las dos solas y era
cuando tenían más miedo y todos los ruidos las asustaban. Pero un día
Angelita le dijo: "Vamos a ver qué tiene mamá en los sitios donde no nos
deja entrar". Y entrelazando sus manitas penetraron casi a oscuras en
las habitaciones prohibidas. Teresita tropezó con algo que resultó ser
un saco. Lo abrieron y, al descubrir su contenido, lanzaron un grito de
horror: había un cuchillo grande y unas ropas de niño manchadas de
sangre. La declaración de Angelita fue aún más sobrecogedora. Ella sí conoció
a Pepito, un niño rubio de su misma edad con el que solía jugar hasta
que un día "Mamá no se dio cuenta de que yo la vi cómo cogía a Pepito,
lo ponía sobre la mesa del comedor y lo mataba con un cuchillo. Yo me
fui a mi cama y me hice la dormida".
Tanto impresionaron al pueblo de Barcelona las declaraciones de las
dos pequeñas que se abrieron suscripciones populares para abrirles una
libreta de la Caja de Ahorros y hasta fueron presentadas en público. En
el teatro Tívoli, por ejemplo, se celebró una función en su honor y en
los carteles se decía: "Teresita y Angelita asistirán a la
representación desde un palco". Pero lo más tremendo todavía estaba por llegar. Fue a raíz del
registro que se produjo en el entresuelo de la calle de Poniente. Los
del juzgado se quedaron atónitos cuando entre aquellas habitaciones
sórdidas y malolientes descubrieron un suntuoso salón amueblado con
gusto exquisito. El mobiliario, las lámparas, el cortinaje, las butacas y
los sofás debían de haber costado una fortuna. En un armario colgaban dos trajecitos de niño y otros dos de niña;
había medias de seda y zapatitos a juego con los trajes. Y también
fueron encontrados las pelucas rizadas y los finos trajes de confección
que Enriqueta vestía en sus misteriosas salidas.
Un paquete de cartas llamó la atención de los funcionarios. La
mayoría estaban escritas en lenguaje cifrado, y abundaban en ellas las
contraseñas y las firmas con iniciales. Apareció también una lista, una
relación de nombres, que daría mucho que hablar a la opinión pública. En la cocina encontraron el saco del que habían hablado las dos niñas
y, efectivamente, contenía un trajecito de niño y un cuchillo
ensangrentados. En otra habitación descubrieron un saco de lona,
aparentemente lleno de ropa sucia y vieja, pero en cuyo fondo había
huesos de reducido tamaño que posteriormente se confirmaría que eran de
criaturas infantiles.
Hasta 30 se contaron entre costillas, clavículas, rótulas Todos
ellos presentaban la particularidad de que tenían señales de haber sido
expuestos al fuego, lo que, según los médicos, excluía que pudieran
servir para estudios anatómicos y hacía suponer que más bien los pobres
niños habían sido sacrificados para extraer grasa de sus cuerpecitos. Esta afirmación era en respuesta a la explicación que días más tarde
daría Enriqueta justificando que tenía recogidos aquellos huesos para
estudios de anatomía.
Tras un armario descubrieron la cabellera rubia de una niña de unos
tres años, y la macabra expedición concluyó en una habitación cuya
cerradura tuvieron que forzar y en la que aparecieron medio centenar de
frascos, rellenos, unos, de sangre coagulada; otros, de grasas, y el
resto, con sustancias que fueron enviadas a un laboratorio para su
análisis. Junto a las pócimas había un libro antiquísimo con tapas de pergamino
que contenía fórmulas extrañas y misteriosas. Y también un cuaderno
grande lleno de recetas de curandero para toda clase de enfermedades,
escritas a mano, en catalán y con letra refinada. A partir de aquel descubrimiento no se hablaba de otra cosa en la
ciudad más que de Enriqueta Martí, y los principales periódicos
nacionales, que por entonces se componían de unas 16 páginas, le
dedicaban a diario un par de ellas para contar, como si fuera un
folletín, las novedades del caso bajo titulares como: "Los misterios de
Barcelona". Entre los testimonios de personas que trataron a Enriqueta o
sufrieron sus actividades se contaban historias tan dramáticas como la
de una mujer de Alcañiz que acababa de llegar a Barcelona a buscar
trabajo con un bebé en brazos. La buena mujer se sintió desfallecer y se
sentó en el umbral de una casa. Una desconocida, de tono amable, se le
acercó; era Enriqueta. —¡Qué nena tan bonita!, ¿quiere que le dé un rato el pecho? —A mi hija nadie le da el pecho más que yo —respondió la baturra. —Pues a mí me gustaría dárselo. Me parece que lo que usted tiene es
hambre. Vamos a esa lechería, que le pago un vaso de leche. ¡Pobre
mujer! Traiga, que ya le llevaré yo a la niña.
Y la mujer, que estaba desfallecida de hambre, siguió a la
desconocida y entró con ella en la lechería. Enriqueta pidió un vaso de
leche y exclamó de repente: —Pero le sentará mejor con pan. Espere, que ahora mismo lo traigo. Salió con el bebé en brazos y nunca regresó. Seis años tuvieron que
pasar hasta que la desgraciada mujer de Alcañiz volviera a ver frente a
ella, para identificarla, a la que le había robado a su hijo y sabe Dios
lo que habría hecho con él. Ante las abrumadoras pruebas, Enriqueta acabó reconociendo que era
curandera y que vendía filtros y ungüentos. "Confecciono remedios
utilizando determinadas partes del cuerpo humano". Y, de forma
repentina, vociferó: "¡Que registren el piso! ¡Que piquen bien las
paredes y encontrarán algo! Como sé que me subirán al patíbulo, quiero
que conmigo suban los demás culpables".
No tan solo el piso de la calle de Poniente fue registrado a fondo,
sino también los otros domicilios que Enriqueta había tenido durante los
diez últimos años.
Y el resultado fue aterrador: en un piso de la calle
de Picalqués fue descubierto un falso tabique que ocultaba un hueco en
el que aparecieron más huesos, entre ellos varios de manos de niño.
Dice la crónica que "con los huesos fue encontrado un calcetín de
niño que debió de pertenecer a un hijo de familia muy humilde, porque
está zurcido y añadido desde su mitad con hilo de otro color".
En un piso de la calle de Tallers, en un escondrijo, hallaron huesos y
dos cabelleras rubias de niñas de corta edad. En una torre de Sant
Feliu de Llobregat aparecieron libros de recetas y nuevos frascos con
sustancias desconocidas. Y finalmente, en el patio de una casa de la
calle de los Jocs Florals de Sants descubrieron el cráneo de un niño de
unos tres años, que todavía presentaba adheridos a la piel algunos
cabellos y una serie de huesos que los forenses reconocieron como
pertenecientes a tres niños de tres, seis y ocho años.
Diez fueron las criaturas identificadas como víctimas de Enriqueta
que se incluyeron en el sumario. Los periódicos escribieron frases como:
"Esos huesos hablan de crímenes bárbaros, y esos emplastos y esas
curas, de supercherías medievales". Y Millán Astray, jefe superior de
policía, definió a la Martí como "una neurótica que se creía curandera,
un caso de bruja antigua que hubiera sido quemada en Zocodover".
No cabe duda de que la Martí utilizaba a los niños que secuestraba en
una explotación doble: como objetos de placer para sus degenerados
clientes y como materia prima para elaborar sus potingues. Llegó a
especularse, y así lo recogen el escritor Núñez de Prado y el abogado
leonés Jesús Callejo, que el origen de las actividades como hechicera de
Enriqueta podría estar en que "en una de esas orgías pederásticas, uno
de los niños perdió la vida y a partir de aquel momento decidió
extraerles la sangre y no desperdiciar ni siquiera el tuétano y los
huesos de sus víctimas". En aquella época, la tuberculosis hacía estragos, y estaba muy
extendida la creencia de que el mejor remedio para detenerla era beber
sangre humana y aplicarse sobre el pecho cataplasmas de grasas
infantiles. Tan sólo dos años antes, un suceso había alarmado a España
entera: el crimen de Gádor, en el que un curandero, Francisco Leona,
había sacrificado a un niño de siete años, Bernardo González, para que
el rico propietario Francisco Ortega curara la tisis que padecía
bebiendo la sangre de la criatura y aplicándose sus "mantecas" sobre el
pecho.
A nadie escapaba que tras los aberrantes crímenes de Enriqueta Martí
tenía que haber personas con suficientes recursos económicos para
satisfacer sus pervertidas necesidades. Y es en ese punto donde aparece
la famosa lista de nombres hallada en el tugurio de la calle de
Poniente, una lista de la que todo el mundo hablaba pero nadie conocía,
una relación de nombres y domicilios en la que, se rumoreaba, figuraban
médicos, abogados, comerciantes, algún escritor, políticos y otras
personalidades. La indignación y la furia comenzaron a apoderarse del pueblo de
Barcelona, y la prensa más conservadora corrió a calmar los ánimos para
evitar males mayores. Así, Abc llegó a decir que "los nombres y
domicilios contenidos en esta lista" eran "de gentes conocidas por su
amor a la caridad, gentes que fueron víctimas de las socaliñas (que
significa 'engaños') de la hechicera, que las conocía por haber acudido a
sus casas a pedir limosna".
Pero cuando saltó la noticia de que Enriqueta había intentado
cortarse las venas con una cuchara de madera en su celda de la prisión
de Reina Amalia, la irritación popular se convirtió en cólera y las
autoridades temieron que si fallecía estallara un motín, pues los hechos
de la Semana Trágica de 1909 estaban cercanos.
Para evitar el suicidio de Enriqueta se tomaron todo tipo de
precauciones. "La cama de la Martí está colocada frente por frente a las
de sus tres compañeras de reclusión para que éstas no la pierdan de
vista, cualquiera que sea la posición que aquélla adopte para dormir, y
tienen orden de destaparle la cara si ven que se cubre la cabeza con las
ropas de la cama para evitar que con sus dientes se seccione una vena
de la muñeca".
Sin embargo, el interés por el tema comenzó a decaer al no producirse
nuevos descubrimientos macabros y entrar toda la investigación en una
fase rutinaria y farragosa. El periodista Luis Antón del Olmet concluía
así la larga y espléndida serie de reportajes que dedicó al caso: "Estamos ante una de las criminales más tremendas y crueles de las que
se tienen noticia. Movida por un fanatismo vesánico, ha ido matando
niños durante diez años para sacarles las grasas y fabricar ungüentos. Es un caso inaudito, monstruoso, del que se hablará muchos años con
estupor. Enriqueta Martí ha de tener leyenda, pero ¿será cosa de seguir
glosando indefinidamente este suceso?".
Y para rematar la pérdida de interés por el tema, a mediados de
abril, un transatlántico se hundió tras chocar con un iceberg. Se
llamaba Titanic y las noticias sobre aquel desastre apartaron definitivamente de las rotativas a la Vampira del Carrer Ponent. Meses después se supo que Enriqueta Martí había fallecido en el patio
de la cárcel linchada por sus compañeras presas. Se especuló que antes
de ser golpeada ya estaba muerta, envenenada por encargo de alguien
interesado en su desaparición. Nada se pudo probar. Lo único cierto es
que nunca llegó a celebrarse el juicio, que aquellas personas que
figuraban en la lista, "tan amantes de la caridad", se acostaron aquel
día más tranquilas y que Enriqueta Martí Ripollés se convirtió en
leyenda.
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