Patrizia Reggiani propone a sus hijas prescindir de un millón de euros anuales a cambio de poder usar un chalé, un barco de la familia y ver más a sus nietos.
Patrizia Reggiani, la viuda negra de Italia, fue condenada por ordenar el asesinato de su exmarido, Maurizio Gucci en 1995 y pasó 16 años en la cárcel.
Cuando salió y un juez le concedió una pensión vitalicia de un millón de euros al año del patrimonio del mítico exponente de la casa de moda, se enfrascó en una lucha sin cuartel con sus hijas por la multimillonaria herencia.
Ahora, Lady Gucci, como ella se hace llamar y como se la conoce en el país transalpino, curtida en la polémica y conocida por sus excentricidades -como pasearse con un loro al hombro-, ha sacado el pañuelo blanco para poner fin al contencioso abierto con sus hijas.
Está dispuesta a enterrar el hacha de guerra y a renunciar a una parte del legado para sembrar la concordia en el clan.
Reggiani tiene la intención de rechazar la pensión de un millón de euros al año de por vida, sin duda el punto más controvertido de la herencia y también a los 26 millones de euros atrasados -uno por cada año-, que no llegó a cobrar.
Lo anunció este lunes en una entrevista telefónica en exclusiva con el programa de la televisión pública, Storie Italiane.
A cambio, pide a sus hijas Allegra y Alessandra una suma mensual bastante más moderada, que no ha especificado, y pasar “algo de tiempo al año” en el espectacular chalé familiar de Saint Moritz, apodado L’oiseau bleu: una imponente mansión de madera, construida en una de las zonas más exclusivas del enclave suizo y que Maurizio heredó de su padre, Rodolfo Gucci, actor e hijo de Guccio Gucci, el fundador de la emblemática firma de moda.
Patrizia también quiere ver a sus nietos, con quien hasta ahora no mantiene ninguna relación y poder disfrutar al menos un mes al año, a elección, del velero de la familia, el Creole. Reggeni lo llama su “tercera hija”.
“Lo he hecho yo completamente” dice y añade: “el chalet y el barco tienen un valor afectivo”.
La tétrica historia de la saga Gucci, aderezada con glamur, violencia, traiciones y ambición empezó en Milán en 1995 con el asesinato del heredero de la casa de moda, Maurizio Gucci.Un sicario relacionado con la mafia y contratado por su exmujer, Patrizia Reggiani, le descerrajó cuatro tiros por la espalda a las puertas de su casa en la capital italiana de la moda.
Gucci y Reggiani se casaron en 1973 y tras 12 años de relación él le dijo que se iba a un viaje de negocios y nunca volvió.
La abandonó por una mujer más joven.
En 1991 firmaron el divorcio, con un suculento acuerdo de separación: un millón de euros anual de por vida. Los años en prisión lo habían mantenido bloqueado.
El año pasado, en un giro de guión inesperado, el Tribunal de Apelación de Milán concedió a la viuda negra de Italia la compensación vitalicia que había pactado con su difunto exmarido al considerar que haber ordenado el asesinato del rico heredero no era suficiente para tumbar el acuerdo.
Desde entonces, la guerra entre las herederas del imperio Gucci se encarnizó.
Sus hijas, que administran el abultado patrimonio Gucci, recurrieron la sentencia y por el momento Reggiani no ha podido estrenar su fortuna.
Además, entró en escena un nuevo y controvertido personaje: la madre de Patrizia, Silvana Barbero, de 90 años que la citó en los tribunales para inhabilitarla y nombrar a un administrador que gestione los bienes que espera heredar, después de varios cruces de declaraciones en los platós de televisión.
Desde entonces ambas han vivido en la misma casa en Milán y ahora Patrizia quiere hacer las paces también con su progenitora. Confesaba en el programa de la Rai que vive con una pensión de 300 o 400 euros al mes.
“También mi madre se ha emperrado en no darme nada de dinero”, alegaba.
Pero “la relación entre una madre y una hija siempre puede volver a unirse”, dijo.
Cuando el reportero le preguntó si su paso por la prisión la cambió, la singular Patrizia, genio y figura, lo tuvo claro: “No, de ninguna manera, siempre fui la reina de San Vittore”, dijo en alusión a la cárcel milanesa en la que cumplió condena, que ella llamaba Saint Victor Residence y en la que cuidaba de sus plantas y de un hurón que se agenció como mascota entre rejas.
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