Jesús de Medinaceli: tres deseos para un Cristo cautivo
Miles de fieles acuden la basílica madrileña para el tradicional besapiés del primer viernes de marzo.
No cerrará sus puertas hasta que el último devoto del Cristo de Medinaceli haya dejado su beso en uno de los dos desgastados pies de la talla sevillana del siglo XVII.
Con el fiel ósculo, tres deseos
de los que la tradición dice que Jesús intercede por uno de ellos.
Una
costumbre centenaria que, cada primer viernes de marzo, conduce a miles
de personas hasta la basílica y que deja una estampa de colas que
empiezan un mes antes de la cita no exentas de polémicas y con la sombra
de la duda sobre turbios negocios por los puestos.
Las filas llegaban hasta Atocha este
mediodía. Doce horas antes, a medianoche del viernes, comenzaba el
incesante paseo ante la fervorosa imagen.
«La única diferencia con
cualquier otro viernes del año, es que está a ras del suelo, que lo
bajan de su camarín», explica María Luisa. «Es el único viernes que
falto.
Es imposible. Viene tanta gente de fuera…», se lamenta esta
vecina del barrio no sin cierta crítica a la «espectacularización» de
esta cita religiosa.
«Es una pena. Hay gente que viene a hacerse la foto
hoy y que no aparece por aquí el resto del año», sostiene otra de las
mujeres que aguarda su turno para postrarse ante el Cristo.
La cola sólo se interrumpe un momento ante la llegada de la Infanta Elena.
En la puerta, le esperaban el superior provincial de los frailes capuchinos, Benjamín Echeverría, y el superior de la comunidad, José María Fonseca,
para darle la bienvenida.
Su visita, en representación de la Casa Real,
forma también parte de la tradición.
Dentro, Doña Elena, además de
besar el desnudo pie izquierdo de Jesús, ofreció una oración frente a la
imagen y conversó con Pablo y Flavia de Hohenlohe-Langenburg y Medina,
hermanos de Marco, el duque de Medinaceli que
falleció el pasado mes de agosto.
Antes de montarse en el coche saludó
al centenar de personas que la aplaudieron frente al templo.
«Antes
venía también Doña Sofía», recordaron algunos incondicionales del
evento.
«Esta
algarabía es lo que peor llevo», destaca uno de los miembros de la
Archicofradía que prefiere no revelar su nombre.
«Se ha perdido
solemnidad. No se puede estar gritando a las puertas de la iglesia, ni
discutiendo por quién entra primero», opina.
Entre el ruido y hay
también historias de fe. «Vengo todos los viernes y
este no puedo faltar.
Tengo una enorme devoción por Él y una promesa
que, mientras tenga salud, no dejaré de cumplir», confiesa Miguel metros
antes de llegar al último tramo de la cola, que discurre ya por dentro
de la basílica.
«No se puede explicar», aseguran a coro un grupo
de mujeres con acento andaluz.
Estas son mayoría en la larga fila que
ocupa buena parte de la calle Jesús.
Entre los asistentes hay mucha
gente que viene de Andalucía y Castilla La Mancha.
«Los negocios de este
lado cierran hoy. Es imposible pasar», destaca otro vecino. Mientras
que unos echan el cierre, otros se arremolinan alrededor del templo para
hacer su particular agosto.
«Aquí se vende de todo: llaveros,
estampitas y hasta lotería», comenta.
«Vendo el número de la suerte»,
luce un cartel en uno de los varios puestos de lotería instalados
alrededor de la iglesia. «Es algo que no veo bien.
Negocios y religión
no se llevan bien», concluye.
Una talla con mucha historia
La imagen de Jesús Nazareno
que custodian los Capuchinos se talló en Sevilla en el siglo XVII por
encargo de los Duques de Medinaceli y se trasladó a Marruecos para culto
de los españoles, concretamente a la plaza fuerte de Mámora, en
Marruecos.
En Abril de 1681, fue robada y arrastrada por la calles de
Mequinez.
Tras ser rescatada, un viernes de Cuaresma, por los
Trinitarios, llegó a Madrid en el verano de 1682 con fama de ser
milagrosa.
Fue expuesta en una pequeña ermita que se levanta en lo que
hoy es la basílica y, en honor de su rescate, se instauró la costumbre
de besar el pie del Cristo el primer viernes de marzo.
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