Como crecí oyendo blasfemar sin que nadie agraviara a nadie, me escandaliza que un juez procese a Willy Toledo por herir los sentimientos religiosos.
Mi padre blasfemaba como un poseso.
En plata: se cagaba en Dios todo el tiempo.
Más que con un afán antirreligioso o una diarrea anticatólica, sus exabruptos tenían que ver con la tradición familiar y la economía lingüística.
Que juraba cual íncubo como muletilla verbal y tributo a los suyos, vaya.
Quizá para vengarse de sus nombres de pila, su padre —Nicéforo: el santo del día— y sus tíos —de Emeterio para arriba— instruían a sus niños varones en el arte de la blasfemia, para oprobio de las madres de las criaturas, que no sabían si reír o llorar ante las procacidades de su progenie.
“Cágate en Dios, Pete”, le pedían a uno de los primillos, y el tal Pete rehuía hasta que un día, entre cansado y temeroso de que le cayera encima alguna hostia sin consagrar, claudicaba y soltaba un “me cago en Dios y en su puta maaade”,con su lengua de trapo que dejaba a aquellos energúmenos muertos de la risa.
Hijo de la misma escuela, mi padre se cagaba en Dios y en su puta madre y en todos los santos de la letanía varias veces al día.
Luego iba el primerito a todos los bautizos y los funerales, y su Audi corinto fue el coche de todas las bodas por la iglesia de toda la familia, empezando por la mía.
Llegada su hora no quiso ni cura ni sepultura, lo cual no obstó para que su amigo del alma —un católico, apostólico y manchego que jamás se ofendió por sus barbaridades— le erigiera una cruz en el cerro donde aventamos sus cenizas, en el más hermoso adiós de un creyente a un ateo.
Quizá por eso, porque crecí oyendo blasfemar sin que nadie agraviara a nadie, me escandaliza tanto que un juez procese a Guillermo Toledo por herir los sentimientos religiosos de unos meapilas al cagarse en Dios en Facebook.
La perla de Willy puede ser de dudoso gusto. Tanto como llamar maricón a un juez en una juerga privada.
Pero lo que tiene delito son otras cosas. Por cierto: si hay Dios, mi padre está en el cielo.
En plata: se cagaba en Dios todo el tiempo.
Más que con un afán antirreligioso o una diarrea anticatólica, sus exabruptos tenían que ver con la tradición familiar y la economía lingüística.
Que juraba cual íncubo como muletilla verbal y tributo a los suyos, vaya.
Quizá para vengarse de sus nombres de pila, su padre —Nicéforo: el santo del día— y sus tíos —de Emeterio para arriba— instruían a sus niños varones en el arte de la blasfemia, para oprobio de las madres de las criaturas, que no sabían si reír o llorar ante las procacidades de su progenie.
“Cágate en Dios, Pete”, le pedían a uno de los primillos, y el tal Pete rehuía hasta que un día, entre cansado y temeroso de que le cayera encima alguna hostia sin consagrar, claudicaba y soltaba un “me cago en Dios y en su puta maaade”,con su lengua de trapo que dejaba a aquellos energúmenos muertos de la risa.
Hijo de la misma escuela, mi padre se cagaba en Dios y en su puta madre y en todos los santos de la letanía varias veces al día.
Luego iba el primerito a todos los bautizos y los funerales, y su Audi corinto fue el coche de todas las bodas por la iglesia de toda la familia, empezando por la mía.
Llegada su hora no quiso ni cura ni sepultura, lo cual no obstó para que su amigo del alma —un católico, apostólico y manchego que jamás se ofendió por sus barbaridades— le erigiera una cruz en el cerro donde aventamos sus cenizas, en el más hermoso adiós de un creyente a un ateo.
Quizá por eso, porque crecí oyendo blasfemar sin que nadie agraviara a nadie, me escandaliza tanto que un juez procese a Guillermo Toledo por herir los sentimientos religiosos de unos meapilas al cagarse en Dios en Facebook.
La perla de Willy puede ser de dudoso gusto. Tanto como llamar maricón a un juez en una juerga privada.
Pero lo que tiene delito son otras cosas. Por cierto: si hay Dios, mi padre está en el cielo.
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