“Esta vida no es tan glamurosa”, dice la modelo, aupada por sus relaciones con Cristiano Ronaldo y Bradley Cooper.
Dice Irina Shayk que cuando se pone rusa, es la más rusa de todas. Y entonces el mundo ya puede echarse a temblar.
El jueves todo indicaba que iba a ser uno de esos días. En la romántica Verona, minutos antes de volver a desfilar para Intimissimi, la firma de lencería que la descubrió para la moda en 2007 y de la que es imagen global, le toca lidiar con la prensa.
Al equipo de televisión de una cadena italiana acaba de despacharlo con cajas destempladas.
“Nada de preguntas personales”, se advierte.
Shayk taladra con esa mirada verde.
De repente, se muestra de buen humor. Hasta que en la sala privada del complejo del grupo Calzedonia, donde tienen lugar el encuentro irrumpe un nutrido y ruidoso grupo.
Son unos amigos de la estrella, a los que hace tiempo que no ve. Besos. Abrazos. Selfies.
Dos de ellos se apoltronan en los sillones. Hay que recodarle que debe hacer una entrevista.
La expresión de su cara es de “si no queda más remedio, acabemos con esto cuanto antes”.
Así que la charla tiene como espectadores: el multimillonario estadounidense Ron Burkle, socio mayoritario del grupo hostelero Soho House, y Ali Kavoosi, su largo tiempo representante. “Aquí todos somos familia”, informa el mánager.
Ha pasado ya una década desde su irrupción en la moda, años convulsos que han visto cambiar drásticamente el negocio.
No para ella, al parecer: “¡No me puedo creer que haya transcurrido tanto tiempo, siento como si aún tuviera 20 años! [Risas]. Para mí ha sido un proceso de aprendizaje, como una escuela.
Puedo decir que me lo ha enseñado todo: no solo he aprendido inglés, sino también a conocer quién soy y a ganar autoestima y confianza.
Como experiencia vital, sí, es una locura”.
No son pocos los méritos profesionales de Irina Valerievna Shaykhlislamova, 32 años.
La mayoría en ropa íntima o de baño: desde las colaboraciones con Intimissimi a la campaña de Armani Exchange (primavera/verano 2010), pasando por la portada de bañadores de Sports Illustrated de 2011 y una recua de catálogos, desfiles y anuncios de firmas tipo Triumph, La Perla, Ory o Victoria's Secret, una larga exhibición corporal. Hasta en la campaña de Givenchy Jeans en 2015, aparecía a pecho descubierto.
“No me arrepiento de nada de lo que hecho, porque todo acaba valiendo para algo, incluso los errores”, concede.
“Lo único que lamento es, quizá, no haber pasado más tiempo con mi abuela, que falleció hace cinco años.
Era una de las mujeres más fuertes que he conocido [Galina Shaykhlislamova, agente del Ejército Rojo de Stalin durante la II Guerra Mundial].
Me considero afortunada por haber estado rodeada de mujeres.
Mi padre falleció cuando era joven y eso me ha demostrado que podemos hacer lo que nos propongamos.
Nosotras deberíamos gobernar el mundo”.
Cuando se le inquiere por cuestiones como la edad apropiada para empezar a trabajar como modelo — de nuevo tema candente en estos tiempos de campañas como #MeToo (los agentes de la moda quieren establecer el límite legal en 18 años)—, no contesta: “No tengo una opinión al respecto.
Yo empecé tarde, había cumplido los 20.
Así que he tenido mi infancia, mi formación académica...
Pero creo que si quieres dedicarte a algo, tengas la edad que tengas, ¿por qué no?. Que cada cual actúe como considere”.
Shayk ha reconocido en más de una ocasión haber sufrido burlas de sus compañeras, por su tez demasiado morena, herencia genética de su padre tártaro.
Sin embargo, ahora ofrece una versión distinta:
“Para empezar, no es fácil meterse con una rusa.
No era que me hicieran bullying, se trataba más bien de bromas sobre mi aspecto porque era muy delgada.
Me llamaban 'palillo andante'. Este no es ese negocio glamuroso que la gente imagina. Tienes que tener una personalidad fuerte para llegar a donde quieres”.
La pregunta del millón es si Irina Shayk ha llegado donde quería. Formularle la cuestión no es fácil, porque hay implicaciones personales.
Esas de las que se niega a hablar. Su relación con Cristiano Ronaldo la hizo mundialmente conocida, pero también le granjeó un tipo de presencia mediática que la moda de lujo no veía con buenos ojos.
Su actual pareja, el actor Bradley Cooper, con el que se convirtió en madre de una niña, Lea de Seine, el año pasado, no ha solventado la situación.
¿Dónde están,esas grandes campañas publicitarias que una supermodelo debería acumular? “Cada una elige su camino, y este es el mío.
Yo no hago todos los desfiles porque no soy una showgirl. Trabajo para quienes me apoyan y son mis amigos”, zanja a la defensiva y recuerda que, esta primavera/verano, Donatella Versace le daba la alternativa.
“No te preocupes, esas campañas que dices llegarán, cariño”, vaticinó entonces la diseñadora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario