Por nostalgia o por operación estética, sentimos que la familia Franco desaparece de España y que los Ubrique Campanario reaparecen.
Cuando languidece el verano te aferras a cosas que crees que
recordarás para siempre.
Series que ves en un día, trozos de conversaciones, elementos desordenados que crees que se harán trascendentes.
Un ejemplo, la transformación de Menorca en el nuevo sitio influencer.
Sin darnos cuenta se ha convertido en la alternativa chic discreta a las otras islas Baleares, mezclando naturaleza mansa con un listado de grandes anfitrionas que todavía no combaten entre sí por dar la mejor fiesta sino por quién sube el Instagram que mejor puede definir ese secreto ingrediente que ha puesto a la isla en el top de lo más buscado.
Es melancolía, ese algo más que nunca sabemos definir ante el ocaso.
En el interior del país, no menos misterioso y casi místico, en Cuenca, la noticia también se mezcla con la arena: Jesulín de Ubrique reaparece en la plaza, vestido de ese azul índigo que luce tan bien en los escaparates.
Series que ves en un día, trozos de conversaciones, elementos desordenados que crees que se harán trascendentes.
Un ejemplo, la transformación de Menorca en el nuevo sitio influencer.
Sin darnos cuenta se ha convertido en la alternativa chic discreta a las otras islas Baleares, mezclando naturaleza mansa con un listado de grandes anfitrionas que todavía no combaten entre sí por dar la mejor fiesta sino por quién sube el Instagram que mejor puede definir ese secreto ingrediente que ha puesto a la isla en el top de lo más buscado.
Es melancolía, ese algo más que nunca sabemos definir ante el ocaso.
En el interior del país, no menos misterioso y casi místico, en Cuenca, la noticia también se mezcla con la arena: Jesulín de Ubrique reaparece en la plaza, vestido de ese azul índigo que luce tan bien en los escaparates.
Más
maduro y con los brazos en la cintura, en plan miss Universo. Pero la
que de verdad devora toda la atención es su esposa, María José
Campanario, que ha reaparecido con un look que mezcla algo de ella misma, algo de Belén Esteban con unas gotas de María Dolores de Cospedal.
Es que La Campa le va a la zaga a La Esteban en cuanto a intervenciones estéticas.
Y el resultado es bastante miamero.
Y, por nostalgia o por operación estética, sentimos que la familia
Franco desaparece de España y que los Ubrique Campanario reaparecen.
Unos marchan, otros permanecen.
Jesulín de Ubrique, su familia, sus esposas, su estética, han alimentado la vida española con ese cruce de campo y ciudad, de balaustrada, cirugía estética y toros como nadie ha sabido combinar.
La longevidad de sus esposas en la prensa del corazón unifica a la España de este siglo.
No sería lo mismo sin la convivencia tensísima de La Esteban y La Campanario.
A veces pareciera que sostienen un diálogo oculto donde deciden qué hacen y dicen.
Algo muy propio de la política española.
La reaparición de Campanario, más rubia, casi céltica, delgada, aliviada de cualquier gesto de dolor en su rostro, hace pensar en la respuesta de Belén.
Y en la de Cospedal.
La que dio el campanazo fue Elena Tablada, casándose con su novio Javier Ungría discretamente en Miami.
Respondiendo a la jugada de Bisbal, el padre de su hija, que se casó primero.
Es que este verano, quizás a consecuencia del MeToo, las chicas o novias están empeñadas en convertir a sus novios en nuevas Barbies.
Por ejemplo, mi entrenador personal, que domina un sistema que te endurece gracias a la eletroestimulación, apareció en casa con el pelo amarillo pollito.
Fingí no darme cuenta hasta que él mismo me explicó que había sido “un juego” con su novia:
“Empezó a teñirme, salió fatal y ya puestos seguimos hasta este rubio”.
Mi mirada le indicó que no lo aprobaba, pero esa misma noche salí a cenar con unos amigos y un viejo amigo apareció con las uñas de las manos esmaltadísimas de negro.
En mi entorno se susurró que era el Blue Vernis que popularizó Chanel.
“No, mi amor, no te confundas: ese esmalte no es Chanel”, corroboró mi marido.
Me acerqué a hablar con mi amigo.
“Estoy cambiando, no de bando, sino de pareja y a una amiga nueva le pareció guay que me pintara. ¿No te gusta?”.
Recordé ese momento en que Antonio David Flores, entonces marido de Rocío Carrasco, se depiló las cejas.
“Allí empezó todo, pero lo de ahora es más fuerte”, me aclaró una actriz mexicana,
“Las mujeres estamos guerreras y lo que antes les hacíamos a las Barbies, ahora se lo hacemos a los hermanos, novios, amantes”.
Hay una actriz mexicana que es la última moda, Cecilia Suárez, en La Casa de las Flores.
La serie de televisión es el tema de conversación entre Madrid, Menorca, México y Miami.
Otra operación estética.
Una perfecta vuelta de tuerca al culebrón mexicano escrita por Manolo Caro con ingredientes nuevos y picantes.
Suárez interpreta a Paulina, cuya manera de hablar, como si estuviera entre colocada y regresando del espacio exterior, se ha convertido en lo más imitado del momento.
“¡Se me olvidó cancelar el mariachi!”, es el grito de guerra.
Cuando termine el verano estaré harto de imitar las frases de Paulina.
Y entonces qué, maravillosos personajes, ¿esperaremos otro verano para vuestro regreso?
Jesulín de Ubrique, su familia, sus esposas, su estética, han alimentado la vida española con ese cruce de campo y ciudad, de balaustrada, cirugía estética y toros como nadie ha sabido combinar.
La longevidad de sus esposas en la prensa del corazón unifica a la España de este siglo.
No sería lo mismo sin la convivencia tensísima de La Esteban y La Campanario.
A veces pareciera que sostienen un diálogo oculto donde deciden qué hacen y dicen.
Algo muy propio de la política española.
La reaparición de Campanario, más rubia, casi céltica, delgada, aliviada de cualquier gesto de dolor en su rostro, hace pensar en la respuesta de Belén.
Y en la de Cospedal.
La que dio el campanazo fue Elena Tablada, casándose con su novio Javier Ungría discretamente en Miami.
Respondiendo a la jugada de Bisbal, el padre de su hija, que se casó primero.
Es que este verano, quizás a consecuencia del MeToo, las chicas o novias están empeñadas en convertir a sus novios en nuevas Barbies.
Por ejemplo, mi entrenador personal, que domina un sistema que te endurece gracias a la eletroestimulación, apareció en casa con el pelo amarillo pollito.
Fingí no darme cuenta hasta que él mismo me explicó que había sido “un juego” con su novia:
“Empezó a teñirme, salió fatal y ya puestos seguimos hasta este rubio”.
Mi mirada le indicó que no lo aprobaba, pero esa misma noche salí a cenar con unos amigos y un viejo amigo apareció con las uñas de las manos esmaltadísimas de negro.
En mi entorno se susurró que era el Blue Vernis que popularizó Chanel.
“No, mi amor, no te confundas: ese esmalte no es Chanel”, corroboró mi marido.
Me acerqué a hablar con mi amigo.
“Estoy cambiando, no de bando, sino de pareja y a una amiga nueva le pareció guay que me pintara. ¿No te gusta?”.
Recordé ese momento en que Antonio David Flores, entonces marido de Rocío Carrasco, se depiló las cejas.
“Allí empezó todo, pero lo de ahora es más fuerte”, me aclaró una actriz mexicana,
“Las mujeres estamos guerreras y lo que antes les hacíamos a las Barbies, ahora se lo hacemos a los hermanos, novios, amantes”.
Hay una actriz mexicana que es la última moda, Cecilia Suárez, en La Casa de las Flores.
La serie de televisión es el tema de conversación entre Madrid, Menorca, México y Miami.
Otra operación estética.
Una perfecta vuelta de tuerca al culebrón mexicano escrita por Manolo Caro con ingredientes nuevos y picantes.
Suárez interpreta a Paulina, cuya manera de hablar, como si estuviera entre colocada y regresando del espacio exterior, se ha convertido en lo más imitado del momento.
“¡Se me olvidó cancelar el mariachi!”, es el grito de guerra.
Cuando termine el verano estaré harto de imitar las frases de Paulina.
Y entonces qué, maravillosos personajes, ¿esperaremos otro verano para vuestro regreso?
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