El autor, quien sufrió graves abusos en la infancia, sugiere cambios legales para proteger a los menores.
Como una reforma judicial para que en casos de violación infantil, niños y niñas declaren en privado, con la presunción de que dicen la verdad.
Apreciado señor Sánchez:
Llevo más de un año viviendo en España.
Para mí, este país es mi casa; me he enamorado completamente de él, hasta la médula. Pago impuestos aquí, intento contribuir de manera productiva y mi deseo es que, en algunos años, me haya ganado (y elijo esta palabra con intención) el derecho a ser ciudadano de este maravilloso, generoso, fantástico y bonito país.
Cuando
Usted fue nombrado presidente del Gobierno y eligió un Consejo de Ministros integrado en sus dos terceras partes por mujeres, me pareció que teníamos un nuevo mandatario con una mentalidad mas abierta.
Tenemos un grave problema. Y tiene que ver con su sistema judicial y con el trato que da a los menores. Quiero que sepa que hablo con conocimiento de causa: de niño me violaron repetidamente.
Los años ochenta fueron una gran época para los pederastas: aunque los adultos veían que sangraba, lloraba y me ponía histérico, me enviaban de vuelta a los brazos (piernas, mejor dicho) de mi violador.
Una y otra vez. Esa gente que tenía puestos de responsabilidad sabía que algo malo pasaba, pero nadie hacía nada y, de nuevo, me mandaban junto a él.
Durante cinco largos años.
Todavía estoy pagando el precio de haber tenido esa infancia. También mis seres queridos.
Tengo prótesis de metal en la espalda, resultado de las tres operaciones a las que tuve que someterme para intentar reparar el daño que me habían causado las agresiones sexuales.
He intentado suicidarme demasiadas veces y me he pasado también demasiados meses en instituciones psiquiátricas.
He probado todos los medicamentos que las grandes farmacéuticas han tenido a bien inventar, he destruido relaciones, me he autolesionado con rabia y he hecho todo lo que se me ha pasado por la cabeza para intentar detener ese zumbido incansable y violento que me retumba en la cabeza.
Desde que vivo en Madrid, ese zumbido se ha convertido al fin, milagrosamente, en un rumor lejano la mayor parte del tiempo que estoy despierto.
Lo que quizá explique por qué este país significa tanto para mí. Pero cuando veo en las noticias que hay tantísimos fracasos en la protección de los derechos de los niños, de consecuencias catastróficas, no puedo evitar sentir náuseas.
He aceptado que nunca se haga justicia por lo que me pasó (mi violador murió antes del juicio).
Pero también me he prometido a mí mismo que si alguna vez tenía frente a mí un altavoz, por pequeño que fuera, lo usaría para hablar de este tema. Y por eso le escribo esta carta. Aquí, en España, me siento afortunado.
Puedo hablar de ello en la Cadena SER y comentarlo con Buenafuente en la televisión o en las entrevistas de los periódicos. Puedo darles copias de mi libro Instrumental a todos los jueces del país, porque explica claramente qué secuelas tienen los abusos. Pero, al final, todo acabará cayendo en saco roto.
La única persona que puede cambiar las cosas de verdad ahora mismo es usted.
Tengo ante mis ojos unas hojas con miles de palabras, enviadas por Save the Children España, que harán que se le salten las lágrimas. Aquí tiene algunos ejemplos:
Aunque el 70% de las víctimas infantiles diga que avisó a un adulto de lo que pasaba, solo el 15% de los casos se denunció a la policía. De ese 15%, el 70% nunca llegó a juicio.
El proceso judicial dura como promedio tres años; en algunos casos se llega a los cinco.
El abuso sexual dura como promedio cuatro años.
En el 86% de los casos, el menor tiene que declarar en sesiones plenarias, en juicios a puerta abierta, delante de tres jueces y también del presunto autor de los hechos.
En España, solo cinco de sus diecisiete comunidades autónomas prestan un servicio universal gratuito a las víctimas infantiles de los abusos sexuales.
En el caso más tristemente célebre de España, el de los Maristas, de las 17 acusaciones que hay contra Benítez, el autor confeso, 13 han prescrito.
¿Cómo puede ser que no vaya a ser juzgado por todos estos crímenes cometidos?
Además, ¿qué ha fallado tan estrepitosamente para que durante más de treinta años un profesor pudiera abusar de sus alumnos sin que nadie lo denunciara?
Podría seguir y seguir…
Sé que usted leerá esta carta.
Y sé que en la política y en la ley las cosas van despacio.
Pero también sé que si entrara en una habitación y sorprendiera a alguien violando a un niño, no se movería con lentitud.
Le sorprendería ver que uno es capaz de actuar con muchísima rapidez.
Y de soltar un puñetazo la hostia de fuerte. Estoy aquí para decirle, para prometerle, para asegurarle que, aunque en este momento no vea con sus propios ojos cómo violan a un niño, está sucediendo ahora mismo.
Cuando usted lea esto, estará pasando.
Siempre está pasando. Y necesito que actúe rápido.
Me han sugerido (en Twitter, claro) que, como soy anglosajón, un huésped de este país, mejor “no me meta en política”.
Pero esto no tiene que ver con la política, sino con la humanidad. El sistema creado específicamente para proteger a los más vulnerables se ha roto y ya no sirve.
Estoy seguro de que este asunto no es nuevo para usted; que ya tiene una idea de lo que quiere conseguir y de cómo va a hacerlo. Yo solo quiero ayudar.
Llevo más de un año viviendo en España.
Para mí, este país es mi casa; me he enamorado completamente de él, hasta la médula. Pago impuestos aquí, intento contribuir de manera productiva y mi deseo es que, en algunos años, me haya ganado (y elijo esta palabra con intención) el derecho a ser ciudadano de este maravilloso, generoso, fantástico y bonito país.
Cuando
Usted fue nombrado presidente del Gobierno y eligió un Consejo de Ministros integrado en sus dos terceras partes por mujeres, me pareció que teníamos un nuevo mandatario con una mentalidad mas abierta.
Tenemos un grave problema. Y tiene que ver con su sistema judicial y con el trato que da a los menores. Quiero que sepa que hablo con conocimiento de causa: de niño me violaron repetidamente.
Los años ochenta fueron una gran época para los pederastas: aunque los adultos veían que sangraba, lloraba y me ponía histérico, me enviaban de vuelta a los brazos (piernas, mejor dicho) de mi violador.
Una y otra vez. Esa gente que tenía puestos de responsabilidad sabía que algo malo pasaba, pero nadie hacía nada y, de nuevo, me mandaban junto a él.
Durante cinco largos años.
Todavía estoy pagando el precio de haber tenido esa infancia. También mis seres queridos.
Tengo prótesis de metal en la espalda, resultado de las tres operaciones a las que tuve que someterme para intentar reparar el daño que me habían causado las agresiones sexuales.
He intentado suicidarme demasiadas veces y me he pasado también demasiados meses en instituciones psiquiátricas.
He probado todos los medicamentos que las grandes farmacéuticas han tenido a bien inventar, he destruido relaciones, me he autolesionado con rabia y he hecho todo lo que se me ha pasado por la cabeza para intentar detener ese zumbido incansable y violento que me retumba en la cabeza.
Desde que vivo en Madrid, ese zumbido se ha convertido al fin, milagrosamente, en un rumor lejano la mayor parte del tiempo que estoy despierto.
Lo que quizá explique por qué este país significa tanto para mí. Pero cuando veo en las noticias que hay tantísimos fracasos en la protección de los derechos de los niños, de consecuencias catastróficas, no puedo evitar sentir náuseas.
He aceptado que nunca se haga justicia por lo que me pasó (mi violador murió antes del juicio).
Pero también me he prometido a mí mismo que si alguna vez tenía frente a mí un altavoz, por pequeño que fuera, lo usaría para hablar de este tema. Y por eso le escribo esta carta. Aquí, en España, me siento afortunado.
Puedo hablar de ello en la Cadena SER y comentarlo con Buenafuente en la televisión o en las entrevistas de los periódicos. Puedo darles copias de mi libro Instrumental a todos los jueces del país, porque explica claramente qué secuelas tienen los abusos. Pero, al final, todo acabará cayendo en saco roto.
La única persona que puede cambiar las cosas de verdad ahora mismo es usted.
Tengo ante mis ojos unas hojas con miles de palabras, enviadas por Save the Children España, que harán que se le salten las lágrimas. Aquí tiene algunos ejemplos:
Aunque el 70% de las víctimas infantiles diga que avisó a un adulto de lo que pasaba, solo el 15% de los casos se denunció a la policía. De ese 15%, el 70% nunca llegó a juicio.
El proceso judicial dura como promedio tres años; en algunos casos se llega a los cinco.
El abuso sexual dura como promedio cuatro años.
En el 86% de los casos, el menor tiene que declarar en sesiones plenarias, en juicios a puerta abierta, delante de tres jueces y también del presunto autor de los hechos.
En España, solo cinco de sus diecisiete comunidades autónomas prestan un servicio universal gratuito a las víctimas infantiles de los abusos sexuales.
En el caso más tristemente célebre de España, el de los Maristas, de las 17 acusaciones que hay contra Benítez, el autor confeso, 13 han prescrito.
¿Cómo puede ser que no vaya a ser juzgado por todos estos crímenes cometidos?
Además, ¿qué ha fallado tan estrepitosamente para que durante más de treinta años un profesor pudiera abusar de sus alumnos sin que nadie lo denunciara?
Podría seguir y seguir…
Sé que usted leerá esta carta.
Y sé que en la política y en la ley las cosas van despacio.
Pero también sé que si entrara en una habitación y sorprendiera a alguien violando a un niño, no se movería con lentitud.
Le sorprendería ver que uno es capaz de actuar con muchísima rapidez.
Y de soltar un puñetazo la hostia de fuerte. Estoy aquí para decirle, para prometerle, para asegurarle que, aunque en este momento no vea con sus propios ojos cómo violan a un niño, está sucediendo ahora mismo.
Cuando usted lea esto, estará pasando.
Siempre está pasando. Y necesito que actúe rápido.
Me han sugerido (en Twitter, claro) que, como soy anglosajón, un huésped de este país, mejor “no me meta en política”.
Pero esto no tiene que ver con la política, sino con la humanidad. El sistema creado específicamente para proteger a los más vulnerables se ha roto y ya no sirve.
Estoy seguro de que este asunto no es nuevo para usted; que ya tiene una idea de lo que quiere conseguir y de cómo va a hacerlo. Yo solo quiero ayudar.
Me gustaría, junto con Andrés Conde, director general de
Save the Children España, reunirme con usted un par de horas y ayudarle a
lograr que España sea un lugar más seguro para sus niños y niñas.
Sabemos lo que hace falta: lo más urgente es una formación obligatoria,
unos protocolos y una reforma profunda del proceso judicial para que en
los casos de abuso sexual infantil se respeten de verdad los derechos
del niño y también sus necesidades particulares: que haya juzgados
específicos, con jueces preparados y juicios rápidos para que el menor
declare solo una vez, en privado, con la presunción de que está diciendo
la verdad.
Cuando se trate de niños, hay que dejar de distinguir por
ley entre abuso y agresión: siempre es agresión.
Quiero que apruebe una nueva ley que erradique la violencia contra
los menores y adolescentes, y que se centre especialmente en las medidas
preventivas, tal y como le ha sugerido en dos ocasiones el Comité de
los Derechos del Niño de las Naciones Unidas al Gobierno de España.
Un periódico publicó hace poco un artículo que decía que “a Rhodes lo violaron repetidamente durante su infancia y Bach lo salvó, pero ni siquiera esa experiencia límite lo convirtió en un músico excepcional”.
Y, aunque quizá suene raro, por desgracia es verdad. No soy para nada un músico excepcional. Pero creo que sí puedo ser un recurso excepcional para usted y su equipo en la tarea de cambiar las cosas a mejor de forma permanente para los niños y niñas de este país. Por favor, contésteme, veámonos y pongámonos manos a la obra.
Un periódico publicó hace poco un artículo que decía que “a Rhodes lo violaron repetidamente durante su infancia y Bach lo salvó, pero ni siquiera esa experiencia límite lo convirtió en un músico excepcional”.
Y, aunque quizá suene raro, por desgracia es verdad. No soy para nada un músico excepcional. Pero creo que sí puedo ser un recurso excepcional para usted y su equipo en la tarea de cambiar las cosas a mejor de forma permanente para los niños y niñas de este país. Por favor, contésteme, veámonos y pongámonos manos a la obra.
James Rhodes es pianista, autor del libro Instrumental. Memorias de música, medicina y locura (Blackie Books). @JRhodesPianist
Traducción de Laura Ibáñez.
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