Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

22 jul 2018

El show de Corinna...................................... Manuel Jabois

La discreción de la examiga del rey emérito vuelve a saltar por los aires con la filtración de las grabaciones del excomisario Villarejo, que serán investigadas por la Audiencia Nacional.

corinna
Corinna zu Sayn-Wittgenstein, en Nueva York 28 de febrero de 2016. Getty
"¡No tengáis miedo!", exclamó el cardenal Antonio María Rouco Varela en la catedral de la Almudena. Rouco se dirigía a Felipe de Borbón y Letizia Ortiz.
 "El matrimonio y la familia aportan siempre un inestimable e imprescindible servicio para el bien de la sociedad y del hombre en general. 
Vuestro matrimonio os exige un plus de disponibilidad al servicio a España, absolutamente único y singular.
 Comporta (…) gravosos sacrificios y una entrega incesante al bien común de la sociedad española y de todos los españoles". 
Era el 22 de mayo de 2004, día de boda real, tres meses después de que Juan Carlos de Borbón conociese a Corinna zu Sayn-Wittgenstein y le encargase organizar la luna de miel de los enamorados.
Cuando se ruede la película de los últimos años del rey emérito, bien se podría emular a Francis Ford Coppola y escuchar el discurso del religioso mientras se superponen las imágenes de lo que había ocurrido semanas atrás en el mayor coto de caza de España, la finca de La Garganta (Ciudad Real), 15.000 hectáreas del duque de Westminster.
 En ese lugar permanece sitiada una pedanía, El Horcajo, que vio en una ocasión como en una finca vecina, El Escorial, se cerraron todos los caminos y no se pudo entrar ni salir a la localidad: se quedaron fuera los invitados a unas bodas de plata y la propia alcaldesa. 
Según denuncias de los ecologistas, La Garganta también ha cerrado pasos públicos, ha cortado según sus necesidades el agua y la luz y llegó a cambiar la dirección de una autovía para que no atravesase la finca.
 Los pocos vecinos de El Horcajo, que llegó a tener 7.000 habitantes, están rodeados por las vías del AVE y alambradas que se prolongan 70 kilómetros para contener a los animales. 

Allí a Juan Carlos de Borbón, 66 años, le presentaron a la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein, 39 años, que se aferraba al apellido de su segundo exmarido, el príncipe Casimir, cuyo título nobiliario se remonta al siglo XIV del Sacro Imperio Románico Germánico. "Ocurrió en la cena que tuvo lugar después de una montería", cuenta al otro lado del teléfono la escritora Pilar Urbano, autora de varios libros sobre la Casa Real, entre ellos La reina, muy de cerca (Planeta, 2008) una biografía de Sofía de Grecia basada en conversaciones con ella. 
En esa cena, según el relato de Urbano, Juan Carlos de Borbón le pidió a la anfitriona de la montería que se sentase a su lado porque sospechaba que Corinna trataba de seducirlo.
 Con las horas terminó ofreciéndole negocios: no sólo le pidió que organizara la luna de miel de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz, sino que colocase a su yerno preferido, Iñaki Urdangarin, en la Fundación Laureus; Urdangarin envió un CV a Corinna incluyendo su estado civil: "Casado con S.A.R. la infanta Doña Cristina de Borbón". 
Un año después aparecieron por esa finca los príncipes Guillermo y Enrique con varios amigos a pasar la Nochevieja "dedicados a acabar con las provisiones de whisky de la comarca y a diezmar su fauna: el primer día de su estancia, mataron 740 perdices, y el segundo pasaron ya a mayores, con una gran montería de jabalíes y ciervos", contó el diario Hoy.
Desde 2004 los periodistas que seguían la actualidad de la Casa Real empezaron a escuchar que el rey tenía una nueva relación especial.
 Durante ocho años el personaje público más famoso del país mantuvo una relación con una “amiga entrañable", como ella se llamó a sí misma, sin que esa información trascendiese.
 Sólo el servicio de La Zarzuela y el privilegiado establishment cercano al monarca conocía la relación y trataba a Corinna, que llegó a vivir en un pabellón de El Pardo, con la servidumbre acostumbrada.
 Pero al contrario que en otras relaciones del monarca, con él Corinna hacía viajes privados y también oficiales, como cuando fue descubierta en 2006 compartiendo la alfombra roja con Juan Carlos de Borbón en la recepción al rey en el aeropuerto de Stuttgart recibiendo honores militares.
 Y, sobre todo, hacía negocios.
 Para ella y, según su versión al excomisario Villarejo, para el monarca.
 También, había dicho años antes, misiones "delicadas" para el Estado español que levantaron un escándalo político y llevaron al director del CNI, Félix Sanz Roldán, que negoció con ella para pedirle que dejase de conceder entrevistas cuando su nombre salió a la luz, a dar explicaciones al Congreso. 
El encuentro que mantuvieron Sanz Roldán y Corinna zu Sayn-Wittgenstein se produjo en el Hotel Connaught, en el corazón de Myfair, uno de los barrios más elitistas de Londres.
 Según ella, fue amenazada de muerte; el jefe de los espías españoles comparecerá este jueves 26 en el Congreso para detallar la participación del CNI en el caso.
 Ya lo hizo hace cinco años, el 19 de marzo de 2013, la primera vez que negó cualquier vinculación de los servicios de inteligencia españoles con Zu Sayn-Wittgenstein.
Entre Myfair, Belgravia (el exclusivo barrio donde tiene su residencia Corinna, en Eton Square) y Westminster transcurre el día a día de la princesa en la capital británica. 
En medio del triángulo que forman las tres zonas se encuentra Buckingham Palace.
 Durante varios meses, Corinna vivió en una suite del Connaught mientras se reformaba su apartamento de Eton Square; el hotel alberga una de las estancias más caras del mundo, The Apartament, que cuesta unos 18.000 euros la noche incluyendo mayordomo 24 horas.
 Si algo define ese edificio victoriano y en ello se emplea su personal, es la discreción.
 Y si algo definía la vida de Corinna zu Sayn-Wittgenstein es, precisamente, la discreción con la que vivía en un universo de lujo prohibitivo que incluye, naturalmente, Mónaco.


El mundo irreal

Desde el balcón de su apartamento de la Avenue Princess Grace, Montecarlo, la princesa puede ver dos mares: uno azul y lleno de reflejos del sol, y otro azulísimo y mustio, sin yates ni veleros a lo lejos.
 El primero baña una de las bahías más caras del mundo, el segundo oculta la nueva batalla que el Principado libra con el mar, ganándole terreno gracias a una obra de 2.000 millones de euros pagada por constructores privados que luego dispondrán 60.000 metros cuadrados en los que levantar viviendas de lujo.
 En Mónaco se va de cara.
La construcción ha obligado a fingir el Mediterráneo con una tela que se extiende varios kilómetros.
 De lejos parece el mar, pero al llegar allí uno se siente Jim Carrey en El show de Truman cuando llegaba al final del mundo, que no era más que el final de un mundo construido para él. 
La vida de la princesa Corinna, como la de nadie en Mónaco, no empieza ni acaba aquí. 
Pertenece a esa especie de multimillonarios cuyos movimientos migratorios atienden a razones fiscales: no se desplazan por el clima, sino por el tipo impositivo.
"Montecarlo y Londres son dos ciudades que te convierten en invisible. 
 Curioso, siendo Montecarlo más pequeña que un pueblo. Pero nadie pregunta por nadie ni, sobre todo, se interesa por el origen de nada, menos aún del dinero", dice Philippe, un inversor franco-español, en el bar del Hotel Metropole, uno de los lugares de culto de Corinna.
 En la carta del bar el gintonic más barato cuesta 35 euros, un café 12 euros, una Coca-Cola 10. Puede pedirse una botella de whisky cuyo precio es de 10.000 euros.
 Philippe espera a gente para cenar en el restaurante que Jöel Rebuchon, dos estrellas Michelín, tiene en el hotel.
 "Encontrarte con cierto tipo de personas cuesta mucho dinero. No están en los aeropuertos porque vuelan en avión privado, no están en restaurantes y hoteles porque tienen salas o alas reservadas para ellos, no hacen cola, no esperan como estoy esperando yo ahora. Viven en una especie de doble fondo; son indetectables, no llaman la atención". 

En ese mundo en el que Corinna se hizo a sí misma, ella empezó a chirriar en 2012 como un tren que descarrila. 
"Mi reputación se basa en la discreción, en el secreto", había dicho siempre. 
Hija del director europeo de la compañía de aviación brasileña Varig, el danés Finn Bönnig Larsen, y de la alemana Ingrid Sauerland, Corinna Larsen nació en 1965. 
 Como en tantos personajes que no pertenecen a la aristocracia pero terminan fundiéndose en ella, la revelación de Corinna ocurrió pronto, en la adolescencia, y en el país que marcaría su vida, España.
 Fue en Marbella, lugar al que solían viajar sus padres de vacaciones, donde Corinna decidió que nunca volvería a separarse de los ricos y famosos.
 Algo que ella, después de enseñarle sus fotos en el Marbella Club, se lo negó a la periodista Ana Romero: ella siempre fue parte de los ricos y famosos. 
La propia Romero, la periodista española que más trato ha tenido con ella y que adelantó en El rey ante el espejo (La Esfera, 2017) la trama urdida por Villarejo, explica en su libro Final de partida con prolijos detalles el ascenso social de Corinna: hay dos páginas en las que apenas cabe otra cosa que apellidos compuestos y títulos larguísimos.
 En la vida de Corinna, dice la autora del libro a EL PAÍS, aparecen personajes entrelazados los unos con los otros que constituyen un formidable fresco literario: herederos de la Mercedes, descendientes de Churchill, millonarios árabes, paquistaníes, duquesas, príncipes, actrices de Hollywood, descendientes de Pushkin y de antiguos sirvientes de la familia del Zar Nicolás.
 Cuando se instaló en París, acabados sus estudios de Relaciones Internacionales en Ginebra, Corinna Larsen comprendió que en el mundo al que se dirigía sin credenciales aristocráticas ni multimillonarias una valía lo que pesaba su agenda, y su agenda pesaba los apellidos que la contenían. 
Ponerlos en contacto, facilitar encuentros, organizar eventos, engrasar relaciones, hacer de interlocotura y traductora, ser la llave de un acuerdo. Para todo eso despegó en 2000 en el oficio adecuado, empleada de la armería Boss&Co organizando safaris; posteriormente, tras conocer al rey Juan Carlos, fundó Apollonia Associates, que según su página oficial proporciona "asesoramiento estratégico a clientes corporativos e institucionales en transacciones transfronterizas".
 Mucho antes, al llegar a la capital francesa a los 21 años, se había instalado en un apartamento diminuto pero extraordinariamente bien ubicado. "¡Location, location, location!", suele decir.
 No cuesta imaginarla como el Eugene de Rastignac, el joven de Balzac que quería entrar en la alta sociedad, subido a la montaña en la que estaba el cementerio para poder ver París a los ojos y decirle: "Ahora tú y yo, ¡cara a cara!".
 Cuando Corinna zu Sayn-Wittgenstein conoció al rey emérito tenía dos hijos y se había divorciado dos veces, recientemente del príncipe Casimir, que se se casa este verano (y despojará a Corinna de título y apellido), y de Philip J. Adkins, un empresario que viajó con Corinna y Juan Carlos de Borbón al famoso safari de Botsuana. En esa cita Adkins se hizo amigo del rey. 
Con Adkins habló Vanity Fair tras el accidente de Juan Carlos I ("[Corinna] no es una escaladora social, eso es ridículo.
 Es una mujer guapísima, siempre va bien vestida, tiene los mejores modales, la mejor educación. 
Tiene una vida súper interesante y es muy divertida. Es el tipo de mujer que cualquier hombre, incluyendo Ernest Hemingway, perseguiría") y hace unos días, cuando se conocieron las grabaciones del excomisario Villarejo: "Es una sociópata narcisista. No hay cirujano plástico ni banquero que pueda cambiar eso. Corinna siempre ha estado muerta por dentro".

"Es una mujer que vive como una tragedia el paso del tiempo. Empieza a comprender que no volverá a a haber un rey en su vida. Le quedan 30 años que serán decadencia física, como nos ocurre a todos. 
Y cuando has dependido tanto de tu belleza para conseguir lo que has conseguido, el tiempo se convierte en un drama", explica Romero, a la que el excomisario Villarejo acusa en las grabaciones de ser una “agente doble” de los servicios de espionaje.
 "Aquí despachando con M, mi jefa en el MI6", respondió ella en Twitter con una foto en el Museo de Cera con la superior de James Bond y los mensajes de "no al chantaje" y "no al periodismo cloaca".
El vodevil del triángulo real, que incluía a la reina Sofía, era conocido por un círculo exclusivo que seguía la máxima instaurada con la monarquía de que no se informaba de la vida privada del rey. Ni siquiera cuando en 2010, año en el que Juan Carlos I creyó que iba a morir debido a un tumor que luego se supo benigno, Corinna abandonó la habitación tras pasar con él las horas más crudas y bajó en un ascensor del Clínic de Barcelona mientras por el otro, tras esperar a que se marchase ella, subía la reina. 
Tampoco se hizo hincapié en lo publicado por Pilar Eyre en enero de 2012, meses antes de la cacería de Botsuana, en el libro La soledad de la reina (La Esfera): "Nosotros sabíamos perfectamente por qué la reina no quería ir a Barcelona.
 Las razones se reducían a una y tenían nombre de mujer: Corinne [sic]". 
Tampoco cuando en otra cacería, según cuenta Romero, un invitado hizo un comentario indiscreto al rey delante de su hija, la infanta Elena, que desencadenó que todos los hijos del monarca conociesen el grado de intimidad que tenía con su padre una mujer que aspiraba a suplantar poco a poco la figura de la reina.
 

Todo empieza y acaba en Bostuana

Todo, de alguna manera, empieza y acaba en Botsuana. 
Allí se produce no sólo la caída de Juan Carlos de Borbón (“Es un juguete roto, y los españoles, que son unos cobardes, quieren ahora arrastrarlo por el fango: matamos muy bien a los muertos”, dice a este diario el periodista Raúl del Pozo). 
Corinna detonó algo aún más importante para la monarquía que la discreción: los eufemismos.
 De repente, tras el accidente de Botsuana, no había forma de referirse a ella sin levantar sospecha. 
Mientras la prensa extranjera hablaba de "amante", en España sólo Del Pozo se había referido años antes a "la novia alemana del rey" sin decir su nombre.
 La primera periodista que le puso nombre y apellidos en España fue Mábel Galaz en EL PAIS al informar del accidente de Botsuana:
 "El Rey no renunciará a esas amistades, que incluyen la estrecha relación que desde hace años mantiene con la princesa alemana Corina Zu Sayn-Wittgenstein, empresaria y organizadora de safaris, que también acompañaba al monarca en la cacería de Botsuana".
 A esto le sucedieron guiños y sobreentendidos desesperados sobre la alemana.
 Visto el atasco, la propia Corinna salió al rescate en una entrevista concedida a El Mundo: era una "amiga entrañable".

"Felipe VI es un rey sin mito, y Juan Carlos I, que lo tenía, se está quedando sin él", dice Javier del Rey, profesor de Ciencia Política en la Universidad Complutense.
 "La desmitificación de su padre deja al rey en la estacada. ¿Hace bien la Casa Real en mantener silencio? Sí, si no tiene capacidad de desmentir de forma efectiva la información que circula.
 Si se produce un escándalo en una institución debe valorarse mucho una respuesta, porque ésta puede volverse en contra".
En las zonas comunes del Connaught, segunda residencia de Corinna zu Sayn-Wittgenstein en Londres, una persona trabaja en cada baño con una misión: abrir el grifo si el cliente quiere lavarse las manos, extender el jabón y ofrecer la toalla con la que secarse. "El problema de todo esto, como siempre", dice un antiguo cliente del hotel, "es que cuando sale uno del Connaught, tiene que lavarse las manos por sí mismo".

"Me educaron en lo que tenía que hacer, pero nunca me dijeron lo que no debía hacer", dijo la infanta Cristina en medio del escándalo Noos. En Botsuana, el rey fue a abatir elefantes y, al caerse, arrancó el telón que mostró uno mucho más grande y peligroso dentro de una habitación. Al que ya no había más remedio que mirar.

 

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