Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
30 jun 2018
Desaparecidos de segunda....................................... Rebeca Carranco.
Hace tres
años que no se sabe nada de Caroline del Valle, de 14 años.
A diferencia
de otros, su caso no ha suscitado grandes coberturas mediáticas.
La madre de Caroline enseña una foto de su hija en el móvil. Joan Sánchez
El vídeo emboba por la vida que transmite. Se la ve bailando,
removiendo la larga cola de caballo y dando palmas entre risas, en las
calles de la Zona Franca, donde vive, el último lugar de Barcelona sin
metro. Su abuela se pasó los años limpiando, su madre ha saltado de un
trabajo a otro y su padre tiene el turno de noche en la Seat. Caroline
del Valle es una niña de barrio. Desde el 15 de marzo de 2015 está desaparecida. Los Mossos la dan por muerta. ¿Le suena su nombre? A mí, que pertenezco al desangelado
mundo de los sucesos, también me cuesta retenerlo. Su familia ya no sabe
qué hacer para que la cara de Caroline, que tenía 14 años cuando
desapareció, salga por televisión, llene páginas en los diarios, corra
por las ondas de la radio, con su nombre pronunciado como toca, Carolain, en honor a la niña rubia de la película Poltergeist, de los ochenta, que acaba abducida por una televisión. Lo que sea para tener una pista del paradero de una menor que se esfumó cuando dejaba atrás la niñez de barrio: de ir a dormir a casa de su tía y quedarse con sus primas a llenar el móvil de selfies
con Las Nalgonas, su nuevo grupo de amigas; de llevar bien la escuela a
estar despistada y suspender; de dar brincos por el barrio a darlos en
la discoteca; de decir la verdad a mentir para pasarse la noche en la
Zona Hermética de Sabadell. ¿Pero quién no se ha escapado alguna vez por
una ventana para ir al pub de moda cuando aún no se tiene edad para casi nada?
Isabel Movilla asegura que algunas de las nuevas compañías de su hija
Caroline se dedicaban a robar móviles a jóvenes que salían tan
traspuestos de las discotecas de la Zona Hermética por el alcohol que ni
se enteraban. Y que por eso se echaron a correr por las calles del
polígono industrial la madrugada del 15 de marzo al ver llegar a los
Mossos. Caroline estaba con ellos y también salió a la carrera con la noche y
el frío encima. Desde entonces su familia la busca incansablemente. Han
ido a cualquier lugar donde alguien ha creído verla. Han pateado las
discotecas buscando su cara entre adolescentes. “Yo creo que estaba
planeado, que es algo de tráfico de personas y que la tienen en contra
de su voluntad”, sostiene infatigable Isabel, sobre el posible paradero
de Caroline. No le convence la hipótesis de los Mossos de que alguien la
mató y ocultó su cadáver.
La madre de Caroline enseña una foto de su hija en el móvil. Joan Sánchez
¿Le
suena su nombre? A mí, que pertenezco al desangelado mundo de los
sucesos, también me cuesta retenerlo. Su familia ya no sabe qué hacer
para que la cara de Caroline, que tenía 14 años cuando desapareció,
salga por televisión, llene páginas en los diarios, corra por las ondas
de la radio, con su nombre pronunciado como toca, Carolain, en honor a la niña rubia de la película Poltergeist, de los ochenta, que acaba abducida por una televisión. La policía tiene en el punto de mira a uno de los amigos de Caroline. El joven declaró que ella se cansó de correr, le recomendó que se
escondiese debajo de un coche, y él siguió dando zancadas. Tras la
estampida, el grupo de menores se fue reencontrando. El sospechoso de
los Mossos llegó en último lugar, tras dos horas desaparecido. Iba
manchado de barro y dijo que estuvo escondido. En todo ese rato no llamó
a nadie. Caroline ya no apareció. En Estados Unidos se acuñó en 2006 el missing white woman syndrome
(el síndrome de la mujer blanca perdida), según el cual la desaparición
de una mujer joven, guapa, blanca y de clase alta tiende a convertirse
en un boom mediático frente a otros casos que pasan
inadvertidos. Caroline es blanca, es guapa, es joven, pero no proviene
de una familia acomodada. Un año después de que ella se esfumase,
desapareció Diana Quer, que sí reúne todos los requisitos. El periodista Paco Lobatón, del irrepetible Quién sabe dónde, asegura en su libro Te buscaré mientras vivas
(Aguilar) que no recuerda “ningún impacto de tal magnitud” desde la
desaparición de las niñas de Alcàsser, Miriam, Toñi y Desirée, en 1992. El abogado de la madre de Caroline, Manuel Navarrete, cree que los
medios deciden exclusivamente a qué se le dedica más atención. He
abusado y he pedido opinión a un grupo de periodistas de sucesos. “Hay
muchos ingredientes distintos, pero ni siquiera cumpliéndolos todos
puede anticiparse el estallido”, explica Guillem Sánchez, de El Periódico,
que cree que existe “un factor X” relacionado “con la identificación
que propician víctima, asesino o familiares”. Anna Punsí, de la Ser,
añade elementos pragmáticos, como la “proximidad del lugar donde ocurre
con los centros de trabajo de los medios” o la implicación que tenemos
en la búsqueda: “Después, durante el desenlace, la familia ya no puede
alejar a los medios”. Toni Muñoz, de La Vanguardia, recurre al contexto informativo:
“El día que hay una moción de censura ya puedes publicar quién mató a
Kennedy que nunca va a ser mediático”. Carol Espona y Gemma Guzmán, las
que tienen más experiencia a sus espaldas en TVE y RNE, respectivamente,
subrayan el interés que pueda tener la policía en contar los avances de
una investigación como un elemento básico para que la historia siga
viva. Y todos coinciden en el origen social. “Parece que se asume como
más normal que una persona pobre sea más propensa a que le pase
cualquier hecho criminal. En cambio, cuando es una familia poderosa o de
clase alta, sorprende y se pone el foco mediático”, resume Muñoz.
En el libro Laëtitia o el fin de los hombres (Anagrama) —un
relato poliédrico y sosegado sobre el asesinato de una joven en 2011,
que abrió las heridas en Francia y que fue oportunamente utilizado por
Nicolas Sarkozy— su autor, Ivan Jablonka, lo resume así: “La noticia de
un caso emerge, nace en la conciencia pública porque se encuentra en la
intersección de una historia, de un terreno mediático, de una
sensibilidad y de un contexto político”. Y lo compara con las Historias trágicas,
de François de Rosset, de 1614, relatos de sucesos que nacieron mucho
antes que los medios de masas y Ana Rosa Quintana. Historias que “más
que alimentar la perversidad del lector, la purgan, como una catarsis,
ayudándolo a superar los traumas del tiempo y a domesticar la muerte”. Isabel lleva ahora el pelo teñido de caoba, como Caroline. En su mirada
está la mirada de su hija, a la que no renuncia a encontrar. “Se debe a
si tienes padrinos o si no los tienes, además del morbo”, explica sobre
el tortuoso segundo plano de la desaparición de Caroline, a la que a su
entender también se han dedicado pocos esfuerzos policiales. Ella lo ve
así: “Si eres una familia como la nuestra, como miles de familias
españolas, trabajadoras y de clase obrera, lo que piensan es que se ha
escapado y que ya vendrá”.
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