La responsable de la filtración de WikiLeaks lleva un año fuera de prisión.
Es activista por los derechos LGTBI , da conferencias sobre tecnología y ética y ha entrado en política.
Chelsea Manning
se pasea por las mesas como esos novios que en las bodas van saludando a
los invitados preguntando qué tal y agradeciendo la asistencia.
Pero a
ella, muy menuda y vestida de negro, apenas se la distingue en el
barullo hasta que se planta ante uno. “¿Cómo les va? ¿Alguna duda?
El
resultado no es lo que importa, sino la conversación que generen hasta
llegar a él”, dice sonriente.
Viste una chaqueta de raya diplomática y
una falda larga, calza unas botas gruesas estilo Doctor Martens y lleva
su media melena rubia semirrecogida con una pinza.
Es el traje de guerra
de la Manning ponente.
Esta tarde, la ex analista de inteligencia,
responsable de la mayor filtración de documentos clasificados de la
historia estadounidense, está impartiendo un taller sobre diversidad y
tecnología en el marco de la conferencia C2 de Montreal, un encuentro
que dura tres días y es un tótum revolútum sobre negocios, creatividad e
industria digital.
El taller de Manning habla de diversidad
y tecnología, plantea preguntas por grupos y luego comenta las
respuestas en público.
En un momento, lanza su mensaje global:
“La
tecnología no es buena, no es mala, tampoco neutral, es una embarcación
que sirve para diferentes objetivos”.
En la mesa 18, uno de los alumnos
le plantea algo más complejo: “¿De lo que estamos hablando aquí es de
ética o de moral?”. Chelsea Manning sonríe, responde que es una buena
pregunta y desaparece.
Poco después dará una clase magistral sobre ética
y vigilancia, que se suma a una charla sobre transparencia y, al día
siguiente, un encuentro con varios medios de comunicación, entre ellos
EL PAÍS.
Los organizadores quieren sacar jugo del que es
uno de los grandes reclamos del C2.
Su nombre se anuncia por el megáfono
como el de una estrella de rock y entonces aparece en el escenario esa
figura pequeña y delgada que hace ocho años, cuando solo tenía 22 y era
un joven soldado llamado Bradley, causó un terremoto diplomático
mundial.
Le cayó una condena de 35 años por 20 delitos.
Se había
desvelado a sí misma al contarle su secreto a un conocido hacker, Adrian
Lamo, que la delató.
“Mi familia no me apoya, no tengo más que este
ordenador, unos libros y una historia sensacional”, le dijo a Lamo.
Es un icono controvertido para la lucha
transgénero y un personaje incómodo para la mayor parte de
instituciones: Harvard le retiró la propuesta para ser profesora
invitada para este curso, después del aluvión de críticas, y en la misma
Canadá, donde ha pasado estos días, le prohibieron la entrada el pasado
otoño por sus antecedentes penales.
“El mundo que temía que existía en
2010 se ha desarrollado y acelerado mientras he estado fuera”, afirma.
Dice que la normalización del uso y vigilancia de nuestros datos y la
actuación de la policía en EE UU ha llegado a un punto tan autoritario
que no le deja, añade, más opción que plantarse y protestar.
Hay quien en Estados Unidos la considera una
heroína, que se sacrificó por revelar los abusos de su país en el
frente, y quien la ve como una traidora.
Cuando se mira su odisea
resulta difícil discutir que se trata, en cualquier caso, de una figura
trágica.
En su nueva vida, la pregunta que sigue costando responder es
por qué hizo lo que hizo.
Filtró una tonelada de cables militares y
diplomáticos que transmitió a la plataforma WikiLeaks en varias fases
durante 2010 con la intención, defendió en su día, de revelar los abusos
de su país en las guerras de Afganistán e Irak.
Destapó, en efecto,
muchas de aquellas miserias, pero también todas las que tenían que ver
con las relaciones internacionales, lo que los funcionarios
estadounidenses escribían, pensaban e investigaban de prácticamente
todos los líderes.
Del interés por la salud mental de Cristina Fernández
de Kirchner al relato de la vida de Gadafi y su particular guardia
femenina.
Durante el presidio, y
tras mucha pelea, pudo comenzar el tratamiento de cambio de sexo.
En su
nueva vida, Chelsea Manning ha podido dejar crecer su cabello, lleva
falda y las uñas pintadas de rojo.
Da conferencias, se ha volcado en el
activismo e incluso quiere entrar en la política tradicional,
registrando su candidatura como demócrata al Senado por el Estado de
Maryland.
Aquel terremoto confirió a WikiLeaks la fama
mundial.
Los cables del Departamento de Estado se publicaron en
noviembre en varios periódicos con los que la plataforma fundada por
Julian Assange los había compartido; entre ellos, EL PAÍS.
Para
entonces, Manning estaba ya entre rejas.
Había sido detenida a finales
de mayo en Bagdad, delatada por Lamo.
Este, que murió el pasado marzo, contó hace años a El PAÍS que, a su juicio,
Assange se había aprovechado de la debilidad emocional de Manning, una
persona muy aislada que en Bagdad estaba tocando fondo, y que no era
consciente de la gravedad de sus actos.
Nació en 1987 en Crescent, un pequeño pueblo de
Oklahoma, dentro de lo que se conoce como el cinturón bíblico de Estados
Unidos.
Recuerda haberse sentido una niña desde que apenas tenía cinco
años.
Sus padres, un estadounidense y una inglesa, se separaron cuando
solo era una adolescente, así que vivió en ambos países.
Cuando regresó a
EE UU, rompió los lazos con su padre por el rechazo de este a su
homosexualidad, según contaron en su día sus allegados.
En Chicago,
llegó a vivir en la calle y decidió alistarse en el Ejército.
En 2008,
se graduó como oficial de inteligencia. Y al año siguiente lo destinaron
a Bagdad.
Poco después se pondría a robar información clasificada y
grabarla en un CD con el rótulo de Lady Gaga.
Desde 2010, WikiLeaks ha seguido con las
filtraciones de documentos, nunca tan impactantes como las de 2010,
aunque se le atribuye un papel capital en el caso de la injerencia rusa
en las elecciones presidenciales de 2016 para favorecer la victoria de
Trump por las filtraciones de correos electrónicos de los demócratas.
¿Qué piensa hoy Manning de WikiLeaks? ¿Ha
cambiado su opinión respecto a aquel 2010?.
Chelsa escucha la pregunta
en el encuentro con la prensa en Montreal.
“Solo sé lo que cuentan los
medios, hace ya ocho años de eso y yo he estado en prisión”, dice.
Luego
marca distancias sobre la plataforma: “Debe recordar que en 2010 yo
intenté ir a The New York Times y The Washington Post y
me dieron la espalda.
Debía tomar las decisiones en muy poco tiempo.
Y
[los documentos] acabaron en manos del grupo que usaba las herramientas y
los métodos correctos.
Ahora esos métodos están más extendidos, la
plataforma de descarga segura (Secure Drop) está normalizada, pero no
voy a corregir mis decisiones de 2010 en base a las herramientas que
están disponibles hoy en día”.
Se pone muy seria cuando se le pregunta si ha
vuelta a tener contacto con Julian Assange.
“Yo nunca he estado en
contacto, jamás.
Yo no sabía con quién hablaba”, rafirma.
La persona de
contacto con quien hablaba Manning era “Nathaniel Frank”, el nombre de
un escritor tras el cual podría estar Assange, pero esas conversaciones
son material clasificado.
Su representante veta más preguntas al
respecto.
Entre cita y cita, jóvenes que acuden a la conferencia C2 de
Montreal le piden fotos
. Chelsea Manning sigue teniendo una historia
sensacional.
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