Una tabla de Bruegel el Viejo regresa a las salas de la pinacoteca tras su restauración.
Pocas veces se ha detallado el terror abrumador que despierta el inevitable final de la vida como en El triunfo de la muerte, pintado por Pieter Bruegel el Viejo hacia 1562.
Y en pocas ocasiones esa apoteosis del horror había lucido con tanto estremecedor detalle, cercano al cine gore, como desde hoy, lunes, cuando el óleo sobre tabla, de 117x162 centímetros, ha vuelto a colgarse de las paredes del Museo del Prado tras una minuciosa restauración.
Esta alegoría sobre los pecados de la carne, poblada por decenas de personajes en torno a los que revolotea un ejército de esqueletos, llegó a las colecciones reales en 1827.
El paso del tiempo y una serie de cuestionables restauraciones de la madera y la pintura habían desposeído a la obra de su colorido y de un sinfín de detalles.
Tras una puesta a punto de un año, vuelve a la sala 55 del edificio Villanueva junto al otro gran tesoro de Bruegel que posee el Prado, El vino de la fiesta de San Martín, sarga al temple de cola descubierta y atribuida por el museo en 2010.
Alejandro Vergara, jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del museo, no duda en afirmar que esta obra, a cuya restauración ha contribuido la Fundación Iberdrola, que anualmente colabora con 350.000 euros, es una de las obras que vertebran la colección del museo.
No es para menos. Bruegel el Viejo fue el artista flamenco más importante del XVI, aunque por su dedicación tardía a la pintura, no se conservan de él más que unas 40 pinturas.
El triunfo de la muerte la concibió después de que Miguel Ángel hubiera terminado ya su Juicio Final.
“Pero a diferencia del italiano, Bruegel no solo plasma el Medievo más sombrío evocando visiones de El Bosco, una fuente constante de inspiración de su obra, sino que también provoca una demoledora crítica social.
Y lo hace justo antes de la Contrarreforma, como una especie de recuerdo de que todos los hombres comparten destino y son iguales ante Dios”.
La restauración la firman María Antonia López de Asiain (capa pictórica) y José de la Fuente (soporte).El trabajo de ambos —y sus respectivos equipos— ha permitido recuperar la estabilidad estructural de la pieza y su verdadero colorido, así como su composición y su técnica pictórica de fuerte personalidad que, con movimientos precisos de pincel consigue, transparencia en los fondos y prodigiosa nitidez en los primeros planos.
López de Asiain explicó a la prensa que aunque, como es habitual, se ha recurrido a análisis a través de reflectografía infrarroja, en esta ocasión han contado con una ayuda excepcional para reconstruir el estado original de la pintura: dos copias realizadas por hijos de Bruegel que utilizaron exactamente el mismo cartón que el padre.
“Así ha sido posible”, añadió, “la reintegración correcta de pequeños elementos perdidos inventados en tratamientos anteriores con una reconstrucción errónea”.
Y como ejemplo señala los cinco platos rojos que aparecen en una mesa en el extremo derecho de la pintura (solo se veían cuatro) y el cinturón negro de uno de los minúsculos personajes situados en la misma zona.
Pero en lo que más hace hincapié López de Asiain es en el mundo de colores intensos, rojos y azules, que antes aparecían cubiertos de una película de color ocre ahora felizmente eliminada.
Los trabajos sobre la tabla ejecutados por José de la Fuente (ausente por enfermedad) han sido también muy minuciosos.
Los cuatro paneles horizontales de roble sobre los que está pintada habían sufrido un aplanamiento y se les había aplicado un sistema de engatillado que frenaba el movimiento natural de la madera, de manera que las grietas atravesaban la obra y alteraban la composición de la pintura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario