Crisis en la institución sueca tras la dimisión de tres académicos y las acusaciones de filtraciones en una semana decisiva para el premio.
Madrid
Es en este mes cuando la Academia Sueca estudia entre 15 y 20 nombres para ganar en otoño.
Estas semanas culmina un periodo de selección que comienza en septiembre, cuando el Comité Nobel –una comisión de cuatro académicos- envía 700 cartas a personas e instituciones invitándolas a proponer candidatos.
El Comité deja la larga lista resultante en una veintena de escogidos y en abril los presenta al pleno de la Academia, que cuenta oficialmente con 18 miembros (la mitad, mujeres).
En mayo quedan cinco finalistas y entre junio y septiembre todos leen y debaten la obra de los elegidos.
Un mes después lo anuncian al mundo.
Este año, sin embargo, las acusaciones de acoso sexual y las sospechas de filtración en el pasado reciente del nombre de alguno de los ganadores sacude los cimientos de una corporación de 230 años de antigüedad y que desde 1901 otorga el galardón más influyente de las letras universales.
La reciente dimisión de tres académicos no ha hecho más que ahondar en la herida.
En el ojo del huracán está Katarina Frostenson, académica desde hace 26 años, miembro asociado del Comité Nobel y esposa del dramaturgo y fotógrafo francés Jean-Claude Arnault.
Ambos son los promotores de Fórum, un centro cultural vinculado a la Academia Sueca que se convirtió en piedra de escándalo cuando, en noviembre pasado, y con el impulso del movimiento #MeToo, Arnault fue acusado de abusos sexuales por 18 mujeres.
A ello se añadió la sospecha de que el origen de la filtración de los galardones concedidos a los franceses J. M. G. Le Clézio en 2008 y a Patrick Modiano en 2014 fue el propio Arnault.
La Academia rompió su vinculación con Fórum y abrió una investigación que se cerró sin conclusiones por falta de pruebas.
No obstante, la institución sometió a votación la posibilidad de censurar la conducta de Katarina Frostenson, cuyo puesto, como el del resto de sus compañeros, es vitalicio.
Ganaron sus partidarios por un estrecho margen y a principios de abril, en desacuerdo con la decisión, presentaron su renuncia Klas Östergren, Peter Englund y Kjell Espmark.
Este último, el segundo académico más veterano, presidente del Comité durante 17 años –entre 1988 y 2005– y autor de la historia canónica del Nobel de Literatura, acusó a sus compañeros –en un comunicado difundido por la prensa sueca– de “anteponer la amistad a la responsabilidad y la integridad”.
Aunque Espmark se refugia en la confidencialidad propia de la institución que acaba de dejar para no dar más detalles, el traductor español Francisco J. Uriz, que vive a caballo entre Estocolmo y Zaragoza, es amigo personal suyo y prepara estos días un número de la revista Crisis dedicado a la Academia Sueca, interpreta las tres renuncias como “una maniobra” para forzar la salida de Frostenson.
Se trataría de sumar al sector crítico a dos académicas que podrían compartir sus posturas: la actual secretaria permanente y encargada de anunciar al Nobel, Sara Danius, y Sara Strindberg, elegida hace dos años.
Su éxito pasaría por la aplicación estricta de los estatutos de la Academia, que tanto para incorporar nuevos académicos como para elegir al nuevo Premio Nobel de cada año, exigen un quórum de 12 miembros.
Hoy por hoy quedan 13, ya que a los tres dimisionarios recientes hay que sumar las bajas de las escritoras Kerstin Ekman y Lotta Lotass.
La primera renunció en 1989 por la falta de apoyo de sus colegas a Salman Rushdie, amenazado de muerte por la fetua del ayatolá Jomeini.
La segunda, por desacuerdo con la vida social que impone la institución.
Fuentes de la Academia Sueca confirman que la reforma es la vía para el desbloqueo.
Hasta ahora, el carácter vitalicio de cada elección se aplicaba de modo sibilino: si un académico dimitía la Academia, que no se daba por aludida, consideraba simplemente que había dejado de acudir a los plenos.
Desde 2016, explican, existe una ley en Suecia que prevalecería sobre los estatutos de la corporación y que impide que se obligue a permanecer en una institución a alguien que no quiere pertenecer a ella: “Los que renuncien pueden ser reemplazados”.
Las mismas fuentes, que reconocen que este viernes es el día señalado para la decisiva selección de candidatos de abril, niegan “categóricamente” que el Premio Nobel de Literatura esté en peligro.
Por un lado, existe el mecanismo de renovación de los sillones.
Por otro, queda “mucho tiempo” para elegir al ganador de 2018.
El escritor y editor sueco de origen húngaro Gabi Gleichmann, gran difusor de la literatura nórdica, confirma alarmado la posibilidad de bloqueo pero matiza que la renuncia de Danius podría limitarse a su cargo de secretaria permanente.
No obstante, acusa a Arnault de “jactarse de haber sido el artífice de los premios para Le Clézio y Modiano” y sugiere que la solución pasa, primero, por la “renuncia voluntaria” de la esposa de Arnault, Katarina Frostenson, y, después, por una reflexión profunda del resto de los académicos.
¿La situación actual podría llevar a la desaparición tanto de la Academia como del Nobel de Literatura? “Sí, pero no es probable”, responde Gleichmann.
“Tienen demasiado prestigio.
Posiblemente se arreglará cambiando las reglas e incorporando a nuevos miembros. Aunque es un proceso lento”.
El ganador de 2010, Mario Vargas Llosa, consultado por EL PAÍS, es consciente de que “se trata de un gran escándalo que ha motivado una escisión muy fuerte”.
También son conscientes, explica, los académicos
suecos con los que ha comentado el caso.
Pero añade: “Con ser terrible,
creo que se trata de un asunto local. Y los premios Nobel no son
locales.
La división ha sacado a la luz rivalidades que existen en todas
las instituciones.
Sobre las denuncias, al parecer muy fundamentadas,
debe pronunciarse la justicia, pero el escándalo no debería afectar a
una institución que siempre ha gozado de un respeto y una audiencia
universales.
Han servido para reconocer la importancia de científicos
fundamentales para la Humanidad y para hacer que la gente leyera a
autores que no conoceríamos si no fuera por los premios.
Quienes estamos
afuera debemos pedir que se haga todo lo posible para que tanto los
premios como la Academia no se vean afectados”.
¿Notó él esas
rivalidades cuando acudió a Estocolmo a recoger su medalla? “En
absoluto, como es normal: los de la entrega son días de fiesta.
Lo que
me contaron fue algo que me entristeció: el primer año que se entregó el
finalista fue Tolstói, pero lo ganó este poeta francés que ya no lee
nadie ¿Prudhomme? Creo que al decirlo no desvelo ningún secreto...
Los
suecos también son humanos”.
En las próximas semanas sabremos hasta qué
punto lo es también, humano, el divino premio Nobel de Literatura.
Escándalos y secretos
En octubre de 2008, apenas días después de abrir la famosa puerta
blanca de la Academia Sueca para anunciar que el Premio Nobel había
recaído en J. M. G. Le Clézio, el entonces secretario de la institución,
Horace Engdahl, reconoció que alguien había filtrado la noticia y, de
paso, beneficiado a los que apostaron por el francés en las casas de
apuestas.
Una de ellas, la célebre Ladbrokes, que cada año se utiliza como termómetro oficioso del inminente premio, llegó a cerrar su ventana dedicada al Nobel de Literatura ante la sospechosa subida en el ránking de Le Clézio.
Engdahl, que trabajó en los servicios secretos suecos antes de convertirse en catedrático de lenguas nórdicas, se propuso investigar en el pequeño círculo de los conocedores del secreto. Descartados los encargados de traducir a varios idiomas, como cada año, la biografía del premiado y los motivos de la Academia, el secretario puso el foco en los teléfonos y correos electrónicos de los posibles implicados.
Él había sido el que introdujo la costumbre de llamar a los candidatos por un nombre en clave durante las deliberaciones, cuyo contenido debe permanecer en secreto durante 50 años: Le Clézio, por ejemplo, era Châteabriand.
Una década después de aquella filtración la particular novela de espías de la Academia Sueca mantiene el final abierto.
Una de ellas, la célebre Ladbrokes, que cada año se utiliza como termómetro oficioso del inminente premio, llegó a cerrar su ventana dedicada al Nobel de Literatura ante la sospechosa subida en el ránking de Le Clézio.
Engdahl, que trabajó en los servicios secretos suecos antes de convertirse en catedrático de lenguas nórdicas, se propuso investigar en el pequeño círculo de los conocedores del secreto. Descartados los encargados de traducir a varios idiomas, como cada año, la biografía del premiado y los motivos de la Academia, el secretario puso el foco en los teléfonos y correos electrónicos de los posibles implicados.
Él había sido el que introdujo la costumbre de llamar a los candidatos por un nombre en clave durante las deliberaciones, cuyo contenido debe permanecer en secreto durante 50 años: Le Clézio, por ejemplo, era Châteabriand.
Una década después de aquella filtración la particular novela de espías de la Academia Sueca mantiene el final abierto.
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