Los lectores de Millás supieron hace tiempo que conviene no fiarse de nada, ni siquiera del propio domicilio…
Si varias veces nos ha recordado que todos los armarios del mundo se comunican entre sí, los cuartos de baño de sus novelas suelen ser el imprevisto lugar de las autorrevelaciones: Lucía sabe al mirarse en el espejo del suyo que es una “falsa delgada” y sospecha por vez primera que tiene algo de ave; no mucho después, la rejilla de desagüe que comunica con el baño del vecino le trae los acordes del aria ‘Nessun dorma’, de Turandot. Por JOSÉ CARLOS MAINER
Ese inicio de Ana Karenina, esa primera frase de Tolstói: “Todas las familias felices se parecen; cada familia infeliz es infeliz a su modo”.
Es posible que las familias felices tengan un parecido álbum de familia; y las infelices lo tengan a su modo, su propio álbum familiar.
La familia del escritor canario Anelio Rodríguez Concepción podría pertenecer a las infelices —la infelicidad la causa el entorno, la dureza de la vida, la Guerra Civil, muy presente— y por eso su álbum familiar por fuerza debe ser distinto.
Es muy acertada esa frase que le sirve de título, “historia ilustrada del mundo”, pues eso es, en realidad, este hermoso álbum de donde aparecen viejas fotos amarillentas a las que el autor les pone voz por escrito, les da vida revolviendo la memoria. Por JAVIER GOÑI
No ha estado demasiado lucida la editorial Destino en su exigencia literaria al otorgar este año el premio Nadal a Un amor, de Alejandro Palomas.
Cuesta creer que no hubiera, entre las novelas recibidas, docenas de ellas con un magma literario más adensado y prometedor.
No se trata de declarar aquí ninguna inocencia perdida, pero resulta cuando menos descarado que una novela tan crudamente insolvente pueda servir de modelo de un honorable concurso.
Se supone, aunque a estas alturas es mucho suponer, que el jurado contempla en sus deliberaciones el rigor de la prosa, la introspección temática, la indagación en zonas de la realidad poco frecuentadas, en fin, una propuesta que libere o reconstituya al género novelístico como una forma expresiva todavía capaz de dar razón de la existencia.
La novela seleccionada está muy lejos de predecir alguna de esas probables distinciones. Por FRANCISCO SOLANO
Todo pasa cuando no pasa nada
La obra de Mary Lavin, mujer pionera en el mundo literario irlandés, no se conoce en nuestro país, por lo que hay que estar muy agradecido a la editorial Errata Naturae por ofrecernos la oportunidad de leer a esta extraordinaria escritora, nacida en Estados Unidos y trasladada a Irlanda con su madre a los ocho años.
Su educación católica irlandesa y tradicional se compaginó perfectamente con una mirada asombrosa a la realidad y una soberana lucidez sobre el trasfondo de las vidas pequeñas, el alma que late bajo las apariencias de la vida rural o urbana de la verde Erin en el siglo XX. Por JOSÉ MARÍA GUELBENZU
Las galaxias y las lentejas
Cada tanto se produce el milagro y un poeta español posterior a la última generación canónica —la de los ochenta; la de, para entendernos, Luis García Montero, Ángeles Mora, Olvido García Valdés o Juan Carlos Mestre— publica un libro que reclama su lugar en la historia de la literatura reciente con una voz madura y con eso que llaman mundo propio.
Si fue el caso de, entre otros, Esto es mi cuerpo, de Juan Antonio González Iglesias; Monstruos perfectos, de José Luis Piquero; Espejo negro, de Miriam Reyes, o Chatterton, de Elena Medel, ahora lo es el de Gótico cantábrico, de Martín López-Vega. Asturiano de Poo de Llanes y de 1975, López-Vega se estrenó como poeta en 1994 con Objeto robados, y en su último poemario —el undécimo— cobran todo el sentido las palabras que incluyó en su poética para la antología de José Luis García Martín La generación del 99:
“La peor poesía es la que suscita la pregunta: ¿qué significa? Un buen poema, que nunca es una obviedad, sabe conducir a su lector a donde quiere fluidamente, aunque a veces el camino sea tortuoso”. Por JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
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