Nuevas revelaciones destapan su voracidad. “Debes saber que estoy loco”, les explicaba a sus secretarias cuando las contrataba, “y también que soy adicto al sexo”.
“Brando se tiraría cualquier cosa. ¡Cualquier cosa! Hasta a un buzón
de correos. A James Baldwin. A Richard Pryor. A Marvin Gaye”. El legendario productor y músico Quincy Jones redefinió hace un par de semanas en una entrevista en Vulture
el concepto de “para lo que me queda en el convento...” y aireó la vida
sexual de Marlon Brando con tal desparpajo que al lector no le quedó
más remedio que subir la vista y releer el párrafo anterior: ¿pero cuál
demonios era la pregunta?
Era una sobre géneros musicales, lo cual llevó al chachachá y de ahí a las juergas de Brando.
Los revolcones del Hollywood clásico llevan décadas generando cotilleos, leyendas urbanas y biografías no autorizadas que sugieren que aquellas estrellas no hacían otra cosa.
Una anécdota mítica de los sesenta cuenta que, durante una fiesta en su casa donde todos los invitados iban desnudos, Brando se paseó con un lirio en el trasero.
Los amantes de Brando incluyen a los sospechosos habituales de la época: Marilyn Monroe, Marlene Dietrich, Ava Gardner, Rock Hudson, Grace Kelly y James Dean.
Las preguntas son: ¿cómo podían sacar tiempo (y energía) para rodar películas? y ¿cuántas horas al día dormía gente tan promiscua como Warren Beatty?
La viuda del cómico Richard Pryor (Illinois, 1940- California, 2005), Jennifer Lee Pryor, ha querido arrojar luz sobre estas incógnitas con la mejor frase del año aunque le queden diez meses: “Eran los setenta, con la suficiente cantidad de cocaína podías follarte a un radiador y mandarle flores al día siguiente”.
Marlon Brando (Nebraska, 1924 – California, 2004) jamás tuvo reparos en definirse a sí mismo como “una bestia sexual” que tenía “mujeres entrando por la puerta y saliendo por la ventana constantemente”.
“Debes saber que estoy loco”, les explicaba a sus secretarias cuando las contrataba, “y también que soy adicto al sexo”.
También confesó sin reparos haber tenido experiencias homosexuales. “Nunca le he prestado demasiada atención a lo que la gente piensa de mí”, le explicó a Gary Carey para su biografía El salvaje.
Y añadió: “Pero si alguien está convencido de que Jack Nicholson y yo somos amantes, que siga pensándolo. Me parece divertido”.
Y, sin embargo, cada revelación de sus escarceos sexuales con hombres (y aparece una cada dos años) sigue siendo recibida con asombro, quizá porque Brando ha pasado a la historia como el tipo más viril que jamás ha pisado Hollywood (forjó tres cánones distintos: el del actor de método, el de la estrella indomesticable y el del objeto sexual masculino) y en ese relato no encaja que se acostase con varios hombres.
Era una sobre géneros musicales, lo cual llevó al chachachá y de ahí a las juergas de Brando.
Los revolcones del Hollywood clásico llevan décadas generando cotilleos, leyendas urbanas y biografías no autorizadas que sugieren que aquellas estrellas no hacían otra cosa.
Una anécdota mítica de los sesenta cuenta que, durante una fiesta en su casa donde todos los invitados iban desnudos, Brando se paseó con un lirio en el trasero.
Los amantes de Brando incluyen a los sospechosos habituales de la época: Marilyn Monroe, Marlene Dietrich, Ava Gardner, Rock Hudson, Grace Kelly y James Dean.
Las preguntas son: ¿cómo podían sacar tiempo (y energía) para rodar películas? y ¿cuántas horas al día dormía gente tan promiscua como Warren Beatty?
La viuda del cómico Richard Pryor (Illinois, 1940- California, 2005), Jennifer Lee Pryor, ha querido arrojar luz sobre estas incógnitas con la mejor frase del año aunque le queden diez meses: “Eran los setenta, con la suficiente cantidad de cocaína podías follarte a un radiador y mandarle flores al día siguiente”.
Marlon Brando (Nebraska, 1924 – California, 2004) jamás tuvo reparos en definirse a sí mismo como “una bestia sexual” que tenía “mujeres entrando por la puerta y saliendo por la ventana constantemente”.
“Debes saber que estoy loco”, les explicaba a sus secretarias cuando las contrataba, “y también que soy adicto al sexo”.
También confesó sin reparos haber tenido experiencias homosexuales. “Nunca le he prestado demasiada atención a lo que la gente piensa de mí”, le explicó a Gary Carey para su biografía El salvaje.
Y añadió: “Pero si alguien está convencido de que Jack Nicholson y yo somos amantes, que siga pensándolo. Me parece divertido”.
Y, sin embargo, cada revelación de sus escarceos sexuales con hombres (y aparece una cada dos años) sigue siendo recibida con asombro, quizá porque Brando ha pasado a la historia como el tipo más viril que jamás ha pisado Hollywood (forjó tres cánones distintos: el del actor de método, el de la estrella indomesticable y el del objeto sexual masculino) y en ese relato no encaja que se acostase con varios hombres.
Varios hombres negros.
Brando personificó el erotismo de la clase obrera desde su segundo papel, en Un tranvía llamado deseo
(Elia Kazan, 1952).
Irrumpió en un Hollywood arrogante cuyas estrellas se habían autoerigido como la aristocracia de la que Estados Unidos carece. Una ilusión colectiva donde Cary Grant caminaba con la certeza de que todos los hombres del mundo occidental iban a intentar imitarle.
Y Marlon Brando vino, vio y venció al hacer el amor a Cary Grant metafórica y (según la leyenda) literalmente.
Brando era vulgar, se atiborraba de comida china, tarros enteros de manteca de cacahuete y rollos de canela.
Y su actitud hacia el sexo era la misma: insaciable, voraz e imprudente. Una convulsión sexual surgida de una primera experiencia, a los 4 años, que hasta a Sigmund Freud le habría parecido demasiado obvia.
Tanto que el propio Brando la señalaba como el principio de todas sus miserias. “Cuando mi madre bebía”, recordaba el actor, “desprendía una dulzura en su aliento que no encuentro vocabulario para describir”.
La señora Brando abandonó a su marido, también alcohólico y abusivo, y a sus tres hijos.
Y los dejó a cargo de una niñera. Ermie, la niñera (de ascendencia danesa e indonesia), dormía con el pequeño Marlon.
Ambos desnudos. “Una noche me senté junto a ella, observando su cuerpo y acariciando sus pechos”, rememoró Brando en el documental Listen to me Marlon. “Me tumbé encima de ella, era solo mía, me pertenecía solo a mí”, añadió.
Brando consideraba que aquel despertar sexual no consumado le distanció para siempre del mundo real.
“Me pasé el resto de mi vida buscándola”, confesó. Cuando Ermie le dijo que se marchaba de viaje (en realidad, estaba abandonando su trabajo para casarse), Marlon se sintió abandonado por otra mujer.
Sus sentimientos de posesión hacia Ermie, similares a los que siente un niño hacia su madre, crearon una frustración traumática que el actor se pasó la vida intentando satisfacer.
“Brando describió aquella experiencia con mucha inocencia, pero su hermana sugirió que el episodio fue inapropiado y que la familia lo consideró un abuso por parte de la niñera”, explica a ICON la autora de Brando's smile, Susan L. Mizruchi.
“Este episodio llevó a Brando a esa actitud compulsiva hacia el sexo: quería practicarlo todos los días y cuanto más mejor.
La niñera era morena, con aspecto exótico, y Brando se sintió atraído por mujeres de físico similar toda su vida”, señala Mizruchi.
El actor sabía que era una víctima de sus propios impulsos, cuyo exceso le volvía un intérprete visceral, pero un hombre torturado, e intentó recrear ese escenario de posesión: necesitaba sentir que cada una de las mujeres con las que se acostaba eran de su propiedad.
“Brando se tiraría cualquier cosa. ¡Cualquier cosa! Hasta a un buzón de correos. A James Baldwin. A Richard Pryor. A Marvin Gaye”. El legendario productor y músico Quincy Jones redefinió hace un par de semanas en una entrevista en Vulture el concepto de “para lo que me queda en el convento...” y aireó la vida sexual de Marlon Brando con tal desparpajo que al lector no le quedó más remedio que subir la vista y releer el párrafo anterior: ¿pero cuál demonios era la pregunta? Era una sobre géneros musicales, lo cual llevó al chachachá y de ahí a las juergas de Brando.
Los revolcones del Hollywood clásico llevan décadas generando cotilleos, leyendas urbanas y biografías no autorizadas que sugieren que aquellas estrellas no hacían otra cosa. Una anécdota mítica de los sesenta cuenta que, durante una fiesta en su casa donde todos los invitados iban desnudos, Brando se paseó con un lirio en el trasero. Los amantes de Brando incluyen a los sospechosos habituales de la época: Marilyn Monroe, Marlene Dietrich, Ava Gardner, Rock Hudson, Grace Kelly y James Dean.
Las preguntas son: ¿cómo podían sacar tiempo (y energía) para rodar
películas? y ¿cuántas horas al día dormía gente tan promiscua como
Warren Beatty? La viuda del cómico Richard Pryor (Illinois, 1940- California, 2005), Jennifer Lee Pryor, ha querido arrojar
luz sobre estas incógnitas con la mejor frase del año aunque le queden
diez meses: “Eran los setenta, con la suficiente cantidad de cocaína
podías follarte a un radiador y mandarle flores al día siguiente”.
Marlon Brando (Nebraska, 1924 – California, 2004) jamás tuvo reparos en definirse a sí mismo como “una bestia sexual” que tenía “mujeres entrando por la puerta y saliendo por la ventana constantemente”. “Debes saber que estoy loco”, les explicaba a sus secretarias cuando las contrataba, “y también que soy adicto al sexo”.
También confesó sin reparos haber tenido experiencias homosexuales. “Nunca le he prestado demasiada atención a lo que la gente piensa de mí”, le explicó a Gary Carey para su biografía El salvaje. Y añadió: “Pero si alguien está convencido de que Jack Nicholson y yo somos amantes, que siga pensándolo. Me parece divertido”.
Y, sin embargo, cada revelación de sus escarceos sexuales con hombres
(y aparece una cada dos años) sigue siendo recibida con asombro, quizá
porque Brando ha pasado a la historia como el tipo más viril que jamás
ha pisado Hollywood (forjó tres cánones distintos: el del actor de
método, el de la estrella indomesticable y el del objeto sexual
masculino) y en ese relato no encaja que se acostase con varios hombres.
Varios hombres negros.
Brando personificó el erotismo de la clase obrera desde su segundo papel, en Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1952). Irrumpió en un Hollywood arrogante cuyas estrellas se habían autoerigido como la aristocracia de la que Estados Unidos carece. Una ilusión colectiva donde Cary Grant caminaba con la certeza de que todos los hombres del mundo occidental iban a intentar imitarle. Y Marlon Brando vino, vio y venció al hacer el amor a Cary Grant metafórica y (según la leyenda) literalmente.
Brando era vulgar, se atiborraba de comida china, tarros enteros de manteca de cacahuete y rollos de canela. Y su actitud hacia el sexo era la misma: insaciable, voraz e imprudente. Una convulsión sexual surgida de una primera experiencia, a los 4 años, que hasta a Sigmund Freud le habría parecido demasiado obvia. Tanto que el propio Brando la señalaba como el principio de todas sus miserias. “Cuando mi madre bebía”, recordaba el actor, “desprendía una dulzura en su aliento que no encuentro vocabulario para describir”.
La señora Brando abandonó a su marido, también alcohólico y abusivo, y
a sus tres hijos. Y los dejó a cargo de una niñera. Ermie, la niñera
(de ascendencia danesa e indonesia), dormía con el pequeño Marlon. Ambos
desnudos. “Una noche me senté junto a ella, observando su cuerpo y
acariciando sus pechos”, rememoró Brando en el documental Listen to me Marlon. “Me tumbé encima de ella, era solo mía, me pertenecía solo a mí”, añadió.
Brando consideraba que aquel despertar sexual no consumado le distanció para siempre del mundo real. “Me pasé el resto de mi vida buscándola”, confesó. Cuando Ermie le dijo que se marchaba de viaje (en realidad, estaba abandonando su trabajo para casarse), Marlon se sintió abandonado por otra mujer. Sus sentimientos de posesión hacia Ermie, similares a los que siente un niño hacia su madre, crearon una frustración traumática que el actor se pasó la vida intentando satisfacer.
“Brando describió aquella experiencia con mucha inocencia, pero su hermana sugirió que el episodio fue inapropiado y que la familia lo consideró un abuso por parte de la niñera”, explica a ICON la autora de Brando's smile, Susan L. Mizruchi. “Este episodio llevó a Brando a esa actitud compulsiva hacia el sexo: quería practicarlo todos los días y cuanto más mejor. La niñera era morena, con aspecto exótico, y Brando se sintió atraído por mujeres de físico similar toda su vida”, señala Mizruchi.
El actor sabía que era una víctima de sus propios impulsos, cuyo exceso le volvía un intérprete visceral, pero un hombre torturado, e intentó recrear ese escenario de posesión: necesitaba sentir que cada una de las mujeres con las que se acostaba eran de su propiedad.
Truman Capote, en un artículo publicado en New Yorker en
1957, citó a la abuela de Brando en una anécdota aparentemente
inofensiva que, como siempre con Capote, no lo era en absoluto: “De
adolescente, Marlon siempre intentaba ligarse a las chicas bizcas”.
Un patrón que, con el paso de los años, se iría corrompiendo. “No solo tenía un físico predilecto, también tenía una preferencia psicológica”, continúa Mizruchi.
“No se sentía atraído por las personas estables: en mi investigación encontré 22 mujeres que habían mantenido relaciones con él y que o se habían suicidado o lo habían intentado”, señala la biógrafa.
“Me miraba con una intensidad que me hacía sentir débil”, explicaba su primera mujer, Anna Kashfi, a quien el actor fue infiel desde el principio.
Brando se casó tres veces, todas ellas por embarazos, y tuvo 11 hijos reconocidos y un número incalculable de ilegítimos.
“Nunca pudo limitarse a una mujer, tenía una necesidad y el éxito y el poder le permitían mantener relaciones con quien quisiera”, asegura Mizruchi. Y sí, eso incluía a Richard Pryor, a Marvin Gaye y a James Baldwin.
“Tenía muchos intereses en común con la comunidad negra. Tomó clases de baile con Lena Horne y le encantaba tocar los bongós. Esta afición le atrajo hacia artistas como el músico Miles Davis o el escritor James Baldwin”, explica Mizruchi.
Y añade: “Es incuestionable que en un momento dado se acostó con Baldwin: para Brando la amistad podía evolucionar en sexo con facilidad. Sentía mucho amor por él. Le encantaban las mujeres. Si tuviéramos que colgarle una etiqueta sería la de heterosexual, pero, por otra parte, era muy sensual y entendía que el apetito y los sentimientos sexuales no tenían límites”.
Fue la primera estrella de Hollywood en interpretar a un hombre homosexual en Reflejos de un ojo dorado (John Huston, 1967) junto a Elizabeth Taylor (quien Brando aseguró que nunca le atrajo porque “tenía el culo demasiado pequeño”, casi tan poco elegante como aquella otra ocasión en la que describió que “Sofia Loren tenía el aliento de un dinosaurio”), pero el estudio dejó morir la película para evitar controversia.
“Marlon Brando fue de los pocos en defender al escritor Tennessee Williams y denunciar la crueldad con la que la comunidad crítica le despreciaba porque era homosexual.
En una entrevista en The Today Show leyó varias críticas hacia el trabajo de Williams que incluían apreciaciones homófobas para atacar su obra”, recuerda Mizruchi.
El miedo y el nerviosismo marcaron su relación con James Dean, nunca confirmada, siempre fascinante.
La biografía James Dean: Tomorrow Never Comes recoge declaraciones de testigos que aseguran que ambos mantuvieron una relación sexual sadomasoquista.
El escritor Stanley Haggart recuerda cómo Dean mostraba orgulloso quemaduras en su cuerpo, asegurando que se las había hecho Brando con cigarrillos.
Susan L. Mizruchi sugiere que probablemente ambos actores mantuvieran relaciones sexuales.
Brando siempre lo negó, incluso cuando en 1976 reconoció sus escarceos con hombres porque “ahora la homosexualidad está de moda y ya no le escandaliza a nadie”.
“James Dean era un perrito faldero detrás de Brando: le reverenciaba,
se sentía intimidado por él, igual que el planeta entero se sentía
intimidado por Brando”, explica Mizruchi.
“Tenía una relación extraña con su propia fama, su poder y su autoridad.
Sentía antipatía por la gente que le idolatraba demasiado y por eso creo que trataba con cierto desprecio a Dean, que le adoraba”, comenta la biógrafa del actor.
Lo que sí ocurrió fue un reencuentro adulto entre Marlon y Ermie, su niñera. “Cuando estaba representando Un tranvía llamado deseo en Broadway, con 23 años, ella fue a verle al camerino y le pidió dinero”, cuenta Mizruchi.
“Por supuesto él se lo dio, pero después confesó que aquel reencuentro le rompió el corazón: él estaba enamorado y ella era una persona muy importante para él, pero solo quería su dinero”. Para Ermie aquella relación no significó nada, pero a Brando le marcó de por vida.
Le convirtió en esa bestia sexual, insaciable, miserable, exuberante, con un deseo tan desbocado que, cuando empezó a escribir su autobiografía, Las canciones que mi madre me enseñó (Anagrama, 1994), tuvo que llamar a Ursula Andress para preguntarle si alguna vez se habían acostado.
Irrumpió en un Hollywood arrogante cuyas estrellas se habían autoerigido como la aristocracia de la que Estados Unidos carece. Una ilusión colectiva donde Cary Grant caminaba con la certeza de que todos los hombres del mundo occidental iban a intentar imitarle.
Y Marlon Brando vino, vio y venció al hacer el amor a Cary Grant metafórica y (según la leyenda) literalmente.
Brando era vulgar, se atiborraba de comida china, tarros enteros de manteca de cacahuete y rollos de canela.
Y su actitud hacia el sexo era la misma: insaciable, voraz e imprudente. Una convulsión sexual surgida de una primera experiencia, a los 4 años, que hasta a Sigmund Freud le habría parecido demasiado obvia.
Tanto que el propio Brando la señalaba como el principio de todas sus miserias. “Cuando mi madre bebía”, recordaba el actor, “desprendía una dulzura en su aliento que no encuentro vocabulario para describir”.
La señora Brando abandonó a su marido, también alcohólico y abusivo, y a sus tres hijos.
Y los dejó a cargo de una niñera. Ermie, la niñera (de ascendencia danesa e indonesia), dormía con el pequeño Marlon.
Ambos desnudos. “Una noche me senté junto a ella, observando su cuerpo y acariciando sus pechos”, rememoró Brando en el documental Listen to me Marlon. “Me tumbé encima de ella, era solo mía, me pertenecía solo a mí”, añadió.
Brando consideraba que aquel despertar sexual no consumado le distanció para siempre del mundo real.
“Me pasé el resto de mi vida buscándola”, confesó. Cuando Ermie le dijo que se marchaba de viaje (en realidad, estaba abandonando su trabajo para casarse), Marlon se sintió abandonado por otra mujer.
Sus sentimientos de posesión hacia Ermie, similares a los que siente un niño hacia su madre, crearon una frustración traumática que el actor se pasó la vida intentando satisfacer.
“Brando describió aquella experiencia con mucha inocencia, pero su hermana sugirió que el episodio fue inapropiado y que la familia lo consideró un abuso por parte de la niñera”, explica a ICON la autora de Brando's smile, Susan L. Mizruchi.
“Este episodio llevó a Brando a esa actitud compulsiva hacia el sexo: quería practicarlo todos los días y cuanto más mejor.
La niñera era morena, con aspecto exótico, y Brando se sintió atraído por mujeres de físico similar toda su vida”, señala Mizruchi.
El actor sabía que era una víctima de sus propios impulsos, cuyo exceso le volvía un intérprete visceral, pero un hombre torturado, e intentó recrear ese escenario de posesión: necesitaba sentir que cada una de las mujeres con las que se acostaba eran de su propiedad.
“Brando se tiraría cualquier cosa. ¡Cualquier cosa! Hasta a un buzón de correos. A James Baldwin. A Richard Pryor. A Marvin Gaye”. El legendario productor y músico Quincy Jones redefinió hace un par de semanas en una entrevista en Vulture el concepto de “para lo que me queda en el convento...” y aireó la vida sexual de Marlon Brando con tal desparpajo que al lector no le quedó más remedio que subir la vista y releer el párrafo anterior: ¿pero cuál demonios era la pregunta? Era una sobre géneros musicales, lo cual llevó al chachachá y de ahí a las juergas de Brando.
Los revolcones del Hollywood clásico llevan décadas generando cotilleos, leyendas urbanas y biografías no autorizadas que sugieren que aquellas estrellas no hacían otra cosa. Una anécdota mítica de los sesenta cuenta que, durante una fiesta en su casa donde todos los invitados iban desnudos, Brando se paseó con un lirio en el trasero. Los amantes de Brando incluyen a los sospechosos habituales de la época: Marilyn Monroe, Marlene Dietrich, Ava Gardner, Rock Hudson, Grace Kelly y James Dean.
Brando era vulgar, se atiborraba de comida
china, tarros enteros de manteca de cacahuete y rollos de canela. Y su
actitud hacia el sexo era la misma: insaciable, voraz e imprudente
Marlon Brando (Nebraska, 1924 – California, 2004) jamás tuvo reparos en definirse a sí mismo como “una bestia sexual” que tenía “mujeres entrando por la puerta y saliendo por la ventana constantemente”. “Debes saber que estoy loco”, les explicaba a sus secretarias cuando las contrataba, “y también que soy adicto al sexo”.
También confesó sin reparos haber tenido experiencias homosexuales. “Nunca le he prestado demasiada atención a lo que la gente piensa de mí”, le explicó a Gary Carey para su biografía El salvaje. Y añadió: “Pero si alguien está convencido de que Jack Nicholson y yo somos amantes, que siga pensándolo. Me parece divertido”.
Brando personificó el erotismo de la clase obrera desde su segundo papel, en Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1952). Irrumpió en un Hollywood arrogante cuyas estrellas se habían autoerigido como la aristocracia de la que Estados Unidos carece. Una ilusión colectiva donde Cary Grant caminaba con la certeza de que todos los hombres del mundo occidental iban a intentar imitarle. Y Marlon Brando vino, vio y venció al hacer el amor a Cary Grant metafórica y (según la leyenda) literalmente.
Brando era vulgar, se atiborraba de comida china, tarros enteros de manteca de cacahuete y rollos de canela. Y su actitud hacia el sexo era la misma: insaciable, voraz e imprudente. Una convulsión sexual surgida de una primera experiencia, a los 4 años, que hasta a Sigmund Freud le habría parecido demasiado obvia. Tanto que el propio Brando la señalaba como el principio de todas sus miserias. “Cuando mi madre bebía”, recordaba el actor, “desprendía una dulzura en su aliento que no encuentro vocabulario para describir”.
Sabía que era una víctima de sus propios
impulsos, cuyo exceso le volvía un intérprete visceral, pero un hombre
torturado, e intentó recrear ese escenario de posesión: necesitaba
sentir que cada una de las mujeres con las que se acostaba eran de su
propiedad
Brando consideraba que aquel despertar sexual no consumado le distanció para siempre del mundo real. “Me pasé el resto de mi vida buscándola”, confesó. Cuando Ermie le dijo que se marchaba de viaje (en realidad, estaba abandonando su trabajo para casarse), Marlon se sintió abandonado por otra mujer. Sus sentimientos de posesión hacia Ermie, similares a los que siente un niño hacia su madre, crearon una frustración traumática que el actor se pasó la vida intentando satisfacer.
“Brando describió aquella experiencia con mucha inocencia, pero su hermana sugirió que el episodio fue inapropiado y que la familia lo consideró un abuso por parte de la niñera”, explica a ICON la autora de Brando's smile, Susan L. Mizruchi. “Este episodio llevó a Brando a esa actitud compulsiva hacia el sexo: quería practicarlo todos los días y cuanto más mejor. La niñera era morena, con aspecto exótico, y Brando se sintió atraído por mujeres de físico similar toda su vida”, señala Mizruchi.
El actor sabía que era una víctima de sus propios impulsos, cuyo exceso le volvía un intérprete visceral, pero un hombre torturado, e intentó recrear ese escenario de posesión: necesitaba sentir que cada una de las mujeres con las que se acostaba eran de su propiedad.
Un patrón que, con el paso de los años, se iría corrompiendo. “No solo tenía un físico predilecto, también tenía una preferencia psicológica”, continúa Mizruchi.
“No se sentía atraído por las personas estables: en mi investigación encontré 22 mujeres que habían mantenido relaciones con él y que o se habían suicidado o lo habían intentado”, señala la biógrafa.
“Me miraba con una intensidad que me hacía sentir débil”, explicaba su primera mujer, Anna Kashfi, a quien el actor fue infiel desde el principio.
Brando se casó tres veces, todas ellas por embarazos, y tuvo 11 hijos reconocidos y un número incalculable de ilegítimos.
“Nunca pudo limitarse a una mujer, tenía una necesidad y el éxito y el poder le permitían mantener relaciones con quien quisiera”, asegura Mizruchi. Y sí, eso incluía a Richard Pryor, a Marvin Gaye y a James Baldwin.
“Tenía muchos intereses en común con la comunidad negra. Tomó clases de baile con Lena Horne y le encantaba tocar los bongós. Esta afición le atrajo hacia artistas como el músico Miles Davis o el escritor James Baldwin”, explica Mizruchi.
Y añade: “Es incuestionable que en un momento dado se acostó con Baldwin: para Brando la amistad podía evolucionar en sexo con facilidad. Sentía mucho amor por él. Le encantaban las mujeres. Si tuviéramos que colgarle una etiqueta sería la de heterosexual, pero, por otra parte, era muy sensual y entendía que el apetito y los sentimientos sexuales no tenían límites”.
Fue la primera estrella de Hollywood en interpretar a un hombre homosexual en Reflejos de un ojo dorado (John Huston, 1967) junto a Elizabeth Taylor (quien Brando aseguró que nunca le atrajo porque “tenía el culo demasiado pequeño”, casi tan poco elegante como aquella otra ocasión en la que describió que “Sofia Loren tenía el aliento de un dinosaurio”), pero el estudio dejó morir la película para evitar controversia.
“Marlon Brando fue de los pocos en defender al escritor Tennessee Williams y denunciar la crueldad con la que la comunidad crítica le despreciaba porque era homosexual.
En una entrevista en The Today Show leyó varias críticas hacia el trabajo de Williams que incluían apreciaciones homófobas para atacar su obra”, recuerda Mizruchi.
El miedo y el nerviosismo marcaron su relación con James Dean, nunca confirmada, siempre fascinante.
La biografía James Dean: Tomorrow Never Comes recoge declaraciones de testigos que aseguran que ambos mantuvieron una relación sexual sadomasoquista.
El escritor Stanley Haggart recuerda cómo Dean mostraba orgulloso quemaduras en su cuerpo, asegurando que se las había hecho Brando con cigarrillos.
Susan L. Mizruchi sugiere que probablemente ambos actores mantuvieran relaciones sexuales.
Brando siempre lo negó, incluso cuando en 1976 reconoció sus escarceos con hombres porque “ahora la homosexualidad está de moda y ya no le escandaliza a nadie”.
“Nunca pudo limitarse a una mujer, tenía una
necesidad y el éxito y el poder le permitían mantener relaciones con
quien quisiera”, asegura Mizruchi. Y sí, eso incluía a Richard Pryor, a
Marvin Gaye y a James Baldwin
“Tenía una relación extraña con su propia fama, su poder y su autoridad.
Sentía antipatía por la gente que le idolatraba demasiado y por eso creo que trataba con cierto desprecio a Dean, que le adoraba”, comenta la biógrafa del actor.
Lo que sí ocurrió fue un reencuentro adulto entre Marlon y Ermie, su niñera. “Cuando estaba representando Un tranvía llamado deseo en Broadway, con 23 años, ella fue a verle al camerino y le pidió dinero”, cuenta Mizruchi.
“Por supuesto él se lo dio, pero después confesó que aquel reencuentro le rompió el corazón: él estaba enamorado y ella era una persona muy importante para él, pero solo quería su dinero”. Para Ermie aquella relación no significó nada, pero a Brando le marcó de por vida.
Le convirtió en esa bestia sexual, insaciable, miserable, exuberante, con un deseo tan desbocado que, cuando empezó a escribir su autobiografía, Las canciones que mi madre me enseñó (Anagrama, 1994), tuvo que llamar a Ursula Andress para preguntarle si alguna vez se habían acostado.
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