La investigación sobre la desaparición del niño se centra en Las Hortichuelas, una pedanía de Almería en la que apenas vive una veintena de vecinos.
Hay una máxima general en la investigación de un hecho delictivo o aparentemente delictivo, como puede ser la desaparición
de un menor:
“Las posibilidades de que el autor sea alguien del entorno son inversamente proporcionales al riesgo que asume la víctima, es decir, si la situación en la que se producen los hechos entraña muy poco peligro —a plena luz del día, en territorio conocido— es mucho más probable que el asunto esté relacionado con gente cercana”.
Quizá por eso, en el caso de Gabriel Cruz, el niño de ocho años que desapareció hace 12 días en Níjar (Almería), los investigadores vuelven una y otra vez a lugar exacto en el que se le perdió el rastro: Las Hortichuelas.
Se trata de una pequeñísima pedanía dividida, pese a su dimensión, en dos partes: Las Hortichuelas Altas y Las Hortichuelas Bajas. Visto desde lo alto del valle, son dos pequeños grupos de casas blancas encaladas a una distancia de un kilómetro entre sí, a cada lado de la carretera que atraviesa el Parque Natural del Cabo de Gata, desde Campohermoso (en el interior) hasta Las Negras (en la costa).
Las comunicaciones de Las Hortichuelas con el mundo exterior consisten en un autobús diario que llega hasta Almería.
Pasa por la parada de la carretera a las 7.30 y regresa a las 15.15.
En total, en toda la pedanía, están empadronadas un centenar de personas, pero en esta época del año, sin turismo, los lugareños se cuentan con los dedos de las manos.
“Las posibilidades de que el autor sea alguien del entorno son inversamente proporcionales al riesgo que asume la víctima, es decir, si la situación en la que se producen los hechos entraña muy poco peligro —a plena luz del día, en territorio conocido— es mucho más probable que el asunto esté relacionado con gente cercana”.
Quizá por eso, en el caso de Gabriel Cruz, el niño de ocho años que desapareció hace 12 días en Níjar (Almería), los investigadores vuelven una y otra vez a lugar exacto en el que se le perdió el rastro: Las Hortichuelas.
Se trata de una pequeñísima pedanía dividida, pese a su dimensión, en dos partes: Las Hortichuelas Altas y Las Hortichuelas Bajas. Visto desde lo alto del valle, son dos pequeños grupos de casas blancas encaladas a una distancia de un kilómetro entre sí, a cada lado de la carretera que atraviesa el Parque Natural del Cabo de Gata, desde Campohermoso (en el interior) hasta Las Negras (en la costa).
Las comunicaciones de Las Hortichuelas con el mundo exterior consisten en un autobús diario que llega hasta Almería.
Pasa por la parada de la carretera a las 7.30 y regresa a las 15.15.
En total, en toda la pedanía, están empadronadas un centenar de personas, pero en esta época del año, sin turismo, los lugareños se cuentan con los dedos de las manos.
“¿Aquí? ¿Todo el año? ¿Viviendo?
seremos una treintena de personas, 15 en la parte alta y otros tantos en
la baja”, asegura una de las moradoras, nacida hace 60 años en la
pequeña casa encalada desde la que habla, y capaz de dar los nombres de
todos sus vecinos, casa por casa.
En Las Hortichuelas no viven apenas niños durante todo el
año, “salvo dos de una mujer marroquí, que vive en la parte alta”,
señala otra vecina.
Javier, el hijo de Paca, una de esas señoras mayores, que no sabe leer “ni marcar el teléfono porque no conoce los números”, se encarga de recogerlos.
Les lleva en su coche, junto a los niños de Las Negras (a tres kilómetros) y los de Rodalquilar (a 5 kilómetros), hasta un colegio en Campohermoso, a 14 kilómetros.
Solo hay niños en vacaciones o en días de fiesta.
Javier, el hijo de Paca, una de esas señoras mayores, que no sabe leer “ni marcar el teléfono porque no conoce los números”, se encarga de recogerlos.
Les lleva en su coche, junto a los niños de Las Negras (a tres kilómetros) y los de Rodalquilar (a 5 kilómetros), hasta un colegio en Campohermoso, a 14 kilómetros.
Solo hay niños en vacaciones o en días de fiesta.
Gabriel
desapareció hacia las 15.30 del martes 27 de febrero, víspera del Día de
Andalucía.
Estaba pasando el puente con su abuela Carmen. Esos días le
tocaba estar con su padre, Ángel Cruz, que está separado de su madre, Patricia Ramírez, pero él trabajaba en una empresa de la zona y lo dejó con la abuela.
Gabriel coincidía esos días con sus primos y aquella tarde iba camino de su casa cuando algo le ocurrió.
Nunca llegó.
Desde ese momento, todos los vecinos que estaban en el
pueblo se han convertido en sospechosos en la investigación que
desarrolla la Guardia Civil.
La hipótesis de la pérdida resulta poco probable, porque la distancia entre la casa de su abuela y la de sus tíos es de escasos cien metros y el niño la recorría varias veces al día.
“Alguien se lo ha llevado”, repite su padre.
“Aquí, en Las Hortichuelas, aquella tarde, aparte de Carmen y de la mujer que ahora está con su hijo —una joven latinoamericana—, pues estaban su prima Rosita y su marido, que es la casa a la que iba el niño y que también viven aquí de toda la vida”, cuenta una vecina que prefiere no salir con su nombre.
“Luego están otros primos de Carmen [la abuela del niño], que son dos mujeres de cerca de 90 años, Margarita y Carmen, y el hijo, Antonio y su nuera, Sonia”, continúa.
“Después está Consuelo, que es la que dice que sintió un portazo de un coche esa tarde y que se encarga de guardar y limpiar algunas de las casas que se alquilan”.
“Está también el Tato, que trabaja en la obra y debe de tener unos 45 años”. “Y Lola, que vive con sus tres hijos desde que se separó, y trabaja en los invernaderos, su pequeño tiene 18 años”.
“Creo que siguen viviendo dos chicas jóvenes de alquiler que andan buscando un bar para regentarlo”. “Ah, y creo que solo me falta Inocencia, que es la casa que está justo enfrente de las de los tíos del niño, ¿Cuántos me salen?”.
Según la cuenta de esta vecina suman 18 —contando con ella— los adultos que podían estar en el pueblo la tarde que desapareció Gabriel.
La mayoría son familia entre sí: “Más cercanos o más lejanos, pero aquí somos todos familia”, señala la señora.
Todos esos pobladores de Las Hortichuelas han sido interrogados, y sus viviendas y alrededores inspeccionados por los agentes y por los perros especialistas en detectar restos biológicos sin hallar huella alguna de Gabriel.
El rastro de la camiseta
El único rastro encontrado hasta el momento es la camiseta interior que supuestamente llevaba el niño y que encontró —a cuatro kilómetros de esa vecindad— la novia del padre del niño en una de las batidas de monte, cuatro días después de su desaparición. Estaba en el Barranco de las Águilas, en Las Negras, en el itinerario por el que suelen verse hippies de todo pelaje que desde hace años viven asentados en la famosa Cala de San Pedro.
Allí, al fondo del barranco, junto a la depuradora, estaba la prenda. Buzos, perros, helicópteros, bomberos, protección civil, voluntarios, agentes de la guardia civil, periodistas… Todos han rastreado esa zona de nuevo sin encontrar nada más.
Mientras tanto, en Las Hortichuelas Bajas, la casa de la abuela Carmen, con un amplio terreno, permanece llena de coches y de gente.
Es la penúltima del pequeño camino de tierra en el que se le perdió la pista a Gabriel, y que por un lado conduce al pueblo, pero por el otro desemboca en la carretera, una salida directa para cualquier vehículo sin necesidad de pasar por la población.
Desde hace doce días, en esa pequeña pedanía, el silencio de la hora de la siesta ha sido sustituido por un zumbido que recuerda a un enjambre de abejas.
Es un dron que sobrevuela la zona sin cesar.
La hipótesis de la pérdida resulta poco probable, porque la distancia entre la casa de su abuela y la de sus tíos es de escasos cien metros y el niño la recorría varias veces al día.
“Alguien se lo ha llevado”, repite su padre.
“Aquí, en Las Hortichuelas, aquella tarde, aparte de Carmen y de la mujer que ahora está con su hijo —una joven latinoamericana—, pues estaban su prima Rosita y su marido, que es la casa a la que iba el niño y que también viven aquí de toda la vida”, cuenta una vecina que prefiere no salir con su nombre.
“Luego están otros primos de Carmen [la abuela del niño], que son dos mujeres de cerca de 90 años, Margarita y Carmen, y el hijo, Antonio y su nuera, Sonia”, continúa.
“Después está Consuelo, que es la que dice que sintió un portazo de un coche esa tarde y que se encarga de guardar y limpiar algunas de las casas que se alquilan”.
“Está también el Tato, que trabaja en la obra y debe de tener unos 45 años”. “Y Lola, que vive con sus tres hijos desde que se separó, y trabaja en los invernaderos, su pequeño tiene 18 años”.
“Creo que siguen viviendo dos chicas jóvenes de alquiler que andan buscando un bar para regentarlo”. “Ah, y creo que solo me falta Inocencia, que es la casa que está justo enfrente de las de los tíos del niño, ¿Cuántos me salen?”.
Según la cuenta de esta vecina suman 18 —contando con ella— los adultos que podían estar en el pueblo la tarde que desapareció Gabriel.
La mayoría son familia entre sí: “Más cercanos o más lejanos, pero aquí somos todos familia”, señala la señora.
Todos esos pobladores de Las Hortichuelas han sido interrogados, y sus viviendas y alrededores inspeccionados por los agentes y por los perros especialistas en detectar restos biológicos sin hallar huella alguna de Gabriel.
El rastro de la camiseta
El único rastro encontrado hasta el momento es la camiseta interior que supuestamente llevaba el niño y que encontró —a cuatro kilómetros de esa vecindad— la novia del padre del niño en una de las batidas de monte, cuatro días después de su desaparición. Estaba en el Barranco de las Águilas, en Las Negras, en el itinerario por el que suelen verse hippies de todo pelaje que desde hace años viven asentados en la famosa Cala de San Pedro.
Allí, al fondo del barranco, junto a la depuradora, estaba la prenda. Buzos, perros, helicópteros, bomberos, protección civil, voluntarios, agentes de la guardia civil, periodistas… Todos han rastreado esa zona de nuevo sin encontrar nada más.
Mientras tanto, en Las Hortichuelas Bajas, la casa de la abuela Carmen, con un amplio terreno, permanece llena de coches y de gente.
Es la penúltima del pequeño camino de tierra en el que se le perdió la pista a Gabriel, y que por un lado conduce al pueblo, pero por el otro desemboca en la carretera, una salida directa para cualquier vehículo sin necesidad de pasar por la población.
Desde hace doce días, en esa pequeña pedanía, el silencio de la hora de la siesta ha sido sustituido por un zumbido que recuerda a un enjambre de abejas.
Es un dron que sobrevuela la zona sin cesar.
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