Elvira Sastre, segoviana de 25 años, es una autora con éxito de ventas en el género lírico y multidifusión de su obra por Internet.
Al entrar en la librería La Central de Callao, en Madrid, con su abrigo verde y su cara de pedir permiso, nadie pensaría que esta chica llena auditorios por todo el mundo.
Pero no a base de canciones o exhibiciones gastronómicas: leyendo poemas.
Elvira Sastre despide esa humildad machadiana que suele contagiarse a los habitantes de Segovia, la ciudad de la que fue vecino.
Allí nació ella hace 25 años.
Hoy vive en Madrid.
Se dedica a escribir y a traducir.
Poesía, sobre todo. Y vende.
Tanto que pese a que la tienten con novelas y otros géneros, aunque los vaya a probar incluso, no olvida la esencia de lo que ella siente sobre todas las cosas: "Soy poeta y vivo de esto", afirma.
Lo dice sin sombra de duda.Recia, cabal y consciente de una heroicidad poco común en un país azotado por el paro juvenil.
Elvira Sastre destaca como creadora en una generación multitarea: es decir, que baila constantemente en las redes (tiene casi 290.000 seguidores en Facebook, más de 90.000 en Twitter y 153.000 en Instagram), pisa la calle y sabe indagarse a sí misma encerrada en sus habitaciones.
Y que conforma una voz para la que ponen a su servicio herramientas de impacto global.
Ella acaba de llegar de México, donde ha llenado varios teatros leyendo versos en una gira y se ha traído una maleta llena con lo que ha encontrado en mercadillos.
Por Puebla, Guadalajara, Monterrey o Ciudad de México, ha dejado sembradas piezas de poemarios como La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida (Visor), Baluarte (Valparaíso) o Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo (Lapsus Calami)…
Así lo lleva en este encuentro madrileño, caído como un hilo frágil y vertiginoso sobre los hombros.
Aparece bendecida por las palabras que de ella han dicho algunos mentores de generaciones precedentes:
“Es la poeta que desde hace mucho estaba pidiendo la poesía española”, cree Benjamín Prado.
“No puedo saber lo que hará Elvira Sastre con su vida, pero sí sé que ahora es una espléndida poeta joven que despliega con fuerza su personalidad", ha comentado Joan Margarit.
También, el maestro avisa a propósito de los jóvenes talentos: “Siempre son una incógnita”.
“Compartir con los lectores en internet ha sido parte del proceso”, comenta.
“En nuestro caso, el éxito no se debe tanto a nosotros, los autores. Viene más del canal”
“¿Yo? Lo que digan ellos…”. No se va a poner a discutir.
Pero sí a ganárselo. De niña, despuntaba:
“Cuando con una amiga teníamos que decidir qué hacíamos por turnos cada día, yo siempre escogía ir a la biblioteca. Sé que sorprende mi juventud, pero es que yo he vivido dos vidas. La real y la de mis lecturas”.
Se enganchó al Jabato y al Capitán Trueno por un lado y a Bécquer y la Generación del 27 por otro.
Apenas le distraían de pasar páginas las quedadas para jugar al fútbol y al baloncesto.
Lo primero, lo ha ido apartando. “Me dejaba la vida en ello. Echaba hasta la quiniela.
Me ha dado muchos quebraderos de cabeza”. Además, su ídolo vive cierto declive: “Yo era sobre todo de Casillas, aunque también un poco de Messi”.
En eso, ambivalente. O sabia amante de lo bueno.
Eligió escribir.
Primero un blog donde iba desgranando emociones.
Lo que le pedía el cuerpo. Lo que se le pasaba por la cabeza.
Ahí está, activado con el nombre Relocos y recuerdos, como la canción de Luis Ramiro.
O también como Blueparaplui. A lo largo del mismo, Sastre ha ido conformando un modo de expresión muy generacional, a medio camino entre el exhibicionismo natural y los palos de ciego que contagian.
Logró un batallón de adeptos. “Compartir con ellos ha sido parte del proceso”, comenta.
“En nuestro caso, el éxito no se debe tanto a nosotros, los autores. Viene más del canal”.
Pero la poesía, ha ido comprendiendo, no es un vómito. Muy al contrario.
Más bien, alimento bien condimentado.
Y ella, que es feliz cocinándose un plato de garbanzos, lo sabe. O un riego. Otro aspecto que conoce por el amor a sus plantas. “Algunas se me mueren, pero no me rindo”.
Aquella pura espontaneidad adolescente es hoy voz y discurso. “Todavía me cuesta autoconsiderarme algo”, asegura.
Sí tiene claro el método: “El poema surge siempre de un primer fogonazo.
No dura nada. Un minuto. Dos... Luego lo dejo enfriar y lo corrijo. Escribo lo que me incomoda o me duele”.
Cree —todavía— que la poesía es un rapto y no una disciplina: “Nunca me he sentado a escribir un poema.
Es él quien viene a mí. Y si no aparece, no me empecino”. Aun así, ya ha logrado obras de coherencia en las obsesiones, como La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida.
Un manual sobre el abandono donde las puertas cerradas de los cuartos en penumbra enlazan con el mar.
“Es mi libro monotemático. La historia de una ruptura”.
Lo exorcizó así. “Ahora soy feliz. Vivo sola, con mi perro. Se llama Tango.
Soy un poco señora mayor. Viejoven, sí…”. Pero, aunque como dice Margarit, un poeta a su edad es una incógnita, en el caso de Elvira Sastre ese interrogante está lleno de futuro.
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