Un libro compila medio centenar de discursos que han marcado los siglos XX y XXI.
Madrid
Como con el huevo y la gallina, cuesta entender hasta qué punto el celebérrimo "Tengo un sueño", pronunciado por Martin Luther King en Washington galvanizó el movimiento de los derechos civiles en EE UU o simplemente puso palabras a un tren que ya no tenía marcha atrás.
Lo mismo puede decirse del discurso del clérigo sudafricano Desmond Tutu al recibir el Nobel en 1984 en reconocimiento a su lucha contra el apartheid, o de la icónica intervención, "con una rama de olivo en una mano y el arma de un luchador por la libertad en la otra", de un Yasir Arafat con kufiya en la Asamblea General de la ONU un año después de la guerra del Yom Kipur.
Son tres ejemplos del medio centenar, de principios del siglo pasado a la actualidad, reunidos por el editor y experiodista escocés Andrew Burnet en el libro 50 discursos que cambiaron el mundo, que publica Turner.
"Inicialmente buscaba discursos que conectasen con nuestra imaginación, pero al refinar la selección me enfoqué más en contar los siglos XX y XXI a través de ellos.
Lo que no pretendía, porque me parecía exagerado, era usarlos para explicar cambios históricos", asegura por teléfono.
También evitó limitarse a la política.
De ahí inclusiones relacionadas con la economía (Christine Lagarde, directora del FMI), el terrorismo (Osama Bin Laden) o la educación (la activista paquistaní Malala Yousafzai).
La historia reciente de España está representada en dos textos: el "No pasarán" de La Pasionaria al inicio de la guerra civil y el "Puedo prometer y prometo", de Adolfo Suárez, agregado expresamente para la edición española.
algunas decisiones pesó más la importancia del momento que la brillantez del discurso.
Es cuando se intuye que los oradores escogen cada palabra, conscientes de que están haciendo historia.
Como Winston Churchill y su "Lucharemos en las playas" tras la heroica evacuación de las tropas en Dunkerque en 1940 -recreada el pasado año en la gran pantalla por Christopher Nolan- o Charles de Gaulle el día de la rendición de las tropas alemanas en la capital francesa:
"¡París ultrajado!, ¡París quebrado!, ¡París martirizado!, pero ¡París liberado!".
Otros, en cambio, jamás pensaron que sus palabras saldrían de la sala.
En una reunión secreta en la localidad de Posen con oficiales destinados en la Polonia ocupada, el jefe de las SS, Heinrich Himmler, habló sin pelos en la lengua de -en sus propias palabras- el "exterminio del pueblo judío".
La transcripción acabó siendo utilizada como prueba en los juicios de Núremberg.
"Con perspectiva, me arrepiento de haberlo incluido", admite Burnet.
"Ya hay demasiado odio en el mundo y ese discurso está lleno de odio y crueldad. Solo debería ser erradicado de la historia".
No siempre se han incluido las intervenciones más emblemáticas. De Patrice Lumumba se ha dejado fuera la punzante denuncia del colonialismo belga que hizo frente al rey Balduino con motivo del nacimiento en 1960 de la actual República Democrática del Congo. El discurso más famoso de la presidenta birmana Aung San Suu Kyi, hoy cuestionada por la limpieza étnica de los rohingya, no es el que figura, sino su célebre aceptación del Nobel de la Paz en 2012.
Y de David Ben Gurion se ha elegido uno menor de celebración de un avance estratégico en la primera guerra-árabe israelí.
"Lo importante era captar el momento y la persona, no necesariamente ir a lo más obvio", justifica.
Es el caso de la defensa de los sóviets ("¡Para los trabajadores, todo! (...) ¡la victoria del proletariado será inevitable!") que hizo Lenin en Moscú en 1918, y tras la que sufrió un intento de asesinato, o la crítica de Nikita Jruschev al estalinismo en una sesión a puerta cerrada del Congreso del Partido Comunista.
"Es muy difícil saber si es realmente lo que se dijo, porque se solían publicarse ya editados.
También se pierden las reformulaciones y pausas, que son importantes", lamenta.
¿Qué discursos pasan el filtro de la historia? ¿Qué los convierte en grandes?
"Es muy intangible. Cuando lo oyes, entiendes que lo es.
Es a la vez el tono, la inflexión, el contenido... encender los corazones de la gente.
Es condensar dos o tres argumentos importantes de forma que comunique un mensaje que captura el momento histórico", señala el editor, que ha incluido algunas reacciones del público para "acercar al lector a la atmósfera de la sala".
Son estos elementos emocionales los que llevaron a uno de los mayores oradores del siglo XIX, el político británico John Bright, a afirmar:
"Si se lee bien, es un discurso muy malo". Y son los que mantienen con vida la oratoria.
"Hoy nos comunicamos por e-mails, pero -concluye Burnet- Trump sabe perfectamente cuándo y cómo levantar el brazo para enardecer a su público".
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