Don Juan Carlos y doña Sofía parecen perdonar por adelantado a Iñaki Urdangarin.
Francisco Correa
no me cae precisamente bien, pero creo que su paso por la cárcel le ha
cambiado un poco la forma de pensar.
Esta semana se dirigió al juez en su comparecencia en el juicio Gürtel exigiendo que lo rebauticen Correa, como su apellido en castellano.
Gürtel es correa en alemán y así decidieron llamar, en su momento, uno de los casos de corrupción y financiación ilegal más célebres de nuestra historia.
Al pedir ese cambio, Correa quizás se estaba labrando un poquito más de inmortalidad y reclamaba la autoría de la obra.
¿Qué puede haber más egocéntrico que tu juicio se apellide como tú?
Cada vez me gustan menos las correas.
En mi opinión, el cinturón corta la silueta. Y observando estos detalles de estilo volví a quedarme hipnotizado con la importancia que Francisco Correa otorga al aspecto.
Estoy convencido que está en su ADN. Por ejemplo, El Bigotes es más de brocha gorda, más callejero.
Correa es como de toreo de salón. Necesita verse esa melena, lustrosa y canosa, esa barba de Sansón sin Dalila, ese torso apretado en trajes de raya diplomática, ese tobillo cubierto por un calcetín finísimo y zapatos que, pese a su paso por la cárcel, siguen lustrosos.
Y esa habilidad para enseñar el tobillo, masculino, entero, capaz de alojar ese microfilme implicador donde esté la factura que todos quieren encontrar.
A Correa deberían hacerle una figura para el Museo de Cera, difícil de calificar y de ubicar pero que una vez expuesta serviría para estudiar ese hombre astuto, corruptible, capaz de hacer del delito, la trampa no solo un estilo de vida sino un ejercicio de burbujeante elegancia como las coca-colas de las que es adicto.
Al contrario que El Bigotes, Correa era muy amigo de Alejandro Agag, yerno del expresidente Aznar.
La trama Gürtel regaló la instalación del sonido en su boda con Ana Aznar.
No olvidemos, porque han pasado casi 10 años desde el origen del caso Gürtel y es tiempo suficiente para que tengamos lagunas.
Correa y los suyos escalaron socialmente pero no llegaron hasta los Urdangarin Borbón que acaban de celebrar, en Ginebra, los 50 años de Iñaki con la presencia de los Reyes eméritos.
Siempre sorprende cómo en España todo se vincula.
Y cómo todos los caminos van a Ginebra, pasando por Roma porque los Urdangarin fueron al Vaticano a la misa del día de Reyes, antes del cumpleaños.
Tanto Gürtel como la investigación del Instituto Nóos, por la que Urdangarin espera sentencia, son contemporáneas, coincidieron con lo peor de la crisis económica.
Los escándalos contribuyeron a ahogar y desahogar los ánimos de la población, afectada por el paro, los desahucios y el desasosiego propio de una crisis sin precedentes.
Urdangarin, Correa, El Bigotes se volvieron patatas calientes y el Museo de Cera una especie de pórtico de donde la figura del exjugador de balonmano fue removida del entorno real. Poco después, los Urdangarin Borbón acudieron a una boda en Barcelona en la que yo estaba presente y donde se nos sugirió que los saludáramos porque casi nadie lo hacía.
Y cuando nadie lo esperaba, el rey Juan Carlos abdicó.
Como ahora se habla de que el 2018 marca el fin de la crisis, Juan Carlos y Sofía parecen perdonar por adelantado a Iñaki y a la Infanta soplando las 50 velas.
Así son ellos. Los reales tienen su propio protocolo. Y memoria.
Podríamos enumerar todos los momentos de molestia que ocasionó a la opinión pública el conflicto del enjuiciamiento a un miembro de esa Familia Real.
Aquella frase del rey Juan Carlos reclamando una conducta ejemplar. El bochorno porque la reina Sofía acudiera a visitar al Monarca acompañada de su yerno.
Todo eso se disuelve ahora en un vaso de ginebra, en Ginebra. Ya nos sentimos a flote otra vez, se olvidó la crisis.
El que la recuerde es un aguafiestas.
Por fortuna, al otro lado del Canal de La Mancha, cual Lancelot, está David Beckham.
Que nos sorprende con una nueva propuesta de estilo, lo que se llama masculinidad moderna, que le acaba de conseguir un contrato, legal y jugoso, con L’Oréal para sacar adelante una línea de cosméticos masculinos.
Beckham ofrecerá los imprescindibles para pelo y piel pero también tatuajes.
Porque el tatuaje también envejece y hay que mantenerlo brillante, su colorido intacto.
Una línea de productos de la que podrá beneficiarse cualquier caballero, en Ginebra o en la cárcel.
Esta semana se dirigió al juez en su comparecencia en el juicio Gürtel exigiendo que lo rebauticen Correa, como su apellido en castellano.
Gürtel es correa en alemán y así decidieron llamar, en su momento, uno de los casos de corrupción y financiación ilegal más célebres de nuestra historia.
Al pedir ese cambio, Correa quizás se estaba labrando un poquito más de inmortalidad y reclamaba la autoría de la obra.
¿Qué puede haber más egocéntrico que tu juicio se apellide como tú?
Cada vez me gustan menos las correas.
En mi opinión, el cinturón corta la silueta. Y observando estos detalles de estilo volví a quedarme hipnotizado con la importancia que Francisco Correa otorga al aspecto.
Estoy convencido que está en su ADN. Por ejemplo, El Bigotes es más de brocha gorda, más callejero.
Correa es como de toreo de salón. Necesita verse esa melena, lustrosa y canosa, esa barba de Sansón sin Dalila, ese torso apretado en trajes de raya diplomática, ese tobillo cubierto por un calcetín finísimo y zapatos que, pese a su paso por la cárcel, siguen lustrosos.
Y esa habilidad para enseñar el tobillo, masculino, entero, capaz de alojar ese microfilme implicador donde esté la factura que todos quieren encontrar.
A Correa deberían hacerle una figura para el Museo de Cera, difícil de calificar y de ubicar pero que una vez expuesta serviría para estudiar ese hombre astuto, corruptible, capaz de hacer del delito, la trampa no solo un estilo de vida sino un ejercicio de burbujeante elegancia como las coca-colas de las que es adicto.
Al contrario que El Bigotes, Correa era muy amigo de Alejandro Agag, yerno del expresidente Aznar.
La trama Gürtel regaló la instalación del sonido en su boda con Ana Aznar.
No olvidemos, porque han pasado casi 10 años desde el origen del caso Gürtel y es tiempo suficiente para que tengamos lagunas.
Correa y los suyos escalaron socialmente pero no llegaron hasta los Urdangarin Borbón que acaban de celebrar, en Ginebra, los 50 años de Iñaki con la presencia de los Reyes eméritos.
Siempre sorprende cómo en España todo se vincula.
Y cómo todos los caminos van a Ginebra, pasando por Roma porque los Urdangarin fueron al Vaticano a la misa del día de Reyes, antes del cumpleaños.
Tanto Gürtel como la investigación del Instituto Nóos, por la que Urdangarin espera sentencia, son contemporáneas, coincidieron con lo peor de la crisis económica.
Los escándalos contribuyeron a ahogar y desahogar los ánimos de la población, afectada por el paro, los desahucios y el desasosiego propio de una crisis sin precedentes.
Urdangarin, Correa, El Bigotes se volvieron patatas calientes y el Museo de Cera una especie de pórtico de donde la figura del exjugador de balonmano fue removida del entorno real. Poco después, los Urdangarin Borbón acudieron a una boda en Barcelona en la que yo estaba presente y donde se nos sugirió que los saludáramos porque casi nadie lo hacía.
Y cuando nadie lo esperaba, el rey Juan Carlos abdicó.
Como ahora se habla de que el 2018 marca el fin de la crisis, Juan Carlos y Sofía parecen perdonar por adelantado a Iñaki y a la Infanta soplando las 50 velas.
Así son ellos. Los reales tienen su propio protocolo. Y memoria.
Podríamos enumerar todos los momentos de molestia que ocasionó a la opinión pública el conflicto del enjuiciamiento a un miembro de esa Familia Real.
Aquella frase del rey Juan Carlos reclamando una conducta ejemplar. El bochorno porque la reina Sofía acudiera a visitar al Monarca acompañada de su yerno.
Todo eso se disuelve ahora en un vaso de ginebra, en Ginebra. Ya nos sentimos a flote otra vez, se olvidó la crisis.
El que la recuerde es un aguafiestas.
Por fortuna, al otro lado del Canal de La Mancha, cual Lancelot, está David Beckham.
Que nos sorprende con una nueva propuesta de estilo, lo que se llama masculinidad moderna, que le acaba de conseguir un contrato, legal y jugoso, con L’Oréal para sacar adelante una línea de cosméticos masculinos.
Beckham ofrecerá los imprescindibles para pelo y piel pero también tatuajes.
Porque el tatuaje también envejece y hay que mantenerlo brillante, su colorido intacto.
Una línea de productos de la que podrá beneficiarse cualquier caballero, en Ginebra o en la cárcel.
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