Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
8 nov 2017
Por qué hay más gente sola que nunca................... Esther Paniagua
Estamos construyendo un modelo de sociedad que va en contra de nuestra naturaleza.
A todos nos ha pasado. En alguna ocasión nos hemos sentido
excluidos o marginados. Desde el cole, tras un temido “ya no te ajunto”,
hasta el círculo familiar, en un grupo de amigos o de deporte en los
que no encajamos ni con calzador. O en el trabajo. Como mínimo, en
alguna situación puntual dentro de nuestro entorno en la que hubiéramos
querido formar parte . Este tipo de situaciones no siempre se echan
fácilmente al baúl de los recuerdos. A veces dejan huella psicológica, emocional y física y, como mínimo, causan sufrimiento mientras se están viviendo. ¿Por qué nos duele tanto el rechazo? “Pertenecer, ser, creer y benevolencia son los cuatro
pilares por los cuales medimos el valor de nuestras vidas”, nos explica
Saul Levine, psiquiatra y profesor emérito de la Universidad de
California en San Diego (EE UU). Con esto se refiere a la sensación que
se experimenta de sentirse parte integrante y apreciada por un grupo de
personas que son importantes para uno mismo, para su autoestima, para la
propia salud, ya sean familiares, colegas o grupos religiosos.
“Somos una especie social y la sensación de que estamos compartiendo
partes significativas de nuestras vidas con otras personas que nos
reciben y abrazan es una etapa vital de nuestro crecimiento personal y
de nuestra salud psicológica e incluso física”, continúa el psiquiatra.
“Sentirse integrado ayuda a superar en compañía fracasos amorosos y pérdidas, éxitos y contratiempos, en una comunidad íntima y especialmente solidaria.”
Por todas estas razones, cuando sufrimos al ser rechazados o excluidos socialmente es una respuesta del todo normal. “Significa que somos personas sanas”, señala Miriam Ortiz de Zárate, psicóloga y directora del Centro de Estudios del Coaching (CEC), en Madrid. “Sufrimos cuando nos excluyen de un grupo del que queremos
formar parte porque nuestra biología nos lleva a funcionar como seres
sociales, vinculados a un clan”, explica. Este modo de reaccionar no es
nada nuevo bajo el sol. Es un sentimiento compartido con nuestros más
lejanos antepasados. “Responde a las necesidades humanas de hace 20.000 años,
cuando un individuo aislado no tenía ninguna posibilidad de seguir vivo
si no contaba con el apoyo de una tribu”, afirma esta experta en
coaching.
Una cuestión de supervivencia
Vivir dentro de un colectivo permitía repartirse la búsqueda de alimento y la carga de trabajo
entre varios y protegerse mutuamente ante los peligros del exterior. “Esta necesidad se arraigó en nuestro cerebro más primitivo, el
reptiliano, que regula las funciones vitales primarias con el objeto de
sobrevivir”, explica Ortiz de Zárate.
“Ser excluido provoca una falta de integración
que conduce a la búsqueda desesperada de un espacio social, aunque sea
en grupos tóxicos”, (Pablo Herreros, sociólogo y antropólogo).
Miles de años más tarde, o sea hoy, las circunstancias
externas han cambiado, pero nuestro cerebro —para bien o para mal— ha
variado muy poco. “Ahora tenemos plenamente integrada la necesidad de
pertenencia e incluso la hemos llevado al extremo: somos capaces de morir o de matar con tal de cubrir esa necesidad tan básica”, asegura. Esa es precisamente la clave del éxito de algunos grupos terroristas,
según apunta Pablo Herreros, sociólogo y antropólogo. “Ser excluido de
manera sistemática provoca una falta de integración que conduce a la
búsqueda desesperada de un espacio social en el que seamos aceptados,
aunque sea en grupos tóxicos”, añade el autor del libro Yo, mono (Ediciones Destino).
¿Qué otros riesgos entraña el sentimiento de rechazo?
“Las vivencias de exclusión generan en nosotros creencias
del tipo: ‘no soy adecuado, tengo una carencia, hay algo en mí que no
encaja, no soy válido, no soy digno’...”, explica la directora del CEC.
“Los efectos son muy diversos y repercuten tanto en el estado de ánimo
como en el comportamiento, y pueden ser fuente de problemas psicológicos
como ansiedad, depresión, ideas de suicidio, etcétera”. El profesor de Psicología Social de la Universidad Nacional
de Educación a Distancia (UNED) Alejandro Magallares señala alguna otra
consecuencia de diverso tipo, como el aplanamiento afectivo, “que dificulta expresar las propias emociones o empatizar con las de los demás”; también problemas cognitivos, sobre todo en la inteligencia, que puede acarrear un descenso del rendimiento en tareas complejas de lógica y razonamiento
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