El Museo de Frisia recuerda a su famosa vecina en el centenario de su fusilamiento en Francia, durante la Primera Guerra Mundial.
¿Cómo evitar el tópico al referirse a Mata Hari, la espía por excelencia y la mujer oscurecida por su fama de femme fatale?
¿Cómo hacer justicia a la joven holandesa de buena familia casada con
un marido alcohólico que le contagio la sífilis, a ella y a los dos
hijos de ambos, y le arrebató a la niña?
En el centenario del fusilamiento en Francia de Margaretha Geertruida Zelle (1876-1917), su nombre real, una muestra en el Museo de Frisia, abierto en Leeuwarden, su ciudad natal, trata de devolver su rostro a una chica de provincias que arrasó en la Belle Époque con sus bailes exóticos, y fue encarnada en el cine por las actrices Greta Garbo, Marlene Dietrich, Jeanne Moreau o su compatriota Sylvia Kristel.
Quedan muy pocos objetos personales de Mata-Hari a los que acudir.
Apenas un broche, sus tarjetas de visita, como bailarina oriental y como Margaretha MacLeod, el apellido de su marido, un militar destacado en la actual Indonesia, entonces colonia holandesa. También el álbum de recortes de su carrera y los sonajeros de sus hijos, Norman y Louise, apodada Non.
El museo los ha dispuesto de forma casi teatral, acompañados de una mesa que semeja la del interrogatorio de su consejo de guerra por espionaje en Francia.
Pero hay algo más valioso en la sala en Mata Hari, el mito y la muchacha y es su correspondencia personal y los informes del juicio.
Un conjunto epistolar que es la guía desesperanzada de un ser humano que se había reinventado.
Llegó a París en 1903 con 27 años, divorciada y arruinada, y pasó de
los salones privados a los teatros de moda: del Olympia al
Folies-Bergère, interpretando a su manera las danzas de Java que había
visto durante su matrimonio.
En el centenario del fusilamiento en Francia de Margaretha Geertruida Zelle (1876-1917), su nombre real, una muestra en el Museo de Frisia, abierto en Leeuwarden, su ciudad natal, trata de devolver su rostro a una chica de provincias que arrasó en la Belle Époque con sus bailes exóticos, y fue encarnada en el cine por las actrices Greta Garbo, Marlene Dietrich, Jeanne Moreau o su compatriota Sylvia Kristel.
Quedan muy pocos objetos personales de Mata-Hari a los que acudir.
Apenas un broche, sus tarjetas de visita, como bailarina oriental y como Margaretha MacLeod, el apellido de su marido, un militar destacado en la actual Indonesia, entonces colonia holandesa. También el álbum de recortes de su carrera y los sonajeros de sus hijos, Norman y Louise, apodada Non.
El museo los ha dispuesto de forma casi teatral, acompañados de una mesa que semeja la del interrogatorio de su consejo de guerra por espionaje en Francia.
Pero hay algo más valioso en la sala en Mata Hari, el mito y la muchacha y es su correspondencia personal y los informes del juicio.
Un conjunto epistolar que es la guía desesperanzada de un ser humano que se había reinventado.
“Su trayectoria guarda un paralelismo
inesperado con el escándalo que rodea hoy al productor de Hollywood
Harvey Weinstein.
Ella tenía gran éxito entre los hombres y a los 15 años perdió un
trabajo en una escuela local por acoso sexual.
Luego fue maltratada por
su marido y acabó prostituyéndose para sobrevivir”, dice Julie
Wheelwright, autora de La amante desgraciada: Mata Hari y el mito de la mujer en el espionaje.
La estudiosa despeja rauda las dudas sobre la vida de la holandesa.
“Sí, se acostó con hombres por dinero, pero después de que su exmarido
se negara a pagar la manutención de su hija, y ella perdiera la
custodia.
Fue reclutada -y luego traicionada- por los alemanes bajo el
código H21, y trabajó también para los franceses.
Uno de sus mensajes
más valiosos fue descartado, pero resultó cierto.
El uso de tinta
invisible era muy importante durante la Primera Guerra Mundial, y le
dijo a sus contactos en Francia que los germanos la llevaban en las
uñas. No la creyeron”.
El problema es que Mata Hari, ojo del día en malayo, ya
mantenía relaciones con militares de ambos bandos antes de la contienda y
estaba endeudada.
“Me gustan los oficiales. Prefiero ser la amante de
uno pobre que la de un banquero rico”, dijo durante el proceso.
Los
servicios secretos germanos se aprovecharon de su situación, aunque
también le dieron un adelanto de 20.000 francos (37.000 euros de hoy).
Y
ella, que jugó al exotismo y el desnudo en París, Montecarlo, Viena o
Milán, no vio que ambos bandos la vigilaban.
Con su pasaporte holandés,
país neutral durante la guerra, cruzaba fronteras sin problemas, y no
apreció a tiempo el cambio de mentalidad generado por la lucha.
De
golpe, desaparecieron los mismos varones que pagaron por verla entre
1905 y 1914.
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