Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

28 oct 2017

La república catalana sigue siendo un cuento.............. Ricardo de Querol


Puigdemont
Carles Puigdemont y otros parlamentarios tras la declaración de independencia en el Parlament.

Ni el mundo político ni el económico se creen la DUI.

El 155 por vía rápida se ve con alivio, pese a los riesgos.

Proclamar una república no es lo mismo que ser una república.

 Los que festejaban la declaración unilateral de independencia en las calles de Cataluña quizás disfrutaban el momento conscientes de que mañana será otro día.

 Explica bien Iceta que él puede decir que es guapo, pero si nadie le dice guapo no sirve de nada.

 Ningún país serio, no contaremos a Osetia del Sur, ha dicho guapa a la república catalana (nota al corrector: en minúsculas).

 Al revés, la ven fea. Y el mercado está sereno: se ha resentido, claro, pero ante una ruptura real del Estado caería a plomo. No es así. 

Pronto comprobaremos que a esa gente ilusionada le habían prometido lo que no podían cumplir. 

Les contaban el cuento de hadas de una república feliz, próspera, reconocida por todos, integrada en la UE, donde se podría elegir pasaporte, donde querrían estar todas las empresas y donde el Barça podría volver a ganar la Liga sin que piten ya a Piqué.

En vez de eso, va a quedar el destrozo de una autonomía que consideraban obsoleta, pero que con sus imperfecciones ha estado entre las más avanzadas del mundo occidental.
 Va a quedar una fractura social duradera, familias que evitan quedar a comer los domingos, amigos que se salen de grupos de wasap para evitar el bombardeo de crispación.
 Va a quedar la fuga de las empresas del que siempre fue el primer polo industrial de España, negocios sufriendo el disparatado boicot, cruceros que pasan de largo por no atracar junto al barco de Piolín donde se alojan, hacinados, los policías.
No basta con declararse independiente para ser independiente, pero sí basta para cargarse el autogobierno. En principio, ojalá, por poco tiempo. 
Por prudencia, cabe poner en cuarentena el plazo previsto por el Senado para aplicar el artículo 155 de la Constitución aunque se celebren elecciones el 21 de diciembre.
 Porque el bloque independentista está roto, desde luego, pero ¿qué se hará si el nuevo Parlament se reafirma en la insurrección?
¿Y si la ocupación de lugares estratégicos deriva en incidentes graves? 
Aun con esos riesgos, este artículo 155 con convocatoria electoral inmediata se ve con alivio: desmiente el discurso del Estado que ocupa una nación libre, e implica que el punto de partida de la negociación con las nuevas autoridades (otras) será recuperar la autonomía, con las mejoras que luego puedan lograrse por la vía de la reforma constitucional, en vez de una independencia que saben imposible. 

Si en este caótico jueves Puigdemont se hubiera decidido in extremis por evitar la DUI y convocar elecciones autonómicas, como al final hizo Rajoy por él, estaríamos mucho mejor.
 Pero, claro, uno no puede enjaular al monstruo que ha ido engordando y dejado suelto.
 Esas masas que fueron alentadas a tomar la calle, agitadas desde la maquinaria oficial y esas organizaciones civiles que se sientan en la mesa del Govern, ya le gritaban traidor, botifler (como a los partidarios de los Borbones en 1714), judas que se vende por 155 monedas, como decía en un tuit el diputado y showman Rufián.
 

 

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