El vicepresidente preparó ya en 2013 la ruina catalana de la que ahora acusa a Hacienda.
El pánico no está aún desbocado. Pero ya ha empezado, y el terror del dinero es de esos que se acelera en décimas de segundo.
Cae
la cotización de la banca catalana (los afectados matizarán); se
desploman reservas turísticas en la seductora capital de Cataluña (los
perjudicados suavizarán); se paralizan inversiones (los grandes
despachos no concretarán); se largan sedes de compañías punteras,
Oryzon, Naturhouse, hasta (con coartada de fusiones) la Coca-Cola de Sol
Daurella, esposa del chófer de Jordi Pujol, Carles Vilarrubí.
¿Conspiración? No: Oriol Junqueras.
Rebobinemos.
Venía Junqueras, carlista y con castillo, recorriendo el vía crucis de embajadores y banqueros.
Les susurraba a los católicos que cómo sospechaban de él, si él era de misa, no diaria, pero de misa, y pues, rechazaba revoluciones, solo era un reformista social.
Le creyeron, alguno apostó por él como recambio del Astut Mas, una fundación/fondo reservado financió digitales secesionistas y de repente, ay, compuestos y sin novio.
Vuelta al presente.
El 20 de septiembre, día del registro a su Departamento de Economía (responsable logístico del referéndum del 1-O), tras ver que el juez ha hecho detener a todo su equipo, Junqueras escribe, como ha contado Claudi Pérez (EL PAÍS, 29/9/2017).
¿A quién? A Mario Draghi, presidente del BCE, minutos después de que lo hiciera otra empleada suya.
Es un memorial de agravios políticos y reclamaciones del referéndum, tipo abate Sieyès, en comarcal.
Pero se focaliza en la intervención de las finanzas autonómicas por el Ministerio de Hacienda, como “un acto altamente irresponsable” que “amenaza al sistema de pagos”, la “financiación del gasto público” y, quietos parados, “la estabilidad del sistema financiero de la eurozona”, augurando estampidas de depositantes y alzas de los costes bancarios.
Nada de eso sucede enseguida, hasta el día D+1, el 2-O.
Pero Junqueras lo tenía perfectamente previsto y programado, aunque acabase culpando a Hacienda del desaguisado.
El 13 de noviembre de 2013, en Bruselas, donde cobraba de eurodiputado, ya amenazó con que podría “parar la economía catalana durante una semana”, lo que finalmente concretó anteayer, de momento por una jornada: el ensayo de suicidio económico.
El envite era afectar a la “estabilidad” de los mercados financieros y perjudicar a toda España:
“¿Qué impacto tiene [por tendría] sobre el PIB español, qué opinión tendrán los acreedores de la deuda española?”.
Lo ratificó en Barcelona, ante empresarios catalanes (el 27/1/2015): “Continuaré afirmando lo mismo”, aseguró.
El cauteloso gobernador del Banco de España, Luis Linde, avisó (21/9/2015) de que la secesión podría generar un posible “corralito”.
Le zumbaron.
El consejero proseparatismo del mismo banco central, Guillem López Casasnovas, se burló de él:
“Todo es posible, también un terremoto”, dijo.
Artur Mas le acusó de “indecencia”.
Linde ha vuelto a advertir con sordina del riesgo económico “por las tensiones políticas en Cataluña” (28/9/2017).
Ahora ya ni le insultan. Pero el dentífrico (la ruina catalana) empieza a salir del tubo.
¿Conspiración? No: Oriol Junqueras.
Rebobinemos.
Venía Junqueras, carlista y con castillo, recorriendo el vía crucis de embajadores y banqueros.
Les susurraba a los católicos que cómo sospechaban de él, si él era de misa, no diaria, pero de misa, y pues, rechazaba revoluciones, solo era un reformista social.
Le creyeron, alguno apostó por él como recambio del Astut Mas, una fundación/fondo reservado financió digitales secesionistas y de repente, ay, compuestos y sin novio.
Vuelta al presente.
El 20 de septiembre, día del registro a su Departamento de Economía (responsable logístico del referéndum del 1-O), tras ver que el juez ha hecho detener a todo su equipo, Junqueras escribe, como ha contado Claudi Pérez (EL PAÍS, 29/9/2017).
¿A quién? A Mario Draghi, presidente del BCE, minutos después de que lo hiciera otra empleada suya.
Es un memorial de agravios políticos y reclamaciones del referéndum, tipo abate Sieyès, en comarcal.
Pero se focaliza en la intervención de las finanzas autonómicas por el Ministerio de Hacienda, como “un acto altamente irresponsable” que “amenaza al sistema de pagos”, la “financiación del gasto público” y, quietos parados, “la estabilidad del sistema financiero de la eurozona”, augurando estampidas de depositantes y alzas de los costes bancarios.
Nada de eso sucede enseguida, hasta el día D+1, el 2-O.
Pero Junqueras lo tenía perfectamente previsto y programado, aunque acabase culpando a Hacienda del desaguisado.
El 13 de noviembre de 2013, en Bruselas, donde cobraba de eurodiputado, ya amenazó con que podría “parar la economía catalana durante una semana”, lo que finalmente concretó anteayer, de momento por una jornada: el ensayo de suicidio económico.
El envite era afectar a la “estabilidad” de los mercados financieros y perjudicar a toda España:
“¿Qué impacto tiene [por tendría] sobre el PIB español, qué opinión tendrán los acreedores de la deuda española?”.
Lo ratificó en Barcelona, ante empresarios catalanes (el 27/1/2015): “Continuaré afirmando lo mismo”, aseguró.
El cauteloso gobernador del Banco de España, Luis Linde, avisó (21/9/2015) de que la secesión podría generar un posible “corralito”.
Le zumbaron.
El consejero proseparatismo del mismo banco central, Guillem López Casasnovas, se burló de él:
“Todo es posible, también un terremoto”, dijo.
Artur Mas le acusó de “indecencia”.
Linde ha vuelto a advertir con sordina del riesgo económico “por las tensiones políticas en Cataluña” (28/9/2017).
Ahora ya ni le insultan. Pero el dentífrico (la ruina catalana) empieza a salir del tubo.
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