Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
24 oct 2017
Dónde está ahora Martín Hache................... Manuel Jabois
Tenía nuestra edad, y tampoco estudiaba y trabajaba, ¿cómo no identificarse con él?
Escena de la película 'Martín (Hache)'.
Hache (Juan Diego Botto)
se recupera de una sobredosis que sus padres creen intento de suicidio. Vive en Buenos Aires con su madre. Al volver del hospital, la mujer,
interpretada por Ana María Picchio, le dice a su exmarido recién llegado
de Madrid, Martín (Federico Luppi),
que Hache sobra en su vida, a la que ha llegado una recién nacida:
Hache no tiene ni habitación en casa. “Y nadie”, dice sobre su propio
chico, “va a arrebatarme todo lo que tengo”. El padre de Hache responde
que se ha acostumbrado a la soledad y tiene un carácter difícil: es
imposible que Hache viva con él. -Y qué hacemos -dice la madre-, ¿le damos una 45 para que la próxima vez no falle? Veinte años ya de la película de Aristarain. Se le puso
cartel de generacional: puede ser. Yo entonces tenía 19 años y no
estudiaba ni trabajaba; ni siquiera compraba lotería. ¿Qué había pasado? No tengo ni idea. Era el momento en que se estaba decidiendo nuestro
futuro, así lo repetían nuestros padres y profesores, y pensé que eso
era lo que me faltaba: hasta aquí habíamos llegado. Desaparecí de la
facultad y no volví más. Oficialmente no valía para nada y me sentía
bien así: era mi verdadera vocación. Pasé dos años tirado en mi cuarto
sin hacer nada, durmiendo a deshoras y visitando la biblioteca municipal
para leer a Fernanda Pivano. Mi trabajo era ir a buscar a mi novia al
instituto y acompañarla a su portal; era el mejor trabajo del mundo, no
le pedía nada más a la vida, y prueba de ello es que fui en varias
ocasiones empleado del mes.
Escena de la película 'Martín (Hache)'.
Un amigo que estaba como yo, sin ganas de nada y asomándose al mismo abismo, el de perder todos los trenes, me invitó a ver Martín (Hache); en casa nunca tuvimos vídeo: para mí ver una película que no estaba en
la Teleindiscreta era algo tan delictivo que bajaba un poco las
persianas. Así fue cómo los dos nos quedamos absortos en la pantalla.
¿Cómo no íbamos a identificarnos con aquel desgraciado? Esa semana
quedamos para verla otra vez. La vimos varias veces más a lo largo del
año hasta acabar cantándonos los diálogos en las fiestas de La Madrila
del sábado tarde; cuando no había internet se hacían estas cosas: las
mismas gilipolleces, pero sin wifi. Hache tenía nuestra edad, y tampoco estudiaba y trabajaba. No le interesan muchas cosas salvo su ex, tocar la guitarra eléctrica y
drogarse. La ex de Hache tiene otro novio y le dice a Hache en las
primeras escenas que le quiere pero no piensa “cagarse la vida” con él. La chica no vuelve a aparecer en la película, pero la frase cruza el
metraje dos horas y media hasta desembocar en una piscina en la que
flota Alicia (Cecilia Roth). Ella, inteligente y libre, deja de nadar
cuando comprende que cagó su vida entera por un hombre, Martín, padre de
Hache, que se comunica con frialdad, desprecio o impotencia, implacable
en el juicio porque debe pensar que la sinceridad absoluta es un valor
en sí misma. Uno de esos hombres cultos tan comunes en la intelligentsia
que creen que su integridad moral es un salvoconducto para comportarse
de cualquier forma con quien sea. En 1997 me despertaba curiosidad ese
tipo de gente; en 2017 ya sé que nadie va a cambiar el mundo aplastando
su jardín. Con una filosofía particularmente obscena: la del que intenta
no involucrarse en el amor para no sufrir después. También con su hijo:
“Si se muere, te morís con él”, se lamenta. Pues claro, chico, qué
quieres hacer, ¿un botellón? Qué podía esperar Alicia de semejante paisaje. “Tu viejo
dice que después de los 50 los amigos importan menos, las mujeres son
bienvenidas y se van pronto, y que se disfruta de la soledad más que de
cualquier otra cosa. Estuvo todo claro desde el principio. No hubo
trampas. Hubo una imbécil que bajó la guardia y se enamoró. Ahí se me
fue todo a la mierda: la libertad, la independencia, la edad, todo. La
chica perdió la cabeza por el muchacho, pero él no”. El personaje de Roth es el que mejor ha envejecido. Suyas
son las dos mejores escenas. La primera ocurre tras ser humillada en la
mesa por Martín, al que termina preguntando si la respeta. Él responde
que tiene que ir al baño y se sujeta en el pasamanos de la escalera para
no caerse; ella va hacia a él diciendo: “Ay, que se me mata”, y lo mete
dentro de casa diciéndole, para que no piense que lo está ayudando a
propósito, que tiene que ir al baño ella también.
Horas después, Alicia pasea por la playa con Hache. Antes
Dante (Eusebio Poncela) había llamado al chico para advertirle:
“Recuerda: ninguna mujer tiene dueño”. Ya ha amanecido. En la playa
Hache y la novia de su padre se besan, se tocan, se abrazan, pero ella
lo interrumpe. “No puedo hacerle esto a tu papá”, llora. “Yo no quería
esto, yo quería ser tu mamá”. Hache asiste al espectáculo de su familia entre la piedad y el delirio. Lo más digno que puede hacer es comprar heroína en unos futbolines. Probablemente sea el más maduro de todos, o al menos el que tiene las
cosas más claras: no tiene ni de puta idea de qué va la vida, y cada vez
que corre a saberlo vuelve peor de lo que fue. Su padre le da un folio
con varias razones para no matarse y echa a correr para no estar
presente mientras lo lee. Hache se despide de él con los problemas de
comunicación heredados: grabando un vídeo. Me pregunto dónde estará
ahora, qué estarán haciendo los que antes de llegar a los 20 bajaron los
brazos y sólo volvieron a levantarlos para picarse o para llamar al
mismo taxi en el que se habían subido todos con sus estudios y sus
trabajos. El suicidio de Alicia se sobrellevó sin grandes traumas
entre ese grupito impasible: al entierro de la chica joven y brillante
fueron unas diez personas. O no había dinero para extras o Martín vació
la vida de su novia como un cajón de papeles viejos. Veinte años después
el mensaje que deja la película es que quien amó hasta el final se
destruyó, y quien no lo hizo, o no supo hacerlo, se quedó como hombre de
valores por no rodar una superproducción si en ella no sale su amigo;
para uno que tiene, por otro lado. Hache se va de Madrid porque añora los horrendos tejados de
Buenos Aires. Es una manera de protegerse: que las decisiones
trascendentales se tomen por detalles incomprensibles para el resto de
mortales. Nadie tiene por qué entenderte, nadie tiene por qué saber
nada. “Tampoco me importa si me muero, mirá, me da igual estar vivo que
estar muerto. Si estoy vivo, sigo”, dice en la película. Me gusta pensar
que sigue. Vaya rollo de película, es de esas sudacas que se lian y lian a los demás, la vida es dura, ya lo sé, pero uno trata de no creerse el heroe en ella. implicarse si, matarse por un lio de ninis y padres que no parece que lo hagan mal porque nadie nos enseña a serlos tampoco, digamos que es de una Suficiencia imposible de volver a verla ni ninis ni nones.
Qué podía esperar Alicia de semejante paisaje. “Tu viejo
dice que después de los 50 los amigos importan menos, las mujeres son
bienvenidas y se van pronto, y que se disfruta de la soledad más que de
cualquier otra cosa. Estuvo todo claro desde el principio. No hubo
trampas. Hubo una imbécil que bajó la guardia y se enamoró. Ahí se me
fue todo a la mierda: la libertad, la independencia, la edad, todo. La
chica perdió la cabeza por el muchacho, pero él no”.
El personaje de Roth es el que mejor ha envejecido. Suyas
son las dos mejores escenas. La primera ocurre tras ser humillada en la
mesa por Martín, al que termina preguntando si la respeta. Él responde
que tiene que ir al baño y se sujeta en el pasamanos de la escalera para
no caerse; ella va hacia a él diciendo: “Ay, que se me mata”, y lo mete
dentro de casa diciéndole, para que no piense que lo está ayudando a
propósito, que tiene que ir al baño ella también.
Horas después, Alicia pasea por la playa con Hache. Antes
Dante (Eusebio Poncela) había llamado al chico para advertirle:
“Recuerda: ninguna mujer tiene dueño”. Ya ha amanecido. En la playa
Hache y la novia de su padre se besan, se tocan, se abrazan, pero ella
lo interrumpe. “No puedo hacerle esto a tu papá”, llora. “Yo no quería
esto, yo quería ser tu mamá”.
Hache asiste al espectáculo de su familia entre la piedad y
el delirio. Lo más digno que puede hacer es comprar heroína en unos
futbolines. Probablemente sea el más maduro de todos, o al menos el que
tiene las cosas más claras: no tiene ni de puta idea de qué va la vida, y
cada vez que corre a saberlo vuelve peor de lo que fue. Su padre le da
un folio con varias razones para no matarse y echa a correr para no
estar presente mientras lo lee. Hache se despide de él con los problemas
de comunicación heredados: grabando un vídeo. Me pregunto dónde estará
ahora, qué estarán haciendo los que antes de llegar a los 20 bajaron los
brazos y sólo volvieron a levantarlos para picarse o para llamar al
mismo taxi en el que se habían subido todos con sus estudios y sus
trabajos.
El suicidio de Alicia se sobrellevó sin grandes traumas
entre ese grupito impasible: al entierro de la chica joven y brillante
fueron unas diez personas. O no había dinero para extras o Martín vació
la vida de su novia como un cajón de papeles viejos. Veinte años después
el mensaje que deja la película es que quien amó hasta el final se
destruyó, y quien no lo hizo, o no supo hacerlo, se quedó como hombre de
valores por no rodar una superproducción si en ella no sale su amigo;
para uno que tiene, por otro lado.
Hache se va de Madrid porque añora los horrendos tejados de
Buenos Aires. Es una manera de protegerse: que las decisiones
trascendentales se tomen por detalles incomprensibles para el resto de
mortales. Nadie tiene por qué entenderte, nadie tiene por qué saber
nada. “Tampoco me importa si me muero, mirá, me da igual estar vivo que
estar muerto. Si estoy vivo, sigo”, dice en la película. Me gusta pensar
que sigue.
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