Encuentros en la tercera fase con el cefalopodo.
La combinación de la máscara de buceo Easybreath y la lectura del
libro definitivo sobre los pulpos me está llevando a pasar más tiempo en
Formentera en el agua que en tierra firme.
Así que he podido ver cuatro de esos animales pero ninguna celebrity de las que está llena la isla.
Por tanto, pulpos 4, celebrities 0.
Yo los pulpos, la verdad, antes de este libro, ni para comerlos.
Me parecían unas criaturas poco atractivas, y mira que ves cada cosa aquí en la playa…
En realidad, pasé un verano hace muchos años en Formentera con un cazador de pulpos, Joan Albanell, un hacha el tío pillándolos, y acabé saturado porque era un ir y venir de octópodos todo el día y me los colgaba, después de golpearlos con saña, en el tendedero de las toallas.
Pero decía que ha sido leer esa maravilla que es The soul of an octopus, de Sy Montgomery (2015), y caer rendido ante el hechizo del pulpo.
Montgomery narra su amistad con una serie de pulpos a los que conoce en el acuario de Boston y a través de esos personajes (ya no les llamaremos especímenes, ni aunque los sirvan a la gallega) vamos familiarizándonos con la especie.
A ver, ya sabíamos que son capaces de abrir incluso envases de productos de la limpieza con los que no nos apañamos ni usted ni yo.
Pero es que los bichos juegan, nos reconocen como individuos, miran cuando les señalas algo y hasta les gusta que les rasquen la cabeza.
Ven la tele (al parecer les interesan sobre todo los deportes). Son unos artistas de la fuga y una vez encontraron uno en un acuario de Monterrey cuando ya se marchaba a la calle acompañado de una anémona.
Para qué necesitan ser inteligentes los pulpos que viven apenas cuatro años y solos es un misterio.
Probablemente para evitar que se los coman, que desde luego es un motivo.
El sexo en los pulpos es extraño (para unos estándares conservadores) pero es que con ocho brazos, tres corazones y la lígula (eso) en la punta de un tentáculo pareces destinado al Kamasutra y a Sálvame.
En el acuario de Boston se aparean oyendo a Barry White: lo juro.
Ayer mismo, buceando, interactué con un pulpo, lo que Montgomery considera un verdadero encuentro con una inteligencia alien.
Empezamos bien pero luego él se hartó (debía tener partida de bridge) y se metió bajo una roca y cuando traté de sacarlo con el palo de la sombrilla lo sujetó con los tentáculos y casi me ahogo por no soltarlo.
Me miró con sus ojos dorados y pareció desternillarse. ¡Jodido cefalópodo!
Así que he podido ver cuatro de esos animales pero ninguna celebrity de las que está llena la isla.
Por tanto, pulpos 4, celebrities 0.
Yo los pulpos, la verdad, antes de este libro, ni para comerlos.
Me parecían unas criaturas poco atractivas, y mira que ves cada cosa aquí en la playa…
En realidad, pasé un verano hace muchos años en Formentera con un cazador de pulpos, Joan Albanell, un hacha el tío pillándolos, y acabé saturado porque era un ir y venir de octópodos todo el día y me los colgaba, después de golpearlos con saña, en el tendedero de las toallas.
Pero decía que ha sido leer esa maravilla que es The soul of an octopus, de Sy Montgomery (2015), y caer rendido ante el hechizo del pulpo.
Montgomery narra su amistad con una serie de pulpos a los que conoce en el acuario de Boston y a través de esos personajes (ya no les llamaremos especímenes, ni aunque los sirvan a la gallega) vamos familiarizándonos con la especie.
A ver, ya sabíamos que son capaces de abrir incluso envases de productos de la limpieza con los que no nos apañamos ni usted ni yo.
Pero es que los bichos juegan, nos reconocen como individuos, miran cuando les señalas algo y hasta les gusta que les rasquen la cabeza.
Ven la tele (al parecer les interesan sobre todo los deportes). Son unos artistas de la fuga y una vez encontraron uno en un acuario de Monterrey cuando ya se marchaba a la calle acompañado de una anémona.
Para qué necesitan ser inteligentes los pulpos que viven apenas cuatro años y solos es un misterio.
Probablemente para evitar que se los coman, que desde luego es un motivo.
El sexo en los pulpos es extraño (para unos estándares conservadores) pero es que con ocho brazos, tres corazones y la lígula (eso) en la punta de un tentáculo pareces destinado al Kamasutra y a Sálvame.
En el acuario de Boston se aparean oyendo a Barry White: lo juro.
Ayer mismo, buceando, interactué con un pulpo, lo que Montgomery considera un verdadero encuentro con una inteligencia alien.
Empezamos bien pero luego él se hartó (debía tener partida de bridge) y se metió bajo una roca y cuando traté de sacarlo con el palo de la sombrilla lo sujetó con los tentáculos y casi me ahogo por no soltarlo.
Me miró con sus ojos dorados y pareció desternillarse. ¡Jodido cefalópodo!
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