Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

9 ago 2017

Crimen en la Guardia Urbana. Los ‘mossos’ también llaman dos veces

Rebeca Carranco




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Rosa Peral abandona su domicilio tras la reconstrucción del crimen de su compañero, el también agente de la Guardia Urbana Pedro Rodríguez. / Llibert Teixidó
 
Fueron un triángulo amoroso hasta que el cadáver de Pedro Rodríguez fue hallado calcinado en su coche. 
Su pareja, Rosa Peral, y Albert López, examante de la joven, están en prisión acusados de matarlo. El trío pertenecía a la Guardia Urbana de Barcelona.El País

ALBERT SALTÓ del coche patrulla y lanzó la caja encima de la mesa. 
 “Por si te lo piensas”, le dijo a Rosa, que estaba sentada en una terraza del centro de Barcelona tomando algo con unas amigas.
 La mujer abrió la cajita granate y extrajo una sortija de oro blanco con un diamante solitario, ngarzado, que encajó en su dedo anular. Al poco, regresó el coche patrulla.
 Albert necesitaba una respuesta rápida: “Es para ir a la joyería a grabarlo”.
La inusual propuesta de matrimonio sorprendió a sus amigas. 
“En aquella época salía con Pedro”. Convivían, planeaban tener hijos y casarse, declararía una de las testigos.
 Un mes después de la romántica petición, el cadáver de Pedro Rodríguez, de 38 años, fue hallado calcinado en el maletero de su Golf en una pista forestal muy cerca del pantano de Foix, a unos 60 kilómetros de la capital catalana.
 Rosa Peral, de 33 años, y Albert López, de 37, están en prisión, acusados de matarlo.
 El trío pertenecía a la Guardia Urbana de Barcelona.

Las explicaciones de Rosa
La medianoche del jueves 4 de mayo, dos agentes rompieron el silencio de la calle de Llorers, en una tranquila urbanización de Vilanova i la Geltrú (Barcelona), cuando tocaron el timbre del chalet de Rosa.

 Traían malas noticias: a las seis de la tarde, en el conocido como Camino de la Casa Alta, un hombre había descubierto entre los matorrales un coche quemado que todavía humeaba.
 En el maletero se intuían los restos carbonizados de un cadáver. El número de bastidor y una matrícula casi ilegible les habían permitido averiguar que el propietario era Pedro Rodríguez, que constaba empadronado en esa dirección.
 Querían saber si estaba en casa. “Hace dos días que no sé nada de él”, les contestó, sin dejarles cruzar el umbral de la puerta.
 Pidió a los agentes hablarlo al día siguiente con calma. Era tarde, estaba cansada y tenía a sus dos hijas pequeñas durmiendo en el piso de arriba.
Al día siguiente les contó que hacía ocho meses que salía con Pedro, al que definió como un “hombre muy impulsivo”, de “reacciones radicales”, “muy celoso”, que pasaba de “estados de euforia y de alegría a otros de enfado y de tristeza”.
 Ambos aguantaban mucha presión, estaban separados con hijos, y él tenía procesos judiciales abiertos y problemas laborales. 
Por eso, a veces se peleaban.
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Detenidos por el tema de la guardia urbana. Rosa Peral y Albert López
Retratos de los acusados.

Luego visitaron a Rosa, que vivía muy cerca. 
La exesposa de Pedro nunca había cruzado palabra antes con ella, convencida de que era la responsable de que Pedro la abandonara. Le había costado pasar página. 
 Pero ahora, explicó a los Mossos, se sentía identificada. En la cadena de mensajes que intercambiaron, Rosa decía también verse “reflejada” en la ex de Pedro. 
Le explicaba que se sentía inútil: “Intento buscar culpables y no encuentro nada”; lanzaba teorías: 
“Yo creo que no ha sido un solo tío, han tenido que ser dos como mínimo porque para poder con Pedro…”; y amenazaba: “Solo pienso en adelantarme a los Mossos y pegarle dos tiros al hijo de puta que haya hecho esto”.
 La ex de Pedro entregó los mensajes a la policía.
La detención
En el sumario se recogen también otras declaraciones: “Dios, si hay algo en lo que pueda ayudar, llámame, sea la hora que sea”, le escribió a Rosa, un día después de la aparición del cadáver, un compañero de la Guardia Urbana. 

Al instante tenía respuesta: “Gracias, niño. Llevo una racha… que no sé cómo me voy a levantar”.
 A los dos días le invitó a cenar en su casa (“así no estoy sola dándole vueltas a la cabeza”). En las sucesivas conversaciones que mantuvieron, Rosa le fue desvelando sus dudas, y él la convenció de que volviese a hablar con los Mossos para, esta vez sí, “soltarlo todo”.
Las señales de los móviles ubican a Rosa, Albert y Pedro en el chalet de Vilanova i la Geltrú la madrugada del asesinato
Y así, a las 13.30 del sábado 13 de mayo, 12 días después de la desaparición de Pedro, empezó su declaración.
“Que en los últimos días y después de darle vueltas tengo sospechas de que Albert puede ser el presunto autor de los hechos”, les dijo

. Su exnovio, al que había dejado por Pedro, estaba obsesionado con ella. 
El lunes se había presentado de madrugada en su casa, muy insistente, pero había logrado que se marchara.
 Al día siguiente, volvió.
 Y al otro estuvieron juntos en una comida de trabajo.
 La medianoche del jueves, cuando los Mossos le dieron la terrible noticia, le pareció ver su coche en la parte de atrás de su casa.
Albert, añadió, nunca aceptó que lo hubiese dejado y les enseñó unos correos electrónicos de enero.
 “No lo he matado porque creo que no lo vales después de esto”, le escribió, en un mensaje plagado de insultos después de ver la moto de Pedro aparcada en la puerta de su domicilio. 
“Me dais asco y gracias por joderme la vida”. Tras unos meses sin saber de él, en abril volvió a la carga a través de Facebook: “¡Desbloquéame, anda! Si es por que no vea tu foto, con que me borres de tu agenda no la veré, no seas mala, anda.
 Tontalbote, que sabes que soy un trozo de pan que no te buscaré más problemas. 
Confía, anda, un poco en mí, que nunca te engañé”.
Al acabar su declaración, Rosa fue detenida acusada de homicidio por las “incongruencias” en su relato.
 Dos horas antes, los Mossos habían detenido a Albert por el mismo motivo.
Las mentiras
Las señales de los teléfonos móviles ubican a Rosa, Albert y Pedro en el chalet de Vilanova en la noche del lunes al martes. Cuando, sospechan, Pedro fue asesinado. 

Según la policía, todos los mensajes posteriores de Pedro fueron enviados en realidad por la propia Rosa, suplantándole.
 A los agentes no les pasó por alto que la mujer no había llamado a nadie ni había intentado localizar a Pedro después de que se presentasen en su casa para decirle que habían encontrado su coche calcinado con un cadáver dentro.
Pero a los Mossos les desorientaba que el padre de Rosa había asegurado que el martes, a la hora de comer, había visto a Pedro. Después de la detención de su hija, el hombre no aguantó la tensión y rompió a llorar ante dos policías: “Quiero deciros toda la verdad”. No había visto a Pedro el martes, y además esa noche se había quedado al cuidado de sus nietas, algo que hasta el momento había negado.
Los Mossos creen que Rosa y Albert quemaron el automóvil la noche del martes al miércoles.
 Antes, condujeron hasta la casa del exmarido de ella, en La Bisbal del Penedès (Tarragona), con el teléfono de Pedro, para incriminarle cuando rastreasen la ubicación del aparato.
ESPAÑA HOMICIDIO URBANO
Imagen de la vivienda en la localidad de Vilanova i la Geltrú, donde vivían la acusada y víctima. Jaume Sellart (Efe)

La confesión
Tercera declaración, nuevo cambio de versión.

 El 16 de mayo, cuando pasó a disposición judicial, medio mes después de la muerte de Pedro, Rosa le dijo a la juez que a ella sí le iba a contar “toda la verdad”. 
Si no lo había hecho antes era porque estaba aterrorizada por lo que Albert pudiese hacerle a ella y a sus hijas.
Con el pelo negro recogido en una coleta, las piernas muy juntas y las manos en las pantorrillas, contó casi a media voz que, la madrugada del martes 2 de mayo, Albert la llamó insistentemente para hablar con ella.
 Acababa de regresar de un fin de semana en una residencia de las afueras con Pedro y su familia y se encontraban en el garaje cuando vio a Albert saltando la valla con una mochila y un palo al hombro. Amenazándola con el arma reglamentaria, le ordenó que le diese el móvil y que se fuese al piso de arriba con sus hijas. 
Rosa obedeció, sin tiempo de avisar a su compañero.
Durante horas oyó una sucesión de golpes, hasta que Albert salió al jardín delantero y gritó su nombre. “Tenía manchas de sangre por toda la cara y un hacha de color amarillo, también manchada”. 
Le ordenó que bajase y le ayudase a limpiar la sangre del garaje, donde estaba aparcado el coche de Pedro. 
Si se negaba, mataría a las niñas. Lo ayudó, pero no tuvo valor de mirar dentro del vehículo.
 La noche siguiente, del martes al miércoles, tras ir a casa de su ex con los móviles para incriminarlo, lo quemaron.
 Cuando el jueves dos mossos fueron a comunicarle que habían encontrado el coche, Albert estaba en su domicilio, observándola, por eso no se atrevió a decir más.
Rosa aseguró que Albert llegó a su casa y mató a Pedro. 
Y negó que aquella noche hubiese discutido con su pareja, aunque una de sus hijas contó a su padre que había visto a Pedro pegar a su madre y tirarla al suelo.
 Las cosas entre ellos iban muy bien, repitió Rosa a la juez, pero una amiga entregó una conversación que había mantenido con ella un mes antes que indicaba lo contrario:
 “Con ese chico, fatal. Antes estaba muy contenta porque me daba todo lo que quería (…), pero ahora todos los días son peleas. Está celoso de mis hijas.
 Se enfada por cualquier cosa (…). Echo de menos a Albert”.
 Parco en palabras, Albert contó lo mismo que Rosa, pero al revés. “Me llamó ella el lunes muy nerviosa, que a Pedro se le había ido un poco la mano”. 
La acompañó un rato en su chalet de Vilanova, pensando que él dormía, y regresó al día siguiente, a la hora de comer, para preparar una barbacoa.
 Mientras él cortaba leña, ella cambió de opinión y le cocinó pollo con patatas.
 Luego lo llevó hasta el garaje, donde vio el coche con un reguero de sangre que surcaba del guardabarros y con el cadáver en el maletero. “Me dio mucho asco, no fui capaz de mirar”, le dijo a la juez. 
“Casi vomito el pollo con patatas”, añadió. Por toda explicación, ella le dijo que Pedro la había vuelto a coger del cuello, y que había decidido que no volvería a pasar.
 Al “verla tan mal”, Albert le ofreció su ayuda para quemar el coche: “Sé que hice mal”.

El secreto de la montaña de Montjuïc
La montaña de Montjuïc se encuentra a las afueras de Barcelona. Tiene jardines, un castillo y un hotel de cinco estrellas.

 El mediodía del 9 de agosto de 2014 un hombre murió al caer por un terraplén cuando huía de Rosa y Albert, en los días en que formaban pareja policial y sentimental, en una actuación contra la venta ambulante.
Rosa sacó a relucir el episodio ante la juez: “A mí me hizo desconfiar de él… Un hombre me vino con una navaja y me dio en la pierna y Albert salió corriendo detrás.
 Luego, cuando yo llegué donde estaban, el hombre estaba muerto. Pregunté qué había pasado y me dijo que lo había matado, que no quería que nadie me tocara ni que se acercaran a mí”. 
Albert lo negó todo. Oficialmente, el hombre, un supuesto ladrón, saltó de espaldas por voluntad propia por un terraplén de más de 20 metros. 
El caso se archivó.
Rosa incriminó también a Albert en una tercera muerte.
 “Tiempo atrás me explicó que hace años cogió a un vagabundo, lo metió dentro de una fábrica y lo quemó junto con los perros porque le ladraban cuando pasaba.
 Y me dijo que salió en las noticias y todo, como riéndose del hecho, como si fuese normal”.
Los tres protagonistas habían participado en oscuras operaciones policiales. En una de ellas, murió una persona
Parco en palabras, Albert contó lo mismo que Rosa, pero al revés. “Me llamó ella el lunes muy nerviosa, que a Pedro se le había ido un poco la mano”. La acompañó un rato en su chalet de Vilanova, pensando que él dormía, y regresó al día siguiente, a la hora de comer, para preparar una barbacoa.


  • Viejos conocidos de la prensa
    Rosa y Albert están en prisión desde el 16 de mayo.

     En la reconstrucción del crimen, días después de su declaración ante la juez, ella acudió vestida con sobriedad, en blanco y negro, con la melena negra perfecta y la manicura hecha. 
    No dudó en mirar desafiante a las cámaras. Albert se cubrió la cabeza con una gorra. 
    Los Mossos siguen investigando qué pasó la noche del 1 al 2 de mayo en el chalet de Vilanova.
    Cuando esta truculenta historia, reconstruida ahora con el sumario de la causa, saltó a los medios, sus tres protagonistas eran ya viejos conocidos.
     En 2008, Rosa había denunciado en La Vanguardia una pornovenganza a manos de un examante, un subinspector de la Guardia Urbana que, según ella, había distribuido una foto suya haciéndole una felación. Ese juicio, que debería haberse celebrado el pasado 28 de abril, llevó a Albert a acercarse de nuevo a Rosa, para darle apoyo.
     La vista se suspendió hasta el 11 de mayo, pero el asesinato de Pedro provocó su aplazamiento hasta octubre. 
    Albert había sido condenado años antes por golpear a un vendedor ambulante que se había quejado de él varias veces.
    En el momento de su muerte, Pedro, por su parte, llevaba un año suspendido de empleo y sueldo por golpear a un motociclista de 18 años que se había saltado un control.
     Las imágenes, grabadas por las cámaras de seguridad de una perrera municipal, jamás salieron a la luz.
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