Qué atrevido Javier Marías, arañar nombres de los recientes santorales.
Gloria Fuertes, en una imagen de archivo.
Es saludable que se atreva uno a decir “no me gusta”, en el
tiempo del “me gusta”, porque de ese modo se rompe el árbol de la
complacencia.
Javier Marías suele cumplir esa función, entre nosotros.
Entre los ingleses tenían a Christopher Hitchens: se establecía una corriente, él iba por el otro lado.
Aquí ha habido otros contradictorios, pero en este momento Marías, a juzgar por lo que es atacado, debe ser el adalid de los que se atreven a llevar la contraria.
En un libro de Guillermo Cabrera Infante, que fue amigo de Marías, por cierto, se habla de una tribu, probablemente norteamericana, que se llama Los Contradictorios, que hasta se sientan al revés, para darle la razón a su denominación y a su origen.
Pero
antes de hablar de lo que trae aquí a Javier Marías y a los
contradictorios, déjenme que vaya al Parlamento y a la ya extinta Moción
de Censura.
Recuerden ustedes que en ella hubo un rifirrafe, que ahora se llama así el debate, entre el líder de Podemos, Pablo Iglesias, y la diputada de Coalición Canaria Ana Oramas.
Aquel la señaló a ésta con el dedo (acusador, por supuesto) y terminó llamándola tránsfuga.
Y Ana Oramas lo llamó a él machista.
Se pegaron, pues, lo normal.
A pesar de que ella había introducido versos, sarcásticos, en su respuesta, así como cierta retranca canaria, la diputada Irene Montero optó por deducir que la oponente de su compañero estaba irritada y buscó en seguida, en el baúl de los recuerdos de uno de los suyos, una razón para explicar la irritación supuesta de Ana Oramas.
Javier Marías suele cumplir esa función, entre nosotros.
Entre los ingleses tenían a Christopher Hitchens: se establecía una corriente, él iba por el otro lado.
Aquí ha habido otros contradictorios, pero en este momento Marías, a juzgar por lo que es atacado, debe ser el adalid de los que se atreven a llevar la contraria.
En un libro de Guillermo Cabrera Infante, que fue amigo de Marías, por cierto, se habla de una tribu, probablemente norteamericana, que se llama Los Contradictorios, que hasta se sientan al revés, para darle la razón a su denominación y a su origen.
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Recuerden ustedes que en ella hubo un rifirrafe, que ahora se llama así el debate, entre el líder de Podemos, Pablo Iglesias, y la diputada de Coalición Canaria Ana Oramas.
Aquel la señaló a ésta con el dedo (acusador, por supuesto) y terminó llamándola tránsfuga.
Y Ana Oramas lo llamó a él machista.
Se pegaron, pues, lo normal.
A pesar de que ella había introducido versos, sarcásticos, en su respuesta, así como cierta retranca canaria, la diputada Irene Montero optó por deducir que la oponente de su compañero estaba irritada y buscó en seguida, en el baúl de los recuerdos de uno de los suyos, una razón para explicar la irritación supuesta de Ana Oramas.
Llevada por ese ánimo justiciero, Montero reprodujo en Twitter la razón por la que, según ella, Ana Oramas estaba irritada.
Era porque in illo tempore (in illo tempore ahora puede ser anteayer, o la semana pasada, o la última contienda electoral) el diputado podemita tinerfeño Alberto Rodríguez había contado en una reunión ante los suyos que la abuela de Ana Oramas, rica de La Laguna, había tenido a su propia abuela, la de Alberto Rodríguez, cosiendo y martirizada, mal pagada y humillada.
Y exhibía Irene Montero, tan segura de sí misma como en el debate, esa pieza de documentación en la que se ve a su compañero narrando, con su correspondiente suspense, episodio tan ilustrativo.
No hubo reproches a Irene Montero por sacar tal documento para desmejorar, con una historia de antepasados, a la diputada presente, sólo con el deseo de dañar su reputación en función de la supuesta reputación de su abuela; no hubo compasión (por decir esta horrible palabra) con Ana Oramas.Las alusiones, machistas, sin duda, de Rafael Hernando, a la propia Montero en ese mismo debate, tuvieron un recorrido inmenso por las redes, pero a la diputada canaria nadie la salvó de la agresión, primero en el Parlamento y después en las dichosas redes sociales. Por otra parte, cualquier referencia a la identidad de las amistades propias de la diputada de Podemos alcanzan niveles de enorme agitación tuitera, pues el machismo irrita, y con razón, pero cuando la agitada es una persona que no tiene el aval de la ideología más dominante en Twitter, por ejemplo, el decibelio se queda a cero. Y eso tampoco es justo.
Pues, a lo que iba.
Ahora se ha atrevido Javier Marías a tocar el árbol del me gusta y no me gusta y ha dicho algo que resulta muy normal decir, pues el gusto literario es el menos obligatorio de los gustos, y de los disgustos.
Y ha dicho que Gloria Fuertes no es para tanto.
Para que fue aquello. ¡Y además lo ha dicho en EL PAÍS! Pues leña al mono.
Te puede disgustar Hemingway, e incluso Camus, o incluso te puede disgustar, cómo no, Javier Marías.
Pero tocas las nuevas santidades y acabas chamuscado.
Y Gloria Fuertes está entre las glorias intocables de este momento histórico.
Qué atrevido Marías, arañar nombres de los recientes santorales. Ha chocado contra el renovado puritanismo, que apunta con letras de oro lo que siempre estuvo en la división de bronce de la muy vapuleada historia de la literatura menor española.
Y tendrá su merecido en las redes sociales, que ahora ya lo están tratando de quemar en las hogueras en las que se quema a aquellos que desafían la corriente.
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