Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
12 jun 2017
Ángel Garó vs. Sálvame: surrealismo vs. surrealismo......... Anxo F. Couceiro
Tras haber
sido denunciado por presuntos malos tratos, el actor pasó por el
programa de Telecinco a dar su versión de los hechos.
Quien esperara un
brote psicótico en directo se tuvo que quedar decepcionado.
Cuando hace dos semanas saltó la noticia de la detención de Ángel Garó (un feo asunto de supuestos malos tratos), las redes sociales no tardaron en recoger cataratas de anecdotario demente. Por el microcosmos de Telecinco, tan abundante como el MCU de Marvel
y tan grotesco como el de Universal, pasaron varios testimonios que
acreditaban el comportamiento errático del artista, con el
acompañamiento visual de un vídeo que lo mostraba manteniendo un
enfrentamiento dialéctico con la policía desde la altivez de su balcón
(“a mí se me paga para verme”) y en pancha desnudez. Ante el chaparrón, Garó trataba de defenderse con conexiones en directo desquiciadas y entrevistas en las que alguna de las preguntas llegó a ser un “cálmese, por favor”, con su negrita y su todo. La historia, vamos, no pintaba bien. Anoche el malagueño se sentaba por primera vez en Sábado Deluxe, esa mutación noriesca (por La Noria) que sufrió el antiguo Sálvame
de los viernes. En teoría, ahora recogen más temas sociales, lo que nos
permite ver cómo pasan del corazoneo a los atentados de Londres y, por
último, a Jimmy Giménez Arnau preguntando cosas sobre
coños. No es un baile agradable porque la frivolidad rima mejor con la
frivolidad, siendo el gran mérito del formato su entrega desacomplejada
al esperpento kitch, pero bueno, qué se le va a hacer. Tras el anuncio de Ángel Garó, las redes sociales esperaban un remake de aquella aparición mítica de Pajares en ¿Dónde estás corazón?, cuando acuñó la expresión “yo vivo en hotel”,
magistralmente desprovista de artículo, como preámbulo de una fantasía
paranoica de poltergeists y médicos perversos. El recital dadá del
protagonista de Ay, Carmela era como la season finale
de su propia saga de enredos familiares. Ya en plató había dado
muestras de estar un poco cucú, pero es que poco después sorprendió al
mundo atracando un bufete de abogados con pistola de juguete (y un
bigote falso, no se nos olvide esto porque es muy importante:
un-bigote-falso). La tragedia babyjanesca de Ángel Garó
tenía todos los ingredientes para hacer algo parecido: cómico
prestigioso venido a menos, acusaciones de maltrato y abuso de
sustancias, delirios de grandeza… Sin embargo, Garó
toreó todas esas expectativas y nos confrontó con un reflejo poco amable
de nosotros mismos, espectadores supuestamente irónicos que queríamos
un loco a la parrilla.
El actor dio una entrevista educada, serena. También rara, mucho.
Pero no se puso a desvariar con frenesí, presa de la misma fiebre
folclórica que le había llevado a cebar su intervención con una llamada
al programa de tarde, el día anterior, exigiendo dinero. Fue una charla
suave, con un Garó de blanco azahar, fingiendo buena disposición con una
sobredosis de “cariños” y “cielos” y “amormíos” ante cada pregunta
incómoda, como si estuviera en todo momento contenido, la piel tersa,
ultramaquillada hasta límites imprudentes, y el arma secreta de una
sonrisa jokeresca asomando, trémula, en los momentos más tensos
de la conversación. Quien esperara poco menos que un brote psicótico en
directo se quedó decepcionado, seguro. Hombre, hubo sus cosas. El narcisismo de Ángel Garó es,
por ejemplo, un animal incontrolable y muy simpático de ver,
televisivamente. No se arrugó, por ejemplo, al confesar que reaccionó a
su detención diciéndoles a los policías: “si me muero salgo en los
telediarios”. Una de sus ex parejas dijo la semana pasada que cuando
estaban juntos él le ponía El crepúsculo de los dioses y se identificaba con Gloria Swanson. Algo parecido le pasa con Ciudadano Kane,
cuya moraleja parece haber entendido muy libremente, según se infiere
de una entrevista reciente con El Mundo: “No me merezco que se hagan
acopio de ciertas cosas y no de las otras. Mira la película Ciudano Kane, de Orson Welles, y te lo explicará todo. ¿Ángel Garó, un maltratador? ¡Después de todo lo que he hecho por Málaga! ¡Qué poco respeto!” Eso fue lo más tétrico que pudimos ver de él. El resto del tiempo,
regateó con talento y gracia su propia imagen de histérico
incontrolable. El Deluxe sentó en su silla a un tipo
brillante, que probablemente esté un poco regular de lo suyo, no digo
que no, pero que ofreció un espectáculo soberbio de contención actoral. Cuando uno de los colaboradores se atrevió a poner en duda el cariño que
por él sentía Málaga (Málaga así como ciudad, que en esos términos
absolutos se hablaba anoche), Garó le dedicó una mirada
petrificada, con esos aires de diva gótica enrocada en el victimismo;
fue ahí cuando, por unos segundos, salió de su personaje moderado
llamándole “tonto”. Sólo eso: tonto. Se notó, además, que el programa lo
buscaba, probablemente harto de la calma tensa. Alguien dijo: “Ángel,
no te quedes así, seguro que le quieres contestar algo”, lo que no deja
de ser un poco disimulado “uy lo que te ha dicho”. Y ahí llegó el
“tonto”, que Garó pronunció invirtiendo una delectación
igualmente enérgica en todos y cada uno de sus cinco fonemas, como si
le saliera de dentro, visceral, pero también como si gozara el
paréntesis de liberación. “¡Tonto!” Sentías vibrar fuego escénico en ese
“tonto”, había cierta belleza en él, igual que cuando saca a relucir,
folclórico, su imaginativo aspersor verbal, y dice cosas como “mi madre
estará enferma de la pierna, pero es mucho más guapa que la tuya, que
tiene ojos de besugo”. Nunca supe si Ángel Garó me hacía gracia o no. Su estilo en el 1,2,3 y Noche de Fiesta era una marcianada difícil de calificar, una especie de negación del chiste casi posthumorística. Nunca supe si Ángel Garó
me hacía gracia o no, y supongo que por eso mismo me la hace. Su
actuación de ayer en el templo de la telebasura fue colosal. Entró como
un loco y salió como un torero que acababa de cortarle las dos orejas al
formato inventor del polideluxe, la Esteban picassiana o la Karmele de Eurovisión. Sálvame
es una fábrica de surrealismo costumbrista que fue incapaz de meter a
Garó, más raro y probablemente más inteligente que todos los que estaban
allí afilando los cuchillos, en su picadora de carne. Y a mí, no sé por
qué, me pareció bien.
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