La principal institución que custodia los registros de la Iglesia en Galicia recibe más de 4.000 cartas anuales de descendientes de emigrantes.
"Llevamos tanto tiempo haciendo esto, que por el tipo de sobre y por
la caligrafía ya sabemos, sin leer nada, de qué país nos llega la carta.
Aunque parezca extraño, la letra de los argentinos tiene algo que la diferencia de la de los uruguayos. O de la de los cubanos.
O de la de los españoles. Un rabito, un detalle...". Salvador Domato, canónigo de la catedral, dirige un equipo de siete profesionales en el Archivo Histórico Diocesano de Santiago, el mayor guardián de libros parroquiales en Galicia y uno de los mayores de España, con más de ocho millones de documentos y casi 4,6 kilómetros de estanterías dispuestas en módulos compactos que se mueven sobre raíles.
Cuando en 1975 el entonces arzobispo compostelano Ángel Suquía fundó la institución, no podía aventurarse cuál iba a ser uno de sus principales cometidos: el de escarbar en las raíces emigrantes de infinidad de extranjeros que buscan certificar ante algún consulado su origen gallego para obtener la nacionalidad española.
Además de las continuas visitas de genealogistas y particulares que llenan la sala de consultas, el gran archivo recibe al año unas 12.000 solicitudes de datos por medio de cartas o de correos electrónicos.
Muchas son de personas que buscan el rastro de antepasados con la única intención de armar el ramaje de su árbol familiar, o incluso de alguien que persigue reclamar una propiedad perdida en el laberinto del tiempo.
Pero más de 4.000 proceden del extranjero, y son de descendientes de algún difunto nacido en Galicia que quieren demostrar que por sus venas corre la misma sangre.
"A lo largo del tiempo, y coincidiendo casi siempre con leyes que se van aprobando" aquí y allá, "en el archivo notamos repuntes en las peticiones", asegura Domato.
Verdaderas "oleadas" de cartas como "la última, procedente de Cuba", o la anterior, "en tiempos de Zapatero y con la ley de la memoria histórica".
Siguiendo un poco las noticias internacionales es fácil adivinar lo que llegará en breve.
"Por ejemplo, en los últimos días del mandato de Obama", cuando se puso fin a la política de pies secos, pies mojados que concedía automáticamente la nacionalidad a los cubanos que pisaban suelo firme estadounidense.
A partir de ahí, con Raúl Castro y el predecesor de Trump escenificando su acercamiento, los cubanos iban a ser tratados en EE UU como cualquier extranjero.
Y la carambola que nada parecía tener que ver con Galicia acabaría chocando con la robusta puerta de madera de este archivo que la Iglesia custodia en el monasterio de San Martiño Pinario, en Santiago.
Se desencadenó una "avalancha de peticiones de cubanos" en busca de sus raíces a este lado del Atlántico.
Durante unos meses, llegaron hasta una docena de cartas al día. Ahora, el ritmo ha bajado, pero siguen arribando "tres o cuatro diarias" sin falta.
Además de por la letra, las misivas del país caribeño se distinguen "porque vienen en sobres alargados y los remitentes se preocupan por cerrarlas a conciencia", con mucho pegamento.
De los siete empleados del Archivo Histórico Diocesano, tres se dedican a atender estas solicitudes.
Además de la documentación acumulada desde el año 829 por arzobispos, conventos, entidades y hospitales de la Iglesia, entre estas paredes se protegen ya los registros de 960 de las 1.071 parroquias de la archidiócesis y el volumen "crece cada día".
El proceso de digitalización, constante desde hace seis meses, durará al ritmo actual muchas décadas; "tres mil años", bromea el director.
Nada más llegar, el material debe someterse a un tratamiento antiplagas en habitaciones que luego permanecen cerradas a cal y canto varios meses.
Después, el restaurador trabaja con los pergaminos y libros que llegan destrozados tras sobrevivir, húmedos y olvidados, algunos durante siglos, a la sombra de las sacristías.
Muchas veces, las pistas que aportan los descendientes son tan etéreas que la búsqueda se eterniza y fracasa.
"Mi abuelo nació en A Coruña, nos dicen sin más detalles", lamenta el director, "pero ellos no saben que A Coruña es una ciudad con cinco parroquias y al mismo tiempo es una provincia con 800" según la tradicional administración eclesial.
Otras veces "aportan un arco de 60 o 100 años para la fecha de nacimiento".
Y otras nada más que se basan en una foto en sepia donde se puede ver a la bisabuela posando ante una casa, un paisaje.
Con suerte, aparece la vista de un pueblo todavía reconocible, que ayuda a encauzar la investigación.
Porque salvo durante los éxodos masivos a América de las dos primeras décadas del siglo XX, el de la postguerra y el de los años sesenta rumbo a Alemania, Suiza o Francia, la gente casi nunca viajaba y "una familia apenas se movía del ámbito de tres o cuatro aldeas vecinas".
Esto, hoy, facilita las pesquisas genealógicas en el archivo, y cuando aparece registrado un familiar, enseguida se van enhebrando todos los parientes.
Con los libros parroquiales, asientos que se convirtieron en metódicos desde el siglo XVI por mandato del Concilio de Trento (1545-1563), "se traza el hilo conductor de una familia", comenta el canónigo:
"Aquí tenemos una responsabilidad enorme, porque somos custodios de la historia del pueblo".
Aunque parezca extraño, la letra de los argentinos tiene algo que la diferencia de la de los uruguayos. O de la de los cubanos.
O de la de los españoles. Un rabito, un detalle...". Salvador Domato, canónigo de la catedral, dirige un equipo de siete profesionales en el Archivo Histórico Diocesano de Santiago, el mayor guardián de libros parroquiales en Galicia y uno de los mayores de España, con más de ocho millones de documentos y casi 4,6 kilómetros de estanterías dispuestas en módulos compactos que se mueven sobre raíles.
Cuando en 1975 el entonces arzobispo compostelano Ángel Suquía fundó la institución, no podía aventurarse cuál iba a ser uno de sus principales cometidos: el de escarbar en las raíces emigrantes de infinidad de extranjeros que buscan certificar ante algún consulado su origen gallego para obtener la nacionalidad española.
Además de las continuas visitas de genealogistas y particulares que llenan la sala de consultas, el gran archivo recibe al año unas 12.000 solicitudes de datos por medio de cartas o de correos electrónicos.
Muchas son de personas que buscan el rastro de antepasados con la única intención de armar el ramaje de su árbol familiar, o incluso de alguien que persigue reclamar una propiedad perdida en el laberinto del tiempo.
Pero más de 4.000 proceden del extranjero, y son de descendientes de algún difunto nacido en Galicia que quieren demostrar que por sus venas corre la misma sangre.
"A lo largo del tiempo, y coincidiendo casi siempre con leyes que se van aprobando" aquí y allá, "en el archivo notamos repuntes en las peticiones", asegura Domato.
Verdaderas "oleadas" de cartas como "la última, procedente de Cuba", o la anterior, "en tiempos de Zapatero y con la ley de la memoria histórica".
Siguiendo un poco las noticias internacionales es fácil adivinar lo que llegará en breve.
"Por ejemplo, en los últimos días del mandato de Obama", cuando se puso fin a la política de pies secos, pies mojados que concedía automáticamente la nacionalidad a los cubanos que pisaban suelo firme estadounidense.
A partir de ahí, con Raúl Castro y el predecesor de Trump escenificando su acercamiento, los cubanos iban a ser tratados en EE UU como cualquier extranjero.
Y la carambola que nada parecía tener que ver con Galicia acabaría chocando con la robusta puerta de madera de este archivo que la Iglesia custodia en el monasterio de San Martiño Pinario, en Santiago.
Se desencadenó una "avalancha de peticiones de cubanos" en busca de sus raíces a este lado del Atlántico.
Durante unos meses, llegaron hasta una docena de cartas al día. Ahora, el ritmo ha bajado, pero siguen arribando "tres o cuatro diarias" sin falta.
Además de por la letra, las misivas del país caribeño se distinguen "porque vienen en sobres alargados y los remitentes se preocupan por cerrarlas a conciencia", con mucho pegamento.
De los siete empleados del Archivo Histórico Diocesano, tres se dedican a atender estas solicitudes.
Además de la documentación acumulada desde el año 829 por arzobispos, conventos, entidades y hospitales de la Iglesia, entre estas paredes se protegen ya los registros de 960 de las 1.071 parroquias de la archidiócesis y el volumen "crece cada día".
El proceso de digitalización, constante desde hace seis meses, durará al ritmo actual muchas décadas; "tres mil años", bromea el director.
Nada más llegar, el material debe someterse a un tratamiento antiplagas en habitaciones que luego permanecen cerradas a cal y canto varios meses.
Después, el restaurador trabaja con los pergaminos y libros que llegan destrozados tras sobrevivir, húmedos y olvidados, algunos durante siglos, a la sombra de las sacristías.
Muchas veces, las pistas que aportan los descendientes son tan etéreas que la búsqueda se eterniza y fracasa.
"Mi abuelo nació en A Coruña, nos dicen sin más detalles", lamenta el director, "pero ellos no saben que A Coruña es una ciudad con cinco parroquias y al mismo tiempo es una provincia con 800" según la tradicional administración eclesial.
Otras veces "aportan un arco de 60 o 100 años para la fecha de nacimiento".
Y otras nada más que se basan en una foto en sepia donde se puede ver a la bisabuela posando ante una casa, un paisaje.
Con suerte, aparece la vista de un pueblo todavía reconocible, que ayuda a encauzar la investigación.
Porque salvo durante los éxodos masivos a América de las dos primeras décadas del siglo XX, el de la postguerra y el de los años sesenta rumbo a Alemania, Suiza o Francia, la gente casi nunca viajaba y "una familia apenas se movía del ámbito de tres o cuatro aldeas vecinas".
Esto, hoy, facilita las pesquisas genealógicas en el archivo, y cuando aparece registrado un familiar, enseguida se van enhebrando todos los parientes.
Con los libros parroquiales, asientos que se convirtieron en metódicos desde el siglo XVI por mandato del Concilio de Trento (1545-1563), "se traza el hilo conductor de una familia", comenta el canónigo:
"Aquí tenemos una responsabilidad enorme, porque somos custodios de la historia del pueblo".
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