Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
11 may 2017
Selkirk, la isla del fin del mundo...........................Eduardo Lago
Un grupo de visitantes recorre la costa de la remota isla de Selkirk. / martín garcía de la huerta
Remota y hermosa, la isla de Selkirk o Más Afuera, a 800 kilómetros de
las costas chilenas, atesora paisajes imborrables, leyendas, uno de los
santuarios de aves más privilegiados del planeta y el origen de
‘Robinson Crusoe’, la primera novela inglesa.
DESCUBRÍ LA EXISTENCIA de Selkirk en un ejemplar atrasado del New Yorker que incluía un artículo de Jonathan Franzen titulado ‘Farther Away’, traducción literal de Más Afuera,
nombre originario de una de las islas del archipiélago de Juan
Fernández, a unos 800 kilómetros de las costas de Chile en el Pacífico
Sur.
En 1574, buscando acortar el trayecto entre los puertos de
Valparaíso y El Callao, que podía durar seis meses, Juan Fernández,
piloto portugués al servicio de la Corona española, decidió efectuar la
travesía alejándose lo más posible de la costa.
Para gran sorpresa suya,
tras nueve días de navegación, avistó dos islas de altura vertiginosa y
enigmático perfil que no figuraban en ningún mapa y a las que, con
poética simplicidad, puso por nombre Más a Tierra y Más Afuera.
Este es el origen de la historia: en 1704, un marinero escocés llamado
Alexander Selkirk cuyo barco había fondeado en Más a Tierra se negó a
embarcar con el resto de la tripulación por diferencias con su capitán.
Tras cuatro años de soledad en condiciones extremas, Selkirk fue
rescatado por una nave pirata en la que volvió a Inglaterra, donde
publicó un reportaje sobre sus aventuras.
Cuando Daniel Defoe, de
profesión escritor, lo leyó, se apropió sin escrúpulos de la narración y
escribió Robinson Crusoe, considerada la primera novela inglesa de la
historia.
Uno de los libros más hermosos jamás escritos sobre islas recónditas
del orbe fue ocurrencia de Judith Schalansky, joven investigadora
berlinesa que sabía que jamás pondría un pie en ninguna de ellas. Cuando
hacía un alto en sus estudios, se abandonaba a la contemplación de un
globo terráqueo, reparando en las islas más inaccesibles. Un día decidió
catalogarlas en un volumen titulado Atlas de islas remotas. En el libro hay una ausencia inexplicable: en él no figura Selkirk, lo que acentúa el aura de misterio que rodea a esta isla. Llegar a Más Afuera raya en lo imposible. Hay que hacerlo desde Más a Tierra, adonde tampoco es precisamente
fácil acceder. Hay dos maneras: por barco desde Valparaíso, en una
travesía para la que no es fácil encontrar pasaje y que puede durar tres
o cuatro días, según el estado del mar, o en avioneta desde Santiago,
opción ante la que muchos se echan atrás dada la accidentada historia de
los vuelos, puntuada por una serie de episodios trágicos. El aterrizaje
en sí es muy arriesgado. Hay un solo lugar donde resulta posible
hacerlo, una pista de cemento de dimensiones comparables a la cubierta
de un portaviones situada en las inmediaciones de una pequeña bahía
donde hay un criadero de lobos marinos y el mar bate con gran fuerza. Una vez allí, es preciso ir en lancha hasta la bahía de Cumberland,
único enclave habitado del lugar, con una población de varios centenares
de personas. Comienza entonces un periodo de incertidumbre a la espera de que el
patrón de una de las tres lanchas que viajan esporádicamente a Más
Afuera pueda admitir un pasajero adicional. Para muchos, ese momento no
llega nunca. En mi caso, no lo conseguí hasta que volví un año después. Al final del primer viaje me venía a la cabeza el artículo de Franzen.
¿Quién le habló de Selkirk por primera vez? ¿Qué le había llevado a ir
allí?
Ave de la familia de las águilas que habita la isla, santuario de los ornitólogos. martín garcía de la huerta
Di con la respuesta por casualidad. Un periodista americano me
presentó a Peter Houdun, un ornitólogo amigo suyo, y en medio de una
conversación surgió el nombre de Franzen. Al parecer, fue Houdun quien,
sabedor de que Franzen es un apasionado de la observación de las aves,
le convenció de que visitara Más Afuera y escribiera un reportaje para
dar a conocer la labor de los naturalistas del archipiélago, uno de los
santuarios de aves más privilegiados del planeta. Franzen fue a Selkirk en plena resaca del éxito de su novela Libertad. En su artículo, el escritor cuenta que viajó a la isla con un ejemplar de Robinson Crusoe
y una caja de cerillas que contenía una pequeña parte de las cenizas de
David Foster Wallace, su gran amigo y rival literario, que se había
suicidado dos años antes. A tal efecto, fue a ver a su viuda,
explicándole que su idea era dispersar las cenizas en aguas de Selkirk.
Paisaje del interior de Selkirk, marcado por quebradas. martín garcía de la huerta
Supe por Houdun que Franzen se había alojado en la misma pensión donde
me encontraba yo, acompañado por los integrantes de una expedición
botánica.
Hice indagaciones entre personas que participaron en labores
de apoyo.
Cuando les pregunté si lo recordaban, me comentaron con
regocijo su empeño por quedarse solo en un alto risco, donde instaló una
tienda de campaña, que el viento no tardó en desarbolar.
Su mayor
frustración, me dijeron, fue no haber llegado a avistar un ejemplar del
pájaro más misterioso de la isla, una suerte de santo grial entre los
ornitólogos, un espécimen minúsculo y delicado que vive a más de 800
metros de altura y que tiene para los habitantes del lugar el valor de
un mito: el rayadito de Más Afuera.
También les causó extrañeza que
alguien que decía buscar la soledad hubiera viajado a un lugar donde no
hay teléfono, Internet ni electricidad con un teléfono satélite.
Al
parecer, cuando bajó del alto risco dio por concluido su viaje,
mostrándose impaciente por regresar cuanto antes.
Llegar a Más Afuera, el otro nombre de Selkirk, es ya de por sí una
aventura. En la imagen, una especie de lobos marinos endémicos de la
zona. martín garcía de la huerta
Las islas de Juan Fernández son lugares fascinantes, cargados de
misterio y con un impresionante caudal de historias que han sido
recogidas en numerosos libros.
Casi nadie logra ir más allá de la
primera isla, aunque el verdadero misterio de la soledad reside en Más
Afuera, donde no vive nadie de manera permanente.
Durante los meses que
dura la temporada de captura de la langosta se trasladan allí unas 70
personas, que se instalan en un poblado de 22 viviendas de madera con
los restos de unas antiguas prisiones de piedra como trasfondo.
El
carguero que abastece Más a Tierra efectúa tres viajes al año a Selkirk,
al principio y al final de la temporada de pesca, para transportar y
recoger el contingente humano junto con algunos enseres y animales.
A
mitad de temporada se efectúa un viaje adicional de avituallamiento.
No
es posible imaginar un lugar más remoto y a la vez más hermoso.
Las
lanchas zarpan de Más a Tierra a mediodía con el fin de llegar a Selkirk
al amanecer, 16 horas después.
Cuando la primera luz del día permite el
desembarco, siempre difícil, y la isla empieza a revelar su perfil, es
imposible no tener la sensación de que se está ante un lugar que tiene
vida propia.
Su interior, marcado por una serie de quebradas que dividen
las alturas de la isla, encierra lugares de inquietante belleza a los
que los pocos que han logrado contemplarlos se refieren con nombres como
cuevas de duendes o bosques de neblina.
La expedición fotográfica que
tomó las imágenes que acompañan este reportaje recurrió al uso de drones
para explorar las zonas más recónditas del lugar.
Mientras espera el momento de desembarcar, el viajero tiene ante sí dos
imágenes imborrables: los restos de dos barcas que se estrellaron contra
los arrecifes, en lo que constituye el último de la larguísima historia
de naufragios acontecidos en la isla, y las dos enormes cruces de
madera de un cementerio situado al borde mismo del mar.
Entre una y otra
imagen se divisa el rudimentario embarcadero de piedra, completamente
abierto al mar. Una vez en tierra, la sensación de soledad es
infinitamente superior a la que se experimenta en Robinson Crusoe.
Las canciones y leyendas que dan cuenta por la noche de la historia de
Más Afuera hablan de un mundo más extraño y misterioso aún que el de la
vecina, aunque nadie le pueda disputar el logro que supuso que alguien
viera en ella el corazón del mito de la soledad como lo hizo Defoe,
quien además lo consiguió sin salir de su hogar londinense.
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