El sectarismo y la envidia han acabado con el proyecto del actor en Málaga. Una pena.
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Algunas ciudades lo han conseguido por su cuenta, como Bilbao con el Guggenheim, o Málaga.
Esta última se ha transformado en un polo cultural dinámico capaz de hacer convivir el legado de Picasso, del Thyssen-Bornemisza, del Pompidou, de las colecciones de San Petersburgo o del arte contemporáneo en foros distintos que dialogan y se complementan entre sí de forma atractiva y ejemplar.
De ahí lo incomprensible del tropiezo cometido con el actor Antonio Banderas, que con razón se ha sentido “humillado” por su ciudad natal.
El Ayuntamiento de Málaga, gobernado en minoría por el PP, había impulsado un concurso de ideas para dar contenido a los antiguos cines Astoria y Victoria, en pleno centro de la capital, que adquirió en 2010 por 21,7 millones de euros. Banderas, que ha ejercido en foros internacionales como embajador oficioso de Málaga y Andalucía, ganó el concurso de ideas para convertirlo en centro cultural.
Su propuesta implicaba la creación de un teatro, espacios de exposiciones, cine y comercio.
Pero la candidez del alcalde al insinuar que el próximo pliego de condiciones podría incluir la necesidad de una persona “con capacidad de proyección” generó una inmerecida lluvia de acusaciones de favoritismo hacia el actor.
IU, con los socios de Podemos y Ciudadanos, propuso anular el concurso de ideas, aunque ni siquiera era vinculante.
El PSOE miró para otro lado y se abstuvo.
Desbordado por las descalificaciones, Banderas se ha retirado. Ahora, hipócritamente, todos se lamentan.
Cualquier plan que implique dinero público debe gestionarse con transparencia.
Algo que debería ser compatible con la promoción de proyectos de alto interés.
Este lo era, pero el sectarismo y la envidia han acabado con él. Una pena.
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