A principios de año, el proyecto Havana Club 7: historias que cuentan
anunció su intención de aventurarse por nuevos terrenos durante la
búsqueda de historias que mereciesen ser narradas.
La iniciativa había
nacido cuatro años antes con unas entregas que convirtieron crónicas de
periodistas y comunicadores eminentes en conversaciones sobre las tablas
de los escenarios teatrales, pero en el caso de la presente edición el
proyecto ha optado por ir más allá y reivindicar todas aquellas
historias reales y cotidianas de las personas que forman parte del
corazón de las poblaciones.
Con ese objetivo, en Havana 7 dejaron
abiertos los buzones entre enero y marzo del 2017 y le dieron la
bienvenida a las memorias de todo aquel que creyese tener vivencias
interesantes que contar, una invitación cuyo objetivo era seleccionar
tres historias para trasladarlas a la pantalla grande valiéndose del
formato cortometraje.
Una vez finalizado el plazo de recepción, sobre
las mesas de la empresa se apilaron varios cientos de misivas con
pedazos de vivencias ajenas alojados en su interior.
Los encargados de
bucear entre la correspondencia para pescar las historias que se
convertirían en imágenes eran tres personas especializadas en chapotear
en mundos ajenos: Borja Cobeaga, Fran Perea y Ángeles González-Sinde.
Cada uno de ellos se ha aventurado a contar las historias que otros les han contado.
En Jot Down
les hemos pedido que escarben un poco en su experiencia como
espectadores y rememoren las escenas fetiche de otras obras
audiovisuales de las que han bebido las historias que se encuentran
produciendo.
Borja Cobeaga y la tensión sorda de No es país para viejos
«Mi
historia va sobre una entrevista de trabajo, se trata de un cortometraje
donde la puesta en escena consiste en una mesa grande, un tío de
recursos humanos y un entrevistado.
Me encantan los relatos que
transcurren en un solo sitio con pocos personajes, aquellos donde está
todo muy concentrado», nos explica Cobeaga.
«En general las películas
ambientadas en el mundo laboral me suelen gustar bastante.
De hecho,
hace unos años rodé un cortometraje llamado Democracia
sobre una reunión de trabajadores de una empresa.
Se trata de un
contexto que me interesa aunque en este caso en concreto realmente no me
he fijado tanto en las películas que reflejan ese ambiente como en algo
que hacen mucho los hermanos Coen:
componer conversaciones aparentemente normales donde existe de fondo
una tensión brutal que va creciendo lentamente».
El realizador vasco
apunta a una escena genial de No es país para viejos donde Anton Chigurh (Javier Bardem)
mantiene una conversación con un dependiente: «Bardem está hablando con
el dueño de una gasolinera y en aquel diálogo parece que no está
pasando nada pero ocurren un montón de cosas, existe muchísima tensión».
Se trataba de una secuencia que lograba aterrar al espectador con un
par de elementos tan sencillos como una moneda lanzada al aire y un
pedazo de plástico.
«Lo que mejor recuerdo es cómo Bardem colocaba sobre
la mesa el envoltorio de algo que se acababa de comer, un plástico
arrugado que al ser depositado en el mostrador se iba expandiendo poco a
poco, creando una tensión sorda, un río chirriante.
Es exactamente ese
tipo de tensión la que me interesa para el cortometraje.
En mi historia,
protagonizada por Daniel Pérez y Jorge Suquet,
el encargado de recursos humanos se da cuenta durante una entrevista de
trabajo de que el entrevistado es alguien que le hacía bullying en el colegio, se trata de un punto de partida muy potente».
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