El novelista repasa en su discurso sus diferentes lecturas del ‘Quijote’.
El autor recuerda a los amigos que le han apoyado en su carrera de escritor.
Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943)
es el escritor serio más divertido de la literatura española y un
hombre al que nunca se le ha oído decir un tópico.
Por eso había tanta
expectación en torno al discurso que iba a pronunciar este jueves en
Alcalá de Henares, durante la ceremonia de entrega del Premio Cervantes.
Mendoza —que en la entrada de la universidad dijo haber traído a la
familia para que le criticasen y a los amigos, para que le hicieran la
ola— no defraudó.
Tras la bienhumorada presentación biográfica del
Ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo, con la
medalla que le acababa de colgar al cuello el Rey y tras un sonoro
suspiro, el autor de La ciudad de los prodigios
arrancó diciendo que se encontraba en una posición “envidiable para
todo el mundo” menos para él mismo.
Mientras los presentes en el
paraninfo se preguntaban si lo decía por el premio o por el púlpito
barroco desde el que hablaba, el escritor se lanzó a recordar las cuatro veces que ha leído el Quijote de cabo a rabo.
La primera, dijo, fue por obligación del Hermano Anselmo, en el curso
preuniversitario 1959-1960, años de incienso y plomo al decir de Juan
Marsé en los que “la pomposa abstracción que hoy llamamos Humanidades se
llamaba humildemente Curso de Lengua y Literatura”.
De esto, dijo, hace
mucho “y mi amigo don Francisco Rico aún no había alcanzado la edad de
la razón”.
Pese a los prejuicios que su generación tenía contra un héroe
onmipresente en ceniceros y pisapapeles y convertido por el franquismo
en arquetipo de la raza, Mendoza terminó rendido al encanto del estilo
de Cervantes.
Nada raro en alguien que quería escribir pese a que no
saber ni cómo ni sobre qué.
“Las vocaciones tempranas”, aclaró, “son
árboles con muchas hojas, poco tronco y ninguna raíz”.
La segunda vez que se acercó al Quijote, Mendoza era, apuntó, “lo que en tiempos de Cervantes se llamaba bachiller, quizá un licenciado, lo que hoy se llama un joven cualificado, y lo que en todas las épocas se ha llamado un tonto”.
Esta vez no fue el lenguaje sino el personaje lo que le atrajo de la novela.
Al instante se identificó con el Caballero de la Triste Figura como un ser de “idealismo desencaminado”.
“Un héroe épico”, dijo, “se vuelve un pelma cuando ya ha hecho lo suyo. En cambio un héroe trágico nunca deja de ser un héroe, porque es un héroe que se equivoca.
Y en eso a don Quijote, como a mí, no nos ganaba nadie”.
Cuando se lanzó a la tercera lectura, Mendoza ya era un escritor de cierto éxito y “lo que nuestro código civil llama un buen padre de familia”.
Lo primero lo era, dijo, gracias al apoyo de su “editor vitalicio” y “amigo incondicional”, Pere Gimferrer, poeta que ejerce en las oficinas de Seix Barral, y de Carmen Balcells, su agente, “cuya ausencia empaña la alegría de este acto”, añadió.
Si en la tercera lectura fue el humor lo que cautivo al autor de ‘Sin noticias de Gurb’, en la cuarta, realizada hace unos meses a propósito del premio que este jueves lo llevó a Alcalá, la pregunta que le asaltó fue sencilla: ¿está loco don Quijote?
Respuesta: sí. “Mi conclusión es que don Quijote está realmente loco, pero sabe que lo está, y también sabe que los demás están cuerdos y, en consecuencia, le dejará hacer cualquier disparate que le pase por la cabeza”, dijo.
Y añadió: “Es justo lo contrario de lo que me ocurre a mí.
Yo creo ser un modelo de sensatez y creo que los demás están como una regadera, y por este motivo vivo perplejo, atemorizado y descontento de cómo va el mundo”.
Terminado el repaso de sus lecturas cervantinas, Eduardo Mendoza terminó refiriéndose, sin alarmismos, al “cambio radical” que afecta a la cultura:
“La tecnología ha cambiado el soporte de la famosa página en blanco, pero no ha eliminado el terror que suscita ni el esfuerzo que hace falta para acometerla”.
También aludió a la función de la ficción —“no dar noticia de unos hechos, sino dar vida a lo que, de otro modo, acabaría convertido en mero dato”— antes de recordar que actos como el de la universidad de Alcalá entrañan para el premiado un riesgo inverso al que corrió don Quijote: “Creerse protagonista de un relato más bonito que la realidad”.
Luego prometió “hacer todo lo posible para que no ocurra tal cosa” y se despidió anunciado que seguirá siendo el que siempre ha sido: “Eduardo Mendoza, de profesión, sus labores”.
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